Los católicos sólo pueden colaborar con no católicos en base a un objetivo común, y sólo pueden dialogar o debatir con ellos supuesto un mínimo de honestidad intelectual. Ni lo uno ni lo otro pueden cumplirse por quien se presenta públicamente como un simpático amigo de la cultura católica y admirador de sus pensadores, al mismo tiempo que participa activamente en la más grave agresión interna y externa contra la doctrina católica que se haya sufrido en los últimos quinientos años.
No pretendo hacer un análisis extenso de Miguel Ángel Quintana, el aspirante a filósofo de la derecha, dado que no conozco en profundidad ni su biografía ni las actuales redes en las que opera, sino que me limitaré a tratar lo que sí sé. Este caballero se ha mostrado —sin negar en ningún momento su alejamiento de la fe— como amigo de la Iglesia Católica, con cuyas ideas simpatiza frente a otras religiones y culturas, y cuyo pensamiento considera serio y con gran potencial (potencial actualmente desaprovechado). Han tenido la mayor fama, en ese sentido, dos artículos, preguntándose dónde están los intelectuales católicos, y proponiendo el “modo de vida católico” como ejemplo a imitar en Catholic way of life. No han tardado los medios católicos conservadores en recibirle con aplauso, lo que se puede comprobar con una rápida búsqueda en google.
Precisamente un filósofo como él debe saber que la Iglesia Católica, mucho más que cualquier otra comunidad cristiana, se funda en las ideas de verdad e indefectibilidad. La verdad siempre es la misma, el dogma no puede reformarse, la Escritura no yerra, la Iglesia no se equivoca. Pedir a la Iglesia que modifique su doctrina no puede hacerse desde una posición de amistad, de la misma manera en que no se puede desde una posición de amistad pedir a un Estado —que se apoya en la idea de fuerza indefectible tanto como la Iglesia en la de verdad indefectible— que deponga las armas y renuncie a dominar su territorio. Así, es enemigo necesario de la Iglesia el lobby homosexualista, que contra todo resquicio de fe cristiana, decencia, honestidad o —por parte de los que no son parte de la Iglesia Católica— respeto a los dogmas de una religión de la que no son parte y que no tienen derecho de cambiar, aboga por la abolición de la doctrina y moral católica alrededor de los actos sexuales entre personas del mismo sexo.
Este es un punto que no merece artículo alguno, por el hecho mismo de que es evidente. Lo que no es evidente es que Miguel Ángel Quintana, que con gran inteligencia se ha buscado amigos y admiradores en todo el campo del derechismo, el ultraderechismo y el conservadurismo católico, es un defensor acérrimo de estas posturas, y con ello enemigo declarado de la Iglesia Católica. No se le puede sensu estricto acusar de engaño en este punto, pues hasta donde sé su actividad en este campo en todo momento ha sido pública, pero es un hecho cierto que —por sus malas artes o la razón que sea— una parte amplia de su base de seguidores en el campo conservador se mantiene en la ignorancia sobre su activismo LGTB.
Comienza su exposición “Homosexualidad y religión” citando una estimación manifiestamente falsa y exagerada, acusando de homosexualidad a la mitad de los sacerdotes católicos de los EEUU. Varios estudios han señalado la existencia de un lobby gay entre el sacerdocio de las últimas décadas, pero, por supuesto, de entre todos ellos atiende exclusivamente al que da un resultado final más alto, aunque sea implausible hasta el ridículo. Inmediatamente después extiende esta conclusión a España y a la Iglesia Católica en el mundo entero, citando la opinión del “teólogo Xabier Pikaza”, curiosamente sin mencionar que es un ex-sacerdote casado, excluido desde hace 30 años de la enseñanza católica, y adscrito a la “teología de la liberación”. Que cada cuál juzgue la fiabilidad de tal sujeto. Continúa la exposición planteando “el conflicto entre educación antihomofóbica y libertad religiosa”; como sólo conservamos las diapositivas de esa exposición, no podemos saber hacia qué lado se inclina la balanza, aunque temo que el enemigo de la “nueva religión progre” se decantara por la enseñanza obligatoria de la ideología LGTB. En cualquier caso, el mismo modo de plantear la pregunta (véase la imagen) es capcioso y contiene la respuesta: quien tiene derecho a educar al hijo es la escuela (aka el Estado), no los padres, y la ideología de la revolución sexual no es otra cosa que respeto y derechos, una parte natural de la educación que los padres podrán como mucho suspender en base a otro derecho.
Posteriormente, pasa a analizar la homosexualidad desde la perspectiva de las Sagradas Escrituras. Empieza poniendo en duda la idea común de que las ciudadades de Sodoma y Gomorra fueron castigadas por el pecado de la homosexualidad, señalando la falta de hospitalidad como verdadera causa (!). La acusación de homosexualidad contra los sodomitas, de donde acabó derivando el nombre para ese acto, se basa fundamentalmente en la Carta de San Judas Tadeo, en el Nuevo Testamento, que dice que fueron castigados por fornicar “yendo tras carne extraña”, lo cual indica una sexualidad contranatura. Así fue entendido desde los primeros siglos de la Iglesia, e incluso interpretaciones contrarias no tienen peso alguno para el asunto, porque la condena histórica de la homosexualidad no se basa ni mucho menos sólo en ese fragmento bíblico.
En segundo lugar, analiza —si es que se le puede llamar así— los dos fragmentos más conocidos del Antiguo Testamento condenando la homosexualidad, Levítico 18, 22 y 20, 13. Defiende una serie de interpretaciones alternativas cada cual más disparatada que la anterior, según una táctica típica de los modernistas, para los que normalmente basta citar una traducción estándar de la Biblia según su sentido evidente salvo en lo que parece condenarlos, en cuyo caso hay que recurrir a traducciones novedosas que ni a un solo cristiano o judío se le habían ocurrido en más de 2000 años. En primer lugar, señala el contexto de prostitución ritual pagana en el que se solían dar estas prácticas en la antigüedad, de donde deduce que el Levítico se está refiriendo a esos ritos, y no a toda la homosexualidad en sí. Siguiendo esa línea, habrá que entender que el versículo inmediatamente anterior no condena toda clase de infanticidios, sino sólo los infanticidios rituales a Moloch, mientras que los infanticidios normales son aceptables y virtuosos. La única diferencia es que esta segunda interpretación es mucho menos forzada, porque en la condena del sacrificio infantil sí que se menciona explícitamente a Moloch, mientras que la condena de la homosexualidad es mucho más general: “No te acostarás con varón como con mujer”. Aún mejor, habría que atender al versículo inmediatamente posterior: “No copularás con bestia”; evidentemente, esta condena del bestialismo se refiere sólo al bestialismo pagano ritual, y de ello no podemos deducir que no pueda haber un bestialismo amoroso y natural. Expone también otras interpretaciones del texto, como que se condena la humillación del penetrado, pues en el contexto antiguo era típica la condena exclusiva del homosexual pasivo, y el uso de la violación homosexual como medio de dominio y humillación. Esto ignora que en Levítico 20, 13 se condena a las dos partes: “ambos han cometido abominación”. También propone que lo que se prohíbe es la sodomía en la cama de una mujer, por alguna especie de tabú ritual, yendo contra el tenor literal y el contexto, que es la condena de las prácticas sexuales viciosas, desde el incesto al bestialismo. Como última y más absurda de todas, propone una interpretación de un rabino progresista (que alguna vez ha vuelto a repetir por twitter), según la cual, al mandar “No te acuestes con hombre como con mujer” no se refiere a que sólo es propio el acostarse con mujeres, sino a que es impropio acostarse con un hombre tomándolo como una mujer o pseudomujer, es decir, que durante el acto no se debe tener una actitud que niegue la propia identidad homosexual (!). Con ser esto tan ridículo que no merece refutación, puede señalarse que va contra el contexto, contra la interpretación de más de 2000 años y que es incompatible con el castigo penal de Levítico 20, 13, pues la “actitud de autorreconocimiento” con la que uno practica la sodomía no es la clase de hecho que puede probarse con testigos en un proceso, y por tanto es ajeno al Derecho penal. Habría que señalar, por último, que es una muestra evidente de la condena bíblica de la homosexualidad el hecho mismo de que en ningún punto se regule positivamente.
Pasa tras ello a atacar a la visión bíblica del matrimonio, señalando que la “soledad” de Adán que justificó la creación de Eva también debería abarcar a los homosexuales, que el mandato de reproducción se dirige a la especie en general, y no a cada individuo en particular, y que aquello del Génesis de que “Hombre y mujer los creó” sería un error científico refutado por la existencia de los intersexuales. Todo ello se aleja totalmente del punto central, y es que la visión bíblica de la sexualidad gira en torno a la procreación (que es una especie de participación en la creación divina) como fundamento de la unión y complementariedad entre los sexos. Que no exista una obligación de procrear para cada individuo humano no cambia en lo más mínimo el hecho de que, dentro del contexto bíblico, una sexualidad independiente de la procreación e incluso contraria a ella, como es la homosexual, es algo que no llega a contemplarse. Sobre lo de los intersexuales, sólo muestra una grave ignorancia biológica, pues no existe el hermafroditismo en humanos, sino mutaciones, deformidades y diversas patologías, pero jamás la capacidad de generar tanto óvulos como espermatozoides en un mismo individuo. Por último, critica diversas costumbres israelitas alrededor del matrimonio, como la poligamia o el levirato, mientras que manipula la ley mosaica del Deuteronomio 22, 28-29, afirmando que obligaba a una mujer a casarse con su violador, cuando en realidad obligaba a un hombre a tomar responsabilidad y casarse con una virgen con la que hubiera fornicado (la violación se regula en los versículos anteriores, castigándose con pena de muerte para el varón). Ciertamente, aunque la regulación mosaica del matrimonio no fuera perfecta, motivo por el que fue superada por el matrimonio sacramental de la Nueva Alianza, podemos ver una constante esencial en todas esos casos: no cabe matrimonio sino entre hombre y mujer.
Tras esto puede que venga la parte más repulsiva de toda la exposición, sin miedo a la blasfemia, señalando supuestos casos de homosexualidad entre los santos y figuras bíblicas, donde no hay nada más que santa amistad entre personas del mismo sexo. Acusa de homosexualidad a Ruth, la santa mujer del Antiguo Testamento, así como a David y Jonatán. Ni en un solo momento en los relatos sobre ninguna de las dos amistades se trasluce el más mínimo elemento sexual, y tanto Ruth como David estuvieron casados. Puede que aquí proceda la célebre cita de C. S. Lewis: “Quienes no pueden concebir la Amistad como amor genuino sino sólo como una máscara del Eros delatan que nunca han tenido un amigo”. Por lo demás, el hecho mismo de que estas relaciones estuvieran condenadas en el Antiguo Israel excluye cualquier posibilidad de que fueran positivamente representadas. En segundo lugar, defiende que la curación del siervo del centurión en Mateo 8 y Lucas 7 se trata de “Jesús ante una pareja probablemente homosexual”. Basándose en la expansión de la homosexualidad en la Antigua Roma, y sin tener en cuenta que ésta no fue en absoluto tan universalmente aceptada como pretende —estando por ejemplo prohibido por la Lex Scantiana—, deduce del solo hecho de que el centurión “tenía gran estima” a su criado, que eran una pareja de amantes homosexuales. Esa deducción resultaría claramente injustificada incluso si la homosexualidad estuviera entre los romanos tan normalizada como pretende, pero tanto más si tenemos en cuenta que el texto de Lucas da a entender que era un converso al judaísmo, estando tales prácticas totalmente excluidas entre los judíos del siglo I. Trata, pues, de deducir una supuesta aceptación de la homosexualidad por el Señor a partir de su silencio sobre ésta, cuando no hay ningún indicio para pensar que se trataran de homosexuales. El silencio en los cuatro Evangelios sobre el asunto sólo prueba, si acaso, la misma condena de la homosexualidad, pues que no corrigiera la práctica judía del siglo I de considerar pecado estas relaciones es ya razón suficiente para entender que no tenía nada en contra de esta doctrina. Un poco más adelante pasa a blasfemar contra los santos de la Nueva Alianza, tratando de buscar una supuesta homosexualidad entre las Santas Felicidad y Perpetua y ente los Santos Sergio y Baco.
El summum del cope podemos encontrarlo, sin embargo, en su análisis sobre Pablo de Tarso y la homosexualidad. Partiendo de que San Pablo claramente condena todas las relaciones homosexuales como antinatura en Romanos 1, 26-27 (“Dios los entregó a pasiones viles, pues aun sus mujeres mudaron el uso natural por el que es contra natura, y del mismo modo también los varones, abandonando el uso natural de las féminas, se encendieron en mutua concupiscencia, cometiendo cosas ignominiosas varones con varones”), pretende que “es muy posible que se refiera a las orgías sexuales que se practican entre paganos”, y “el estado de trance que lograban los misterior paganos con música, alcohol y drogas”, sin que quiera decir la expresión “contra natura” lo que habitualmente entendemos por ello. Que todo eso es un sinsentido se muestra por una lectura simple del texto: las pasiones viles consisten en “cambiar el uso natural”, y por parte de los varones, en “abandonando el uso natural de la fémina”, encenderse en concupiscencia de varones con varones. No es sólo que pecaran en prácticas homosexuales paganas, sino que lo específicamente subrayado en el texto como vil en ello es el hecho de que fuera entre personas del mismo sexo. Asimismo, pasa a dar vueltas alrededor del texto de 1 Cor 6 9-10, en el que San Pablo afirma que “ni los afeminados, ni los homosexuales [entre otros] heredarán el Reino de los Cielos”, considerando los términos usados como de significado difuso. Sin entrar en los detallismos griegos, baste señalar que cae siempre en la misma manipulación: ignorando el contexto general, el sentido propio, la comprensión por parte de los propios judíos y cristianos de la época y las traducciones e interpretaciones constantes hasta el desarrollo de la ideología homosexualista en el siglo XX, toma, sólo en los textos en los que no le conviene, la interpretación más favorable por minoritaria e incluso absurda que sea, convirtiendo la labor exegética en un imposible —salvo para cualquier texto que pueda favorecerle, en cuyo caso vuelven a ser prima facie aceptables las traducciones estándar.
Pasa, finalmente, a tratar la historia de la Iglesia, en la que pretende encontrar una aceptación de las relaciones homosexuales que nunca se ha dado. Comienza con las afirmaciones radicalmente falsas de que “la homosexualidad fue relativamente aceptada hasta el siglo XIII en Europa, incluida la Iglesia” y que “No se puede encontrar una base válida en la tradición cristiana para la actual enseñanza de que la práctica homosexual es mala; además, esa tradición no ha sido en absoluto monolítica”. Que esto es integralmente falso se prueba por el mismo hecho de que no cite, porque no puede citar, ni un solo texto de un Padre de la Iglesia en el que se tolere la homosexualidad o se acepte como algo bueno. Puede haber, como mucho, silencio, de la misma manera en que en diversos autores hay silencio sobre diversos temas, pero ni un solo autor ha sido citado jamás a favor de estas teorías. La Alta Edad Media no es un tiempo tan parco en textos como se pretende, los Padres de la Iglesia escribieron sobre todo lo divino y lo humano, incluso entrando en casuismos que hoy nos pueden parecer rebuscados. Ni uno solo de ellos dijo nada jamás a favor de la homosexualidad, y muchos de ellos la condenaron en los términos más duros. San Agustín, que fue con diferencia la principal fuente de teología occidental hasta el desarrollo de las grandes Summas, condenó inequívocamente la homosexualidad. Tertuliano condenó inequívocamente la homosexualidad. San Juan Crisóstomo condenó inequívocamente la homosexualidad. Cualquier autor cristiano que trató la homosexualidad, la condenó inequívocamente. Y cuando la condenan en el contexto de los cultos paganos, eso no significa en absoluto que la consideraran aceptable en cualquier otro contexto, sino que sencillamente la condenaban en las formas concretas en que en su tiempo se daba. Si hay algo que pueda ser fundado sin asomo de duda en la tradición cristiana, es eso; tanto sentido tendría decir que no hay base en la tradición cristiana para sostener la condena de la idolatría. Tras exponer esos absurdos antihistóricos, presenta las diversas ideas alrededor de la adelfopoiesis, un ritual medieval de hermanamiento entre varones, que diversos activistas homosexuales han tratado de ver como una primitiva “unión entre personas del mismo sexo”. Que esto no tiene sentido acaba aceptándolo en su propia exposición, señalando que los autores serios que tienen en cuenta el contexto histórico lo toman como una unión de amistad ritualizada que ni en nada de su tenor literal ni de su contexto puede dar a entender que tuviera un contenido erótico. Antes bien, no es otra cosa que transmitir nuestra idea de lo sexual a un contexto totalmente distinto, tanto como lo sería, en una sociedad en la que el beso en la mejilla se diera sólo entre parejas sexuales, que el saludo español con dos besos era una especie de práctica erótica.
A toda esta larga lista de disparates que es esta presentación se le une, por último, un vídeo en ocasión del “Orgullo gay” echando en cara al Papa Francisco el mantener la doctrina católica en la materia, contra las espectativas del mundo (y el demonio y la carne). Analizando el Papado de Francisco en relación a lo LGTB, contempla lo “negativo” y lo positivo sobre ello. “Las negativas: la doctrina católica no ha cambiado durante este tiempo, y siguen considerándose como conductas gravemente desordenadas todas las que tengan que ver con estos asuntos”. Las positivas, por su lado, resultan ser ninguna en absoluto (¡Basado Francisco!). He aquí el rostro del “católico cultural” proponente de la Catholic way of life: lo verdaderamente negativo en el Papado de Francisco es que no haya cambiado la doctrina perenne de la Iglesia.
Este caballero alguna vez se ha preguntado dónde están los intelectuales católicos. Si para ser un católico adaptado al siglo XXI tiene uno que creer semejante sarta de disparates, renunciar a la continuidad en la doctrina, ignorar la propia historia, manipular los propios textos sagrados y atacar a la propia jerarquía, no, no hay intelectualidad católica ni la habrá. La religión católica será una religión de retrasados y deshonestos, pero no de nadie con más de 108 de CI que no tenga algún interés oscuro para su participación en la Iglesia. Chesterton decía que al entrar a la Iglesia se nos pide quitarnos el sombrero, pero no la cabeza; Quintana nos pide quitarnos la cabeza, si quiere que un católico se crea tales majaderías, o que se modifique de tal manera la doctrina contra las propias fuentes de la Revelación y aún se mantenga cualquier pretensión de infalibilidad. ¿Dónde están los intelectuales católicos? Supongo que estarán como fuerzas de choque contra la izquierda en todos los asuntos en los que le convenga al conservadurismo de turno, que será el primero en condenar a todos los que se salgan de su línea y decidan, en ese combate, avanzar contra las aberraciones de las que ya no se puede obtener rédito político al combatirlas.
Afortunadamente, los intelectuales católicos existen, pero si son genuinamente tales no tardarán en ser denunciados como puritanos y fariseos por Miguel Ángel Quintana.
De hecho, ni siquiera en los evangelios hay un silencio total, Cristo nos enseña que el desenfreno sexual y las fornicaciones son algunas de las cosas que hacen impuros a los hombres ( Mc 7, 20-22). Se puede deducir por tanto que los actos fuera del matrimonio nos hacen impuros y siendo matrimonio un solo hombre y una sola mujer, la sodomía, por tanto, es algo impuro.
Añadiría que los sodomitas mas viciosos suelen jactarse de que no tienen el "problema" de quedarse embarazados y presumen de que al ser del mismo sexo darían un mejor placer al conocerse. Supongo que Quintana iría en la línea de eliminar el pecado de lujuria para no discriminar a estos "pobres" sodomitas.
Grande David.