LA HISTORIA COMO PROCESO CON SENTIDO
Cuestiones preliminares a unas consideraciones sobre Europa
En el devenir de las cosas humanas, según la mirada se aleja más y más de la inmediatez de los sucesos concretos, su comprensión se torna progresivamente difícil hasta llegar a ser imposible si no se consideran desde el punto de vista de Dios, en cuyo plan general se incluyen todos los actos particulares.
De cada acción individual podemos encontrar las causas en su agente y en las circunstancias e intenciones de éste. Sin embargo, según pasamos a contemplar un mayor conjunto de acciones, y cuando las consideramos en cuanto se suceden en el tiempo, cualquier comprensión científica supera infinitamente nuestras capacidades. Y aunque lográramos conocer todas las causas humanas y naturales de todos los eventos, y cómo se relaciona cada uno con todos los demás, nos encontraríamos con que seguimos sin entender verdaderamente el sentido del todo. Podemos llegar a comprender cómo un eslabón se conecta con otro, pero supera nuestras fuerzas el conocer el objetivo de la cadena.
Una vez se constata este hecho, que la Historia en su conjunto no está guiada por leyes penetrables por la razón, sólo quedan dos alternativas. La primera: el mundo no está gobernado en absoluto, sino entregado a las fuerzas del azar. El Universo es una anarquía. La segunda: si no rigen el mundo leyes penetrables por la razón, es porque está regido por una decisión dependiente de la voluntad. El Universo está gobernado, sí; pero el gobierno de la Providencia no es constitucional sino dictatorial. La causa inmediata de los sucesos puede saltarnos a la vista, pero su causa última es la voluntad pura y simple del soberano del cosmos.
No cabe en sentido estricto, por tanto, una Filosofía de la Historia; sólo es posible una Teología de la Historia. Profundizar en la Historia no como mera recolección de hechos sino como conjunto con dirección y sentido no es, pues, sino investigar las razones de Dios, y estas razones sólo las podemos conocer con certeza a través de su Revelación personal.
Lo cual no obsta a que podamos, por nuestras propias fuerzas, llegar a cierta luz sobre la mente de Dios: sabemos que es infinitamente justo y bueno, y que de acuerdo con ello realiza todas sus acciones. Sin embargo, de ello no podemos predecir sus mandatos siquiera como conjetura: para saber lo que haría un ser infinitamente justo y misericordioso deberíamos serlo nosotros mismos, y conocer también todas las cosas para saber sobre qué ha de usar esa justicia y misericordia. Lo que sí que queda algo más cerca de nuestras capacidades es, una vez han ocurrido los hechos, especular a posteriori, tratando de vislumbrar, con lo que sabemos de Dios y de la Historia, cuáles han sido –a lo menos parcialmente– las vías de la divinidad en el discurrir de los acontecimientos.
A partir de dos armas, por tanto, la Revelación y la especulación, se nos abre uno de los campos más fructíferos de investigación, que directa o indirectamente ilumina todos los demás: la Historia de la Humanidad como instrumento de la Divinidad. A este objeto quiero dedicar esta serie de artículos en relación a la situación general de Europa, que tan interesante giro ha dado en el último mes, en lo que podría ser un importante cambio de escena en el gran teatro del mundo que dirige la Providencia.