Planeaba que esta cuarta parte fuera la última de la serie de artículos sobre el racismo. Sin embargo, el texto se ha alargado tanto que me he visto obligado a partirlo, aunque confío en poder terminar con la quinta parte, o a lo sumo una sexta. En esta segunda mitad de la serie, analizaremos desde un punto de vista científico y moral cada una de las distintas formas de racismo que se han expuesto en el resto de artículos. Es decir, trataremos de si es correcto o incorrecto o si está bien o mal. Considero que esta serie de artículos es uno de los textos más importantes que puedan haberse publicado en castellano en muchos años, y esta última parte en particular es la más importante de toda la serie. En el mundo castellanoparlante apenas se encuentran unos pocos que traten con realismo la cuestión de las razas, e, incluso entre los que con mucho acierto puedan hacer un trabajo de investigación o divulgativo en materia racial, nos encontramos sólo o principalmente con análisis parciales de la cuestión. Frente a esto, se hace necesario de forma urgente un análisis global de la cuestión de la raza y el racismo, en el que puedan clasificarse adecuadamente todos los problemas morales, políticos y científicos que plantea. Si hay quien pudiera hacer este trabajo mejor que yo, de lo cual estoy absolutamente seguro, parece sin embargo que no hay en este momento nadie dispuesto a hacerlo. Confío en que, comenzando el trabajo, puedan seguirme otros mejores que me corrijan. En cualquier caso, me parece que hay varias líneas generales que he planteado con bastante acierto, y que se avanzaría mucho en la discusión de estas materias si se adoptaran de forma general algunas de las distinciones que he establecido.
En segundo lugar, si en el mundo castellanoparlante en general hay un gran vacío intelectual en estas materias, debemos reconocer con franqueza que este vacío se siente tanto o más dentro del mundo tradicionalista hispano. La profunda homogeneidad racial de España ha sido causa de que estos problemas apenas se hayan planteado hasta fechas muy recientes, en ausencia de un problema social que suscitara esta reflexión. Si bien de la América española puede decirse todo lo contrario en lo que a la homogeneidad racial se refiere, tampoco se ha desarrollado, hasta donde yo conozco, ninguna respuesta lo suficientemente amplia a estas cuestiones, o a lo menos no una que haya tenido aceptación significativa en los círculos tradicionalistas del continente. De forma general, el tradicionalismo español se abstuvo de tratar estas materias, salvo esporádica y superficialmente, y eventualmente se integra ‒a modo suo‒ en el consenso antirracista de la posguerra mundial. Sin embargo, según lo dicho, esta cuestión no ocupó ninguna posición prominente en el pensamiento tradicionalista español, ni en un sentido ni en otro, por el simple hecho de que no ha habido en España problema racial hasta el presente cercano. Estando ahora mismo España bajo el influjo de olas migratorias masivas que, en combinación con la deprimida natalidad de los españoles, amenazan con cambiar de forma permanente la demografía peninsular de un modo en que no se había visto desde las invasiones mahometanas, es inevitable que estas cuestiones se replanteen entre los tradicionalistas.
Pese a que este artículo pueda contradecir las que han sido posiciones mayoritarias entre los tradicionalistas españoles en algunos puntos concretos de tiempo, no tengo ningún miedo de estar yendo contra ninguna pretendida ortodoxia tradicionalista; y esto por el simple hecho de que el tradicionalismo no es un partido ni una ideología, sino que es la pura y simple realidad de las cosas, que exige que todos los asuntos sociales se enfrenten desde la experiencia histórica y los principios de la religión verdadera. Así, nada que sea verdadero puede ir en contra del tradicionalismo más que en apariencia, y en el hecho mismo de probar que algo sea verdad se prueba que es compatible con el tradicionalismo. Aún más, por el hecho mismo de ser algo verdadero no dejará de reflejarse en la práctica histórica constante, es decir, en la tradición, que cuando está esclarecida por la religión católica es la guía más segura del obrar humano.
ALGUNAS PRECISIONES METODOLÓGICAS
Si bien ya he mencionado en el resto de artículos algunos de los principios que guiarán esta última parte, considero necesario hacer algunas aclaraciones en este artículo. Antes que nada, debe precisarse que en todo momento presumiré que se han leído el resto de artículos, de manera que no abundaremos en la definición de las distintas especies de racismo, que ya se ha precisado, sino que daremos por sentado que el lector entiende lo dicho con tal que se haya explicado anteriormente. Por tanto, conmino a ir a los anteriores artículos a aquel que no los haya leído ya, y recomiendo a quien en algún punto se encuentre perdido consultarlos en busca de aclaraciones. Por lo que se refiere a los principios práctico-teóricos del artículo, en primer lugar, debemos distinguir entre tres clases de proposiciones a probar o refutar: las proposiciones de hecho, las reglas del actuar y las conclusiones morales. Un ejemplo de proposición de hecho referida a la raza sería «Hay razas más o menos inteligentes que otras». Un ejemplo de regla del actuar sería «Si hay razas más o menos inteligentes que otras, es lícito gobernar a los miembros de cada raza con distintas leyes acorde a su inteligencia». Una conclusión moral sería «Es lícito gobernar a los miembros de cada raza con distintas leyes acorde a su inteligencia». Nótese que las tres proposiciones son distintas e independientes entre sí, de tal forma que se pueden sostener unas sin otras. Sería posible, por ejemplo, sostener que, si hay razas más o menos inteligentes, sería lícito discriminarlas en las leyes, pero que de hecho no existen tales diferencias, con lo que en la realidad no se sigue la conclusión moral de que se pueda discriminar según la raza. Asimismo, es posible que se sostenga la proposición de hecho de que hay razas más o menos inteligentes que otras, pero rechazar la regla del actuar según la cual a partir de esa diferencia fáctica es lícita la discriminación en las leyes, o incluso en cualquier especie de trato privado.
Las proposiciones de hecho deberán estudiarse observando la naturaleza misma de las cosas, tanto a través de los modernos métodos de la ciencia, como, sobre todo en aquello que se refiera mediata o inmediatamente a la naturaleza humana, atendiendo a la experiencia histórica reflejada en las costumbres y opiniones tradicionales. Respecto a esto último, entendemos que lo universal tiene preferencia sobre lo particular para revelar el fondo básico de la naturaleza humana, i.e. el «mínimo común denominador» que pertenece a todos los hombres de tal manera que apenas podrá extirparse de una sociedad salvo a través de los más desesperados intentos de ingeniería social. A esta naturaleza básica pertenecerían, por ejemplo, instituciones como el patriarcado y la religión pública. En segundo lugar, lo superior tiene preferencia sobre lo inferior a la hora de revelar un sentido más completo de la naturaleza humana, es decir, la plenitud de sus consecuencias y ramificaciones cuando tiene un desarrollo integral. De esta manera, se nos muestra lo que es plenamente humano atendiendo a las sociedades complejas, y más en particular a los griegos y los romanos, primero, y a la civilización cristiana, después. Ésta va más allá de la misma naturaleza humana, participando de una elevación sobrenatural que le ha dado acceso a ciertos dones a los que el hombre jamás habría podido llegar por sí solo. Cuando una cierta opinión o institución ha estado generalmente extendida de forma estable a través de la civilización cristiana, sin oposición de las autoridades eclesiásticas, podemos entender que pertenece a esta civilización a lo menos de forma lo suficientemente fuerte como para que difícilmente pueda llegar a sostenerse en algún momento que es contrario a la Revelación cristiana, a lo menos intrínsecamente. Finalmente, y en relación a lo recién dicho, la Revelación cristiana nos muestra de forma infalible lo que es cierto y lo que no con la autoridad inerrante de Dios que revela. La Revelación tiene por fuentes las Sagradas Escrituras y la Tradición, expuestas infaliblemente por la Iglesia a través de su Magisterio extraordinario y ordinario universal. A este respecto, trataré de atenerme a las fuentes ordinarias de la teología, en particular el Magisterio, las opiniones de teólogos respetados, Doctores y Padres de la Iglesia.
De esta manera, entendemos que una proposición puede probarse cierta porque lo demuestra algún estudio científico, porque los hombres lo han tomado por cierto a través de su experiencia común, en particular cuando ésta es general a la humanidad o entre los pueblos más civilizados, o porque se enseña como cierta en la Revelación.
La demostración de las reglas del actuar, por su lado, es objeto propio de la ciencia moral. Naturalmente, la metodología que se adopte para deducir las reglas del actuar, y con ello las conclusiones que se obtengan (aunque también es posible, de forma accidental, terminar en las mismas conclusiones por distintos caminos), dependerá de la escuela de la ética que se tome por cierta. No se llegará a plantear problema alguno si se toma una perspectiva nihilista o subjetivista, porque entonces no habría respuesta objetiva posible en esta materia. En ese caso, podría discutirse sobre distintas realidades de las razas, pero ciertamente que no cabría mantener una discusión racional sobre lo que conviene hacer a partir de las conclusiones a las que en lo primero se pueda llegar. En palabras de Hume: «No es contrario a la razón preferir la destrucción del mundo entero a hacerme un rasguño en el dedo. No es contrario a la razón el elegir mi ruina total, con tal de evitar la menor molestia a un indio o alguna persona totalmente desconocida para mí».
En segundo lugar, las concepciones utilitaristas se enfrentan a los problemas usuales con los que esta escuela se encuentra también en otros temas. La principal cuestión a la que se enfrentaría en relación a la raza sería la importancia que ésta pueda tener a la hora de fijar la colectividad que es objeto de la propia benevolencia. Aunque las teorías utilitaristas suelen poner como objeto de la voluntad benevolente a la humanidad en su conjunto, no hay en principio dificultad en tomar como sujeto cuya utilidad se optimiza a una raza o grupo de razas, en exclusión de otras. En uno y otro caso, la principal dificultad que se encuentra está en que la benevolencia no se limite a ser una cuestión de hecho, sino que sea objeto de una obligación. Señalar que alguien pueda tener deseo de maximizar la utilidad de todo el mundo no es ninguna prueba de que esta tendencia sea mejor que la falta de ella, y parece llevar a la conclusión de que quien no tiene tal deseo no tiene tampoco ninguna razón particular para optimizar la utilidad de la humanidad antes que la suya propia. Lo mismo podría decirse sobre quien limite su benevolencia, por ejemplo, a la propia raza. El sentimiento benevolente hacia los demás existe como hecho bruto en todas o casi todas las personas, pero éste puede manipularse de tal suerte que se amplíe, prestando atención a los rasgos comunes que fomentan una identificación, o de tal suerte que se contraiga, prestando atención a los rasgos disimilares que impiden una identificación. De esta manera algunos amplían su deseo de optimización de la utilidad hasta los animales, o lo reducen hasta los miembros de la propia raza, de la propia nación o de la propia familia. Por supuesto, también es posible reducirlo hasta la propia persona. Este último caso tampoco implica un individualismo absoluto, en la medida en que el hacer el bien a otras personas pueda optimizar el bien de la propia porque el hecho bruto de la empatía o benevolencia hace sentir a uno mismo un placer con ello. En todos estos casos, el principal problema es que la utilidad ‒i.e. el placer y el dolor‒ no puede justificarse como criterio moral último, en la medida en que el hecho mismo de que sea mejor maximizar el placer y minimizar el dolor que lo contrario no puede justificarse apelando a la utilidad misma sin caer en un círculo vicioso, ni se puede justificar apelando a cualquier otro criterio sin destruir el esquema utilitarista. Tampoco se puede defender como hecho bruto en la medida en que no todo el mundo tiene un deseo innato de optimizar la utilidad de todo el mundo. Podría defenderse como hecho bruto respecto a la propia persona, pero ese utilitarismo individualista resulta ser un sistema de inmoralidad más que un sistema de moralidad, de suerte que se puede rechazar por ir contra las intuiciones morales más básicas. En un sentido más profundo, debe rechazarse porque la limitación de los bienes humanos al placer es una reducción injustificada. Lo cierto es que el placer no es tanto un bien en sí mismo sino el efecto natural de la obtención de un bien, y en esa medida la obtención de placer desvinculado de bien alguno resulta, en última instancia, anti-humana e intuitivamente repugnante ‒muy en contra de la pretensión de que la mera obtención de placer sea realmente el deseo último de todo hombre. No entraremos en los resultados que pudiera dar la ética deontológica kantiana; en la medida en que exige el respeto a todo ser racional ‒racional por naturaleza, por estúpido que pueda ser de hecho‒, entendemos que tiende en ciertas materias a llegar a conclusiones semejantes a las de la tradición cristiana de la ley natural, aunque partan de principios muy dispares.
Frente a todas estas complicaciones, la única escuela que puede verdaderamente establecer un fundamento firme y evidente a la moral es la de la ley natural. Tal y como expliqué en mi artículo Ley natural y soberanía I, sólo se puede pasar del ser al deber ser a través de la categoría de fin:
Como un primer ejemplo sencillo, de las dos proposiciones de hecho «quiero hacer una tortilla» y «para hacer una tortilla, es necesario romper los huevos» se sigue necesariamente la proposición moral de que «debo romper los huevos para hacer la tortilla». Se puede, por tanto, establecer un deber hipotético a través de la conexión necesaria de medios a fines: «Si quiero hacer una tortilla, debo romper los huevos». Ahora bien, la moralidad trata no de juicios técnicos de la especie anterior, sino de los deberes objetivos del hombre en cuanto hombre. Por tanto, la moralidad debe fundarse en un fin, una primera parte hipotética de la proposición, que se cumpla en todos los hombres necesariamente, es decir, que sea parte de su naturaleza.
De esta manera, la moral objetiva sólo puede establecerse a través de la consideración de los fines naturales. El fin natural del hombre es su propia felicidad, pues todos los hombres la quieren para sí y no pueden dejar de hacerlo. La felicidad consiste en la posesión del bien, y el bien de cada cosa es la perfección de su función propia (el buen cuchillo es el que corta bien, el buen animal es el que se defiende y se reproduce). Así, la felicidad del hombre consiste en la consecución de sus fines naturales. El fin último del hombre es la vida racional, en cuanto esta es su facultad más alta que le distingue en cuanto hombre, y por tanto su bien consiste en la perfección del entendimiento especulativo mediante la contemplación de la verdad. Esto se realiza máximamente al contemplar la causa primera de la realidad, que es la esencia divina. Asimismo, la vida racional se realiza de forma imperfecta al conformar el comportamiento con la naturaleza de las cosas tal y como son conocidas por el intelecto. Así, la regla fundamental de la moral es respetar los fines de la naturaleza en uno mismo y en los demás, y buscar a Dios como fin último.
Estos fines, así como los medios para realizarlos, los conoceremos principalmente a través del estudio de la historia y la sociedad humanas, dado que estos son la expresión real y concreta de la naturaleza del hombre. De ahí podemos ver fácilmente cosas como las siguientes: que el hombre es un ser social; que se une para procrear en relaciones de pareja hombre-mujer estables y monógamas; que la forma más común de organización social es la monarquía; que todas las sociedades tienen un culto público; que siempre y en todas partes existe alguna especie de preponderancia del varón sobre la mujer, sobre todo en el campo de lo público y político; que los medios materiales necesarios para la supervivencia siempre se han apropiado de forma privativa por personas concretas, así como los medios para producir otros bienes materiales; que la principal forma de transmisión de estas propiedades privadas es de padres a hijos; que asimismo los cargos y honores tienden a acumularse en distintas clases y estamentos; que la mayoría de sociedades han tenido una clase máximamente inferior, a cuyo trabajo tienen derecho las personas libres que sobre ellos mandan; que siempre puede encontrarse una preferencia de los familiares sobre los extraños, así como de los coterráneos sobre los extranjeros; y otras muchas cosas más. Por lo que respecta al fin último del hombre, Dios, aquello a lo que podemos llegar a través de la mera reflexión filosófica y el estudio de la historia humana es bastante limitado: Que Dios es uno, que es nuestro fin propio, que estamos por naturaleza separados de este fin propio, que las faltas morales nos hacen culpables ante Él, que el hombre no puede por sí mismo justificarse ante Dios, que la actitud debida frente a Dios es la adoración, que la adoración se realiza naturalmente mediante ritos externos y sacrificios, etc. En lo que se refiere a los medios efectivos para alcanzar este fin último, no basta con investigar la mera naturaleza humana, porque las fuerzas humanas naturales no son suficientes para unir al hombre con Dios (o, lo que es lo mismo, hacerlo semejante a Él), sino que esto sólo puede alcanzarse por una concesión gratuita de Dios, a través de los medios que Él disponga. El medio concreto que Dios ha dispuesto para la Redención es su Encarnación en la naturaleza humana de Nuestro Señor Jesucristo y sy sacrificio en la cruz (según se ha señalado antes, el acto más natural y universal de la religión es el sacrificio, en esa medida sólo un sacrificio perfectamente meritorio puede justificar al hombre frente a Dios). En esta misma revelación se contienen todas las reglas que Dios dispone para alcanzarle como fin último. Sin embargo, la Revelación no se limita a lo estrictamente sobrenatural, lo que sería la ley divina positiva, sino que incluso la ley natural, que de suyo podría llegar a conocerse sin revelación, la contiene y expone para que pueda conocerse por todos, entera, fácilmente y sin error. De este modo, la Revelación nos impone una ley divina positiva sobreañadida y nos ilumina sin espacio para el error la ley natural.
De todo lo dicho pude verse fácilmente cuál será la metodología que guíe esta serie para analizar la licitud o ilicitud de los distintos principios de comportamiento en relación a la raza (reglas del actuar, premisa menor del comportamiento): Los fines naturales del hombre tal y como podemos conocerlos a través de la experiencia, y la Revelación tal y como está expresada por las Sagradas Escrituras, la Tradición cristiana y el Magisterio católico.
Por lo que se refiere a la tercera especie de proposiciones, las conclusiones morales, en la medida en que éstas son un resultado necesario de la proposición de hecho (premisa mayor) y la regla del actuar (premisa menor), surgirá inmediatamente la respuesta a través del acto mismo de clarificar los dos primeros puntos.
EL RACISMO ESPECULATIVO
EL RACISMO PSÍQUICO CONDUCTUAL
Según lo dicho en el segundo artículo, por racismo psíquico-conductual entendemos la idea de que existen diferencias entre algunas razas, de forma general y probabilística, en la inteligencia, carácter, comportamiento u otros aspectos del hombre en cuanto animal racional. Cabe sostener la existencia de estas diferencias tanto en un contexto histórico-social concreto como en un ámbito más universal. Asimismo, diferenciamos el racismo psíquico-conductual en dos especies, según la causa que se atribuya a estas diferencias: racismo cultural o racismo racialista. El racismo cultural y el racismo racialista no se excluyen propiamente hablando, sino que debe plantearse más bien como una escala en cuyos extremos estarían el racismo cultural puro y el racismo racialista puro, mientras que todas las posiciones intermedias atribuyen un cierto papel a ambas causas, en diversas proporciones. Dentro de este esquema en el que una y otra causa son eficaces, debe entenderse que no se suman, sino que se multiplican, es decir, que no es que la cultura afecte a la psique tanto y la genética otro tanto, sino que la forma en la que la cultura puede determinar la psique está a su vez determinada por la genética. Ilustrándolo con un ejemplo, que la potencia de un hombre para hablar llegue a actualizarse depende absolutamente de la cultura, porque, si al niño no se le habla, jamás llegará a descubrir por sí mismo el lenguaje ni aun el pensamiento racional; pero no se puede deducir de ahí que el lenguaje y la inteligencia sean meros productos del ambiente, porque la existencia misma de esa potencia está determinada por el carácter natural del hombre en cuanto hombre, mientras que el mono jamás aprenderá a hablar por mucho que se le hable.
Frente a las diferencias raciales en la psique y el comportamiento presentadas como hecho, los conservadores y liberales tienden a recurrir a las explicaciones puramente culturalistas, mientras que las diversas especies de «derecha alternativa» suelen recurrir en mayor o menor medida a las explicaciones racialistas. Las izquierdas recurren a explicaciones que huyen de una y otra causa, en primer lugar, negando todas las diferencias en la medida en que les resulte posible, y, cuando se ven obligados a reconocer esas diferencias, atribuyéndolas a las condiciones económicas, la opresión estructural y otras causas caracterizadas por quitar responsabilidad y resultar extrínsecas a quienes salen peor parados de la comparación entre razas.
De todo lo dicho puede verse el método con el que se deberá investigar la cuestión: Para empezar, buscar diferencias raciales lo suficientemente sensibles y constantes. Si las encontramos, buscar su causa a través de un análisis en dos fases: Primero, considerando a priori la naturaleza humana en sí misma, descubriendo así lo que es susceptible de moldear el comportamiento y la psique de los hombres; segundo, analizando a posteriori cómo se correlacionan las diferencias con sus posibles causas, de forma que veamos cuáles son más plausibles. Así, podemos llegar a una certeza moral porque no consideramos al hombre como una mera colección matematizada de datos empíricos, sino como una naturaleza concreta que conocemos realmente. De modo que ante los argumentos plausibles no se puede escapar, como trata de hacer a menudo la antropología moderna, apelando a potenciales causas desconocidas que se suman al sistema antropológico igualitario como los epiciclos se sumaban al sistema ptolemaico; sino que el análisis cuantitativo está determinado por el análisis cualitativo, que tiene como base última el conocimiento real, histórico, directo y personal.
Entonces, ¿existen realmente diferencias sensibles en la psique y el comportamiento entre razas? Parece que sí, como se puede ver en primer lugar y de la forma más gruesa, atendiendo de forma general al estado del mundo y de los diversos continentes, tanto a través de la historia como en el momento actual. Nos encontramos con que la riqueza de los países y su avance en las ciencias técnicas tiene una notoria correlación con la ascendencia geográfica de su población. Entre los más pobres destacan de forma especial los países con una mayoría de la población negra. Entre los caucasoides encontramos de forma general un estado superior respecto a aquellos, pero con una diferencia muy aguda entre los europeos, por un lado, y los norteafricanos y del oriente próximo, por el otro. Los países con población mayoritariamente eurodescendiente tienen una paz material y riqueza sensiblemente superior a los de los otros caucasoides, independientemente de su ubicación geográfica. Así, también las antiguas colonias con población mayoritariamente europea, como sean Australia, Canadá o Nueva Zelanda, han llegado a un estado de vida equivalente al de Europa. Entre el resto de caucasoides, destacan como excepción algunos países árabes que han alcanzado una riqueza inaudita a través de la extracción de petróleo. Debe también destacarse que las diversas puntualizaciones que a esto se puedan señalar tampoco son del todo contrarias al principio general; así, las excepciones de los caracteres que de forma gruesa se atribuyen a una gran raza continental, serán a menudo, a su vez, caracteres propios de una agrupación de ascendencia geográfica inferior. Por ejemplo, nada sería más justo que señalar que el este de Europa es notoriamente más pobre que el oeste; pero eso no es sino señalar una nueva correlación racial de caracteres que divide a los eslavos y al resto de europeos. Según dijimos en el primer artículo, la raza es un continuo, con lo que no hay ningún problema en reconocer subdivisiones dentro de las que un rasgo general o no se dé con tanta fuerza o, como excepción, no se dé en absoluto. Por lo que respecta a los mongoloides, encontramos varias sociedades que en los últimos cien años han logrado un crecimiento material asombroso, adoptando varios aspectos de la técnica y la economía europeos hasta el punto de superar a estos mismos, en algunos casos. En relación a los amerindios lo que pueda decirse es más limitado, porque en la mayoría de países americanos con una ascendencia amerindia sensible esta no suele ser absolutamente predominante, sino que viene de la mano con un importante mestizaje europeo, y en ocasiones negro. Así, en este caso no sólo tenemos que tener en cuenta el hecho evidente de que dentro de una gran raza continental hay subdivisiones, sino también que será bastante diferente el porcentaje de ascendencia que hay de la raza en cuestión. De forma preliminar, podemos señalar que se han adoptado varios de los aspectos de la ciencia y la técnica europeos, de forma que se tratan en general de genuinas sociedades industriales, aunque ese desarrollo sea notoriamente deficiente en muchos casos. Debe mencionarse también que cuentan con algunas de las sociedades más violentas del mundo, con mayores tasas de asesinatos que las que pueden hallarse incluso en muchos países de África. Al mismo tiempo, pueden encontrarse programas exitosos de pacificación, como el del Caudillo del Salvador Nayib Bukele.
Atendiendo de forma más general a la historia, nos encontramos también con grandes diferencias en el desarrollo de la civilización, de la complejidad de las sociedades y de las artes y las ciencias. Por un lado, encontramos el origen de la civilización en el ámbito caucasoide no europeo, el Oriente Próximo y Egipto. Se desarrollan también desde la antigüedad sociedades complejas en el Oriente Medio, así como entre algunos mongoloides del Lejano Oriente. El faro de la Civilización se mueve hacia los caucasoides europeos con el nacimiento de la antigua Grecia. Lo más destacable de la Civilización griega, y lo que la pone por encima de todas las civilizaciones antiguas y en general de todas las sociedades complejas no europeas anteriores y posteriores, es la invención de la filosofía. La filosofía digna de ese nombre nace con Sócrates, y jamás ninguna sociedad ha dado, fuera de Grecia e independientemente de la filosofía griega, un propio salto socrático por sí sola. A Sócrates le siguen inmediatamente los dos mayores filósofos que ha dado la historia humana, Platón y Aristóteles. La filosofía, como Atenea, nace en la adultez. A partir de ese momento puede decirse con toda justicia que el centro de la Civilización está en Europa, por haber brotado de esta rama los mejores frutos de la capacidad humana, los frutos racionales a los que su naturaleza intelectual le llama. Con Alejandro Magno se vuelve Grecia el centro no sólo del pensamiento humano, sino también del poder político. El centro de esa Civilización vuelve a moverse al Occidente con la expansión de Roma, y a partir de entonces la posesión del poder político en el mundo conocido caerá durante muchos siglos en manos de los europeos. La pax romana pone las condiciones para el triunfo del cristianismo desde Siria hasta España. Así, los más profundos conocimientos religiosos pasan de manos de los judíos semitas a los europeos jafetitas, además de los norafricanos y otros pueblos caucasoides del Oriente Próximo. Los cismas y la expansión del mahometismo excluyen del mundo cristiano a los caucasoides no europeos, de tal manera que, por primera vez desde el comienzo de la Civilización, se corta la constante comunicación cultural y comercial entre Europa, por un lado, y el resto de zonas desarrolladas del mundo caucasoide, por el otro. Es por esta aislación, que corta la conexión civilizatoria con Asia y el Norte de África, mientras se continúan los esfuerzos de expansión cristiana hacia el norte de Europa, que llega a formarse eventualmente un ámbito etnocultural europeo netamente distinguido de otras poblaciones caucasoides. Con el desarrollo de la Civilización cristiana se alcanzan en Europa las más altas cotas intelectuales y artísticas que haya visto la historia. Con el cisma entre la Iglesia de Oriente y la Iglesia Católica el ámbito de la Civilización cristiana se ve reducido de nuevo a Europa occidental, y en este contexto se crean las Summas y las catedrales. El esfuerzo teológico de la escolástica toma todo el legado de los griegos y lo corrige y aumenta iluminado por la Revelación. Anteriormente he dicho que Platón y Aristóteles son los dos mayores filósofos que el mundo haya visto; nada más justo, porque las columnas sobre las que se levanta el edificio cristiano, Santo Agustín y Santo Tomás, no son filósofos, sino teólogos. Así, la filosofía se ve superada por la teología, y lo humano se ve superado por lo divino. Los Doctores levantan las Summas como catedrales en papel, y los Reyes levantan las catedrales como Summas en piedra. Esta inmensa obra sobrehumana se da fundamentalmente en el ámbito de los europoides de haplogrupo R1b, es decir, España, Francia, Inglaterra, Alemania e Italia, las cinco naciones con representación propia en el Concilio de Constanza. Con la llegada de la modernidad llega una gran efervescencia intelectual, gracias entre otras cosas al redescubrimiento de muchos textos griegos y romanos. De esa efervescencia surgen buenos y malos frutos, y en última instancia una parte del árbol europeo cae en la más absoluta putrefacción con la expansión de los errores protestantes. Sin embargo, en el ámbito de Europa occidental, a partir de ese momento dividida religiosamente, nos encontramos con un desarrollo sin precedentes de las ciencias, sin parangón alguno en el mundo entero. Los descubrimientos, tanto de la naturaleza gracias a los científicos como de la geografía gracias a los navegantes, se suceden sin parar, y llegan infinitamente más allá de lo que jamás nadie pudo soñar. Los europeos descubren a los amerindios y eventualmente a los australoides, razas desconocidas, y toman contacto regular con el resto de razas, de las cuales conocían la existencia, pero con las que jamás habían tenido tanta comunicación por las dificultades del movimiento. Es en ese momento que empieza a desarrollarse la taxonomía racial, de la que, por falta de contacto experimental, hasta entonces no podemos encontrar más que rudimentos. El desarrollo de las ciencias se acelera a través de la matematización de éstas, y se dispara el avance de la técnica a través de la llamada revolución industrial. Ésta da, durante entre uno y dos siglos, supremacía militar y económica absoluta a la Europa sobre el mundo entero. Tras la primera guerra mundial, nos encontramos algunos momentos en los que puede decirse sin exageración que casi todos los países del mundo están en manos de europeos, y los que no se hallan bajo control directo sufren una inmensa dependencia e inferioridad, con la excepción de Japón.
Durante este largo período, el mundo caucasoide no europeo ha caído en una profunda decadencia. Si ya podemos encontrar, con los imperios macedonio y romano, un movimiento del centro de la Civilización del Oriente al Occidente, bajo el yugo islámico los países que en su momento fueron cuna de la Civilización caen en una absoluta incultura y barbarismo. Si bien pueden señalarse algunos logros artísticos, militares y aun filosóficos en los llamados siglos de oro del mundo islámico, la filosofía griega cae pronto ahogada bajo las garras de Mahoma. Los pocos filósofos mahometano dignos de ese nombre sufren en todo momento sospecha de heterodoxia dentro del pensamiento islámico, y su papel se reduce, en última instancia, a preservar algunos textos griegos y comentarlos, de tal manera que puedan pasar la antorcha a los escolásticos, los únicos capaces de dar vida a ese fuego. Todas las virtudes se van apagando en la fría noche árabe, y aun sus logros son antes producto de la brutalidad que de la civilización. Los sultanes avanzan sobre Europa no como los césares sino como los kahnes; hacen degollar a sus prisioneros como a sus propios hermanos; y no se puede tener más que desprecio ante una monarquía en la que las reinas no son sino prostitutas. Ellos mismos revelan un profundo asco ante la lamentable situación de su raza, en que llenan sus harenes no con mujeres túrquicas, ni árabes ni magrebíes, sino con griegas, eslavas y otras cristianas del Cáucaso1. Las ciencias filosóficas desaparecen, y tampoco llegan jamás a dominar las ciencias y las artes seculares europeas, apenas adoptándolas de segunda mano en lo exigido por la necesidad militar.
Por lo que se refiere a las Indias Occidentales, los españoles encuentran allí algunas sociedades complejas, pero inmersas en una brutalidad impropia de toda civilización que pueda llamarse tal. Destacan los sacrificios humanos masivos y el canibalismo. Las ciencias y las artes están en un estado de desarrollo muy básico, apenas encontrándose algún lugar en el que se use la rueda para el transporte y el trabajo. Se encuentran de forma general costumbres espantosas, como la deformación del cráneo por motivos estéticos. Todo ello sin perjuicio de algunos ejemplos de esplendor arquitectónico que no dejaron de sorprender a los españoles2. Los cazadores-recolectores, por su lado, no tienen siquiera estos puntos brillantes con los que tratar de tapar su vergonzoso estado de salvajismo. El aborto, el infanticidio, la eutanasia, el canibalismo y todas las demás formas de asesinato están a la orden del día. Su pobreza material y espiritual es absoluta. Todo ello sin entrar en la fealdad de su perversa idolatría, que con ser lo más malo es quizás lo más disculpable, por haberles faltado la luz de la revelación y por no hallarse, con excepciones, mucho más adelantados en el camino de la verdad el resto de sociedades paganas3.
La raza malaya o austronesia, que en ocasiones se ha incluido dentro de la raza mongoloide tomada en sentido amplio, no ha desarrollado la sofisticación científica de pueblos mongoloides como el chino, el japonés y el coreano, pero destacan sus gestas en la navegación, que no serían superadas hasta la era de los descubrimientos. Esto se refleja en los mismos territorios habitados por los austronesios, que van desde Madagascar hasta la Isla de Pascua.
Finalmente, por lo que respecta a los negroides, por un lado, y a los australoides o australo-melanesios, por el otro, la ausencia de sociedades sedentarias complejas, o a lo menos de complejidad comparable a las del resto de razas, es más notoria y generalizada en estas dos razas que en cualesquiera otras. En relación a los negros, debe puntualizarse que esto se da con más fuerza en el oeste de África, aislado por el Sáhara4, que en el este, donde el Reino de Abisinia, con acceso relativamente fácil a la península arábiga, adoptó un sistema semita de escritura y levantó grandes iglesias de piedra5. Sin embargo, la mayor parte del vasto espacio de la Tierra ocupado por los negros y los aborígenes australianos no ha visto durante milenios que las artes y las ciencias vayan más allá de la infancia, cuando puede mostrarse que existan en absoluto.
Los aborígenes australianos no han sobrevivido a la colonización europea en cantidades suficientemente grandes como para poder analizar sociedades australoides modernas de una manera representativa, salvo por Papúa Nueva Guinea, la cual es extremadamente pobre y bárbara, pero lo más seguro es que haría falta más de un país para sacar alguna conclusión clara. En cualquier caso, los datos sobre violaciones rampantes son un signo fiable de la brutalidad del país: más de la mitad de las mujeres ha sido violada alguna vez y el 60 % de los hombres ha violado alguna vez6. Además, el 7,7% de los hombres ha violado alguna vez a otro hombre7. Respecto a los africanos subsaharianos, la mayoría de sus sociedades son notoriamente pobres y violentas, según lo ya dicho, y desde el contacto con los europeos, tanto antes como después de la colonización, no han adoptado ni desarrollado por su cuenta las artes y ciencias de aquellos de una manera que pueda compararse a la de los asiáticos. También el antiguo Reino de Abisinia, célebre por haber logrado la única victoria militar africana relevante frente a los europeos en todo el siglo XIX, ha funcionado francamente mal el último siglo, pese a que no llegaran siquiera a ser colonizados. Debe señalarse, en cualquier caso, que los negros africanos han superado en muchos campos a los aborígenes australianos, y sus sociedades, con ser básicas y primitivas, han logrado avances técnicos a los que los australoides nunca tuvieron acceso.
Así, de todo lo anterior podemos concluir, en trazos muy gruesos: Algunos pueblos mongoloides del Extremo Oriente han desarrollado desde la antigüedad sociedades complejas, artes y ciencias, y en los últimos cien años han logrado adaptar con un éxito inmenso los avances técnicos de los europeos, hasta el punto de superarles en ocasiones. Los austronesios han desarrollado históricamente algunas artes y ciencias, en particular la de la navegación. Diversos pueblos caucasoides no-europeos han logrado otro tanto, y entre ellos se encuentran las civilizaciones más antiguas de la humanidad, pero varios de esos pueblos han caído en una clara inferioridad comparativa respecto a sus ancestros en los últimos milenios. Los caucasoides europeos han alcanzado, con una diferencia abismal, el mayor desarrollo de las artes y las ciencias que jamás haya visto la historia, aventajando al resto de la humanidad en el campo de la filosofía desde hace 2.500 años, y en el campo de las ciencias técnicas en los últimos 500 años, en ambos casos con una superioridad tan manifiesta que no cabe apenas comparación alguna. Algunos pueblos amerindios desarrollaron sociedades complejas y ciertas artes y ciencias, pero esos logros se ven empañados por el estado de salvajismo de otra gran parte de los indios, así como por las costumbres brutales que los españoles encontraron en su llegada a América. Finalmente, entre los negroides y los australoides han prevalecido las formas sociales más básicas, con algunas excepciones en África, sin que haya en general desarrollo alguno digno de mención de las artes y las ciencias por parte de estas razas en toda su larga historia.
De esto podemos sacar las siguientes conclusiones preliminares: Primero, que las agrupaciones de ascendencia son un criterio predictivo de la inteligencia expresada a través de productos culturales, científicos, etc. Segundo, que la sola raza continental, en sí misma y por sí misma, es un criterio muy grueso, y que debe a lo menos tomarse respecto a un punto de tiempo concreto para hacer juicios más fundados. El solo criterio de la raza se muestra como bastante parcial si tenemos en cuenta que gran parte de los países en los que comenzó la civilización humana llevan alrededor de dos mil años sin destacar de la manera en que lo hicieron en la antigüedad; y asimismo los europeos, que en tantos campos se han mostrado infinitamente superiores, alcanzan ese nivel de civilización con posterioridad a los países del creciente fértil. A mayor abundamiento, los primeros europeos en sobrepasar al resto de caucasoides, los griegos, llevan muchos siglos de notoria decadencia, o incluso más de un milenio si consideramos la decadencia filosófica y artística, más que la política. Sin embargo, no puede tampoco decirse que no se puedan hacer juicios generales genuinamente informativos, incluso referidos a toda la historia humana, en base a la raza. En particular, puede señalarse que la filosofía digna de ese nombre ha sido desarrollada de forma casi exclusiva por europeos, además de unos pocos caucasoides no europeos en la esfera de influencia griega, antes de que abandonaran esa tradición bajo el yugo mahometano. También puede señalarse sin faltar a la verdad una general ausencia de civilización, arte y ciencia por parte de los africanos, y sobre todo de los australoides. Estos últimos destacan fuertemente respecto a sus vecinos austronesios por lo mucho que éstos les han aventajado en el campo de la navegación. En cualquier caso, nos encontramos con que sólo cabe hacer los juicios más gruesos, y aun estos deben puntualizarse en la mayoría de los casos. De esta manera llegamos a la tercera conclusión preliminar: El criterio de la raza continental, incluso en relación a un contexto temporal concreto, es por sí mismo bastante grueso, y sólo sirve para hacer los juicios más generales, que requieren además puntualizaciones en muchos casos. Lo cual no quiere decir que las grandes razas continentales no sean un criterio útil para la diferenciación humana, sino más bien que cuanto más concretas sean las agrupaciones de ascendencia que estemos tratando, más útiles y predictivas serán como criterio diferenciador. Así, más exacto que hablar de los logros de los europeos sería hablar de los logros de los griegos y romanos en la antigüedad, y de los españoles, franceses, italianos, alemanes e ingleses en la modernidad. Otro tanto puede decirse de los mongoloides, entre los que hemos sacado la idea del «asiático inteligente» más que nada de los chinos, coreanos y japoneses.
Estas conclusiones preliminares apenas podrán ser negadas por nadie, al menos si se acepta que el hecho bruto de una correlación no significa de suyo que haya una causación entre aquello que se correlaciona. Señalar algo como que a finales del siglo XIX la práctica totalidad de científicos en todo el mundo eran de ascendencia europea y judía no es una opinión, es un hecho. Que aún hoy la amplia mayoría de los científicos de peso trazan su origen a unas pocas naciones caucasoides y mongoloides también es un hecho. También es un hecho que a día de hoy ningún negro ha ganado un premio nobel de una de las llamadas «ciencias duras». Ahora bien, de todo eso no se saca necesariamente la conclusión de que la raza esté directa o indirectamente como causa de esas diferencias. Según se expuso en el segundo artículo, el racismo especulativo no trata sólo de las diferencias de facto entre las razas, sino de estas diferencias en relación a sus causas. El bando «anti-racista» tratará de hacer de menos estas diferencias, por supuesto, pero una vez se les presente de forma lo suficientemente incontestable evidencia de que las diferencias existen, estarán dispuestos a conceder este hecho siempre que se sostenga al mismo tiempo que esas diferencias no tienen la raza como causa propia directa o indirecta. Por causa propia directa entendemos el racismo racialista, y por causa propia indirecta entendemos el racismo culturalista. Ambos ya han sido lo suficientemente definidos en el segundo artículo.
Frente a estas explicaciones racistas que atribuyen el origen de estas diferencias al grupo de ascendencia común en cuanto tal grupo, sea que los padres transmiten a los hijos esos caracteres por medios genéticos o meméticos, se ha presentado como principal alternativa la que atribuye a las diferencias un origen económico. La idea es tal que así: «Estando el potencial intelectual de los hombres repartido de forma sustancialmente igual entre los grupos humanos, la actualización de esas potencias depende de una serie de condiciones sociales y económicas que están repartidas de forma muy desigual por el globo. Que esas condiciones hayan surgido en unos lugares antes que en otros, o que en algunos no se hayan presentado en absoluto, no atiende a ninguna capacidad humana innata superior de los hombres de una zona u otra para crear esas condiciones, sino a una infinita serie de contingencias fuera del control humano, como sean la geografía, el clima, la flora y fauna, el desarrollo de las enfermedades y la pura y simple casualidad. Así, una vez ese desarrollo económico-social ha llegado a unas partes del globo pobladas predominantemente por una raza continental, podría parecer que esa raza tiene de suyo más inteligencia, pero basta con trasladar esos nuevos avances al resto de sociedades en las que las condiciones para que surgieran por primera vez no eran propicias, y rápidamente se verá que sus capacidades humanas se multiplican y alcanzan a aquellas de los que en un primer momento les adelantaron».
Esta explicación tiene, a priori, algunos puntos plausibles. Para empezar, no es del todo absurda la idea de que las capacidades humanas dependan en cierta medida de las condiciones económicas. El desarrollo artístico e intelectual sólo puede darse en el contexto de una cierta acumulación de recursos que permiten centrarse en aquello que va más allá de la supervivencia inmediata. Esto sólo puede darse a través de la agricultura y la división de la sociedad en clases, unas de las cuales toman el trabajo extenuante, de forma que otra pueda dedicarse a tareas más nobles. A partir de ahí, podría argumentarse que se crea un círculo virtuoso por el que la creación de una cultura científica y artística promueve el desarrollo de las potencias intelectivas de los ciudadanos. También tienen con toda seguridad un papel la salud y alimentación básicas, cuya falta frena el desarrollo de las capacidades mentales incluso entre aquellos que por capacidad genética podrían haber sido aventajados. Sin embargo, para tener validez esta tesis debe explicar también el motivo por el que esas condiciones económicas han surgido y se han desarrollado en unas zonas del mundo y en otras no. La apelación a todas las circunstancias fortuitas de la geografía tiene cierto sentido, pero no tiene lo suficientemente en cuenta que, incluso en el entorno más propicio, el desarrollo de las artes y las ciencias implica siempre un esfuerzo humano en lucha con el entorno. El hombre pudo haber vivido sin la rueda en Australia como en Egipto, y en ambos lugares era posible construirlas de alguna manera. Lo mismo puede decirse de la mayoría de los avances de la humanidad, los cuales en muchos casos no se dieron en los lugares más propicios, sino en los más fríos, duros y secos. Piénsese en la revolución industrial, que tuvo su inicio en Escocia. Puede defenderse que tales avances son posibles en casi cualquier entorno, supuesto que la fortuna ponga a alguien lo suficientemente inteligente en las circunstancias adecuadas como para dar el paso. De hecho, sería casi imposible señalar alguna constante clara por la que el entorno determine esos avances: Estos se han dado de distintas maneras en los puntos más distantes del globo, desde China hasta Inglaterra, pasando por Egipto. Ha habido grandes civilizaciones complejas que hicieron avances de peso, y con ello parecería que ponían las condiciones económicas para que el progreso científico continuara en su sociedad, pero luego se han quedado paralizadas y han caído en una larga decadencia de siglos o milenios. Frente a esto, siempre se puede señalar la constante de que tales avances han tenido siempre por autores grandes mentes, y aun en los casos en los que no conocemos a sus autores, por la misma necesidad natural podemos afirmar que los avances en el dominio de la naturaleza tuvieron detrás a hombres de inteligencia. Supuesto que este fuera el verdadero elemento necesario, la escasez de tal desarrollo en algunas sociedades de la humanidad sólo podría explicarse por la falta de genios. Los genios son extraños en todas las sociedades, siempre se salen de la norma. Pero si en unos grupos encontramos ejemplos de tales desviaciones de la norma y en otros no, esto puede fácilmente implicar que la norma misma es distinta, de tal manera que la probabilidad de que aparezca ese extremo se reduce quizás hasta rozar lo imposible en la práctica. Es un principio tradicional de la estadística que las diferencias en la media, incluso pequeñas, llegan a crear grandísimas diferencias en los extremos. Ahora bien, aunque estas objeciones tienen su peso, dado que las circunstancias fuera del control del hombre y el puro azar sí que tienen un papel, esta tesis sobre las condiciones económico-sociales sólo puede juzgarse, en última instancia, atendiendo a la prueba empírica. Habrá que ver, entonces, si se igualan las capacidades de los distintos grupos humanos cuando llegan a una sociedad avances económico-sociales que han tenido su origen en otra, sobre todo si esa otra sociedad está predominantemente compuesta de miembros de otra raza continental; así como ver si son iguales las capacidades de los miembros de distintas razas continentales cuando son todos ellos parte de una sola sociedad multi-racial.
Para analizar esto hay que plantearse la cuestión de cuáles son las condiciones económico-sociales que consideramos susceptibles de determinar siquiera relativamente la inteligencia tal y como esta se expresa a través del dominio de las artes y las ciencias. Aquí hay peligro de entrar en un círculo vicioso, pues la inteligencia de la gente de un país se manifiesta principalmente en las condiciones socioeconómicas que los ciudadanos crean con su trabajo. Incluso cuando una serie de malas decisiones políticas puede crear calamidades económicas en un país por lo demás inteligente, hay una serie de condiciones básicas que apenas se podrían cambiar sino con catástrofes muy infrecuentes. Si se entiende la influencia de las condiciones económico-sociales en la inteligencia de tal manera que sólo una completa paridad de condiciones sea suficiente para poder decir que dos países son comparables, lo que se está pidiendo es que sus habitantes sean semejantemente inteligentes y educados. De lo que resultará, por supuesto, que todos los países igual de inteligentes y educados son igual de inteligentes y educados entre sí. Se ponen unos requisitos que determinan ya el resultado, y el igualitarismo se presupone, antes que probarse.
Ahora bien, si lo que se está defendiendo es que la diferencia de desarrollo entre unos países y otros atiende en su origen a una serie de circunstancias fortuitas que impidió a algunos el acceso a tales avances, la igualación de las condiciones iniciales se agota en el hecho mismo de salvar tales circunstancias impedientes. Podría argumentarse, por ejemplo, que el desarrollo de la agricultura y otras de las artes básicas que permiten el desarrollo de la división del trabajo y la creación de una clase intelectual está determinado principalmente por la geografía, y que a partir de ese punto se crea un efecto cumulativo que resulta en otras artes y ciencias más avanzadas. Podría argumentarse también que la recepción o falta de recepción de esos avances depende principalmente del aislamiento físico o la falta de él. Finalmente, podría argumentarse que ciertos saltos históricos atienden a la pura casualidad de que nazca un genio en las circunstancias propicias. Pero entonces habrá que aceptar que, una vez salvados esos obstáculos, quienes de repente reciben tales avances deben ser capaces en el medio plazo de procesarlos y asumirlos, y en el largo plazo también de desarrollarlos por sí mismos. Por eso, entendemos que las condiciones están sustancialmente equiparadas y por lo tanto cabe comparación entre la inteligencia de los miembros de dos sociedades cuando ambas comparten los instrumentos básicos por los que sus habitantes avivan su inteligencia, la desarrollan y sacan sus frutos. Esto no quiere decir que tengan sistemas educativos equivalentes o siquiera comparables, sino que unos y otros tienen acceso a los medios más básicos de la educación en los que se hallan la mayor parte de los beneficios de ésta. Por tanto, son comparables entre sí los países donde hay alfabetización y educación aritmética universales o siquiera generalizadas, así como los medios mínimos de salud y alimentación necesarios para que no se atrofie sensiblemente el cerebro. La educación sigue un sistema de rendimientos decrecientes, y es ese mínimo básico el que realmente crea la mayor diferencia8. Esto se demuestra, en primer lugar, atendiendo a la historia del desarrollo económico e intelectual y la implantación de la educación universal en los países del llamado primer mundo. La educación universal se reduce en sus comienzos en todos o la mayoría de ellos a la educación primaria, enfocándose principalmente en la alfabetización y educación aritmética. A partir de ahí se encuentran los avances más sustanciales, y según se van extendiendo los años de educación los rendimientos que de ello se ofrecen son más y más escasos hasta hacerse imperceptibles. Países que ahora son reconocidos generalmente como inteligentes distaban mucho de estar educados hace menos de cien años, y comenzando por una escolarización universal básica entraron en un «círculo virtuoso» que les impulsó grandes distancias en muy pocas décadas. Los ejemplos más claros, como podrá adivinarse, son del Extremo Oriente: China, Corea, Singapur, etc. Así, supuesto que haya instrumentos mínimos de educación y acceso a las artes y ciencias extranjeros de tal suerte que puedan adoptarse y reproducirse, no puede sostenerse que haya desigualdad en las condiciones socio-económicas mínimas necesarias para el desarrollo de la inteligencia, al menos en el medio plazo. Debe notarse, finalmente, que incluso en el supuesto de que haya sólo una fracción de la población que en un momento dado tenga acceso a esa educación, eso no quita el hecho de que, suponiendo un potencial igual o semejante en todos los grupos humanos, esa fracción de la población debería tener un rendimiento comparable al del resto de grupos. Los grandes genios de la historia surgieron en un contexto en el que sólo una parte de la población recibía la educación suficiente como para desarrollar ese potencial; pero para llegar adónde llegaron a ellos les bastó que su propia clase estuviera educada.
Tenidos en cuenta los criterios anteriores, ¿qué resulta del examen del rendimiento de las distintas razas y etnias entre sociedades y dentro de sociedades? Pues que encontramos muchos ejemplos de diferencias notorias en inteligencia tanto entre países de diversas razas como entre razas dentro de un mismo país. En primer lugar, por lo que se refiere a las diferencias entre países, nos encontramos con que, habiendo surgido la revolución industrial en un contexto europeo (anglosajón, para ser más concretos), los frutos de esos grandes avances de la técnica se han recibido de formas radicalmente distintas entre unas y otras razas. La primera expansión de la revolución industrial se da dentro de Europa occidental, tomando en particular la delantera Francia y Alemania. Posteriormente se expande a Europa oriental con éxito relativo, aunque la era del comunismo retrasó sensiblemente su desarrollo económico. El papel que hayan podido tener las agrupaciones de ascendencia en la expansión de los modernos avances de la técnica dentro de Europa es difícil de discernir, dado que en ese contexto las diferencias genéticas son más pequeñas, y la cercanía política, cultural y económica tiene un papel más importante. Pero por lo que se refiere a la recepción de esos avances en el resto del mundo, nos encontramos con una tendencia muy clara, que se puede resumir en que la mayor parte de los países mongoloides han adoptado la economía europea moderna extraordinariamente bien, la mayor parte de los países negroides notoriamente mal, y los países austronesios, amerindios y caucasoides no europeos de forma variada, pero sin alcanzar en general a los países europeos. Es extremadamente difícil hacer un juicio general de los países con ascendencia amerindia importante, porque el peso que la sangre amerindia tiene dentro de la América española en comparación con la sangre blanca y negra cambia radicalmente de país en país. Además, la accidentada historia política de las repúblicas emancipadas de las coronas de Castilla y Portugal ha afectado profundamente a su desarrollo económico. Teniendo en cuenta que en esa accidentada política han tenido parte indios, mestizos, negros y criollos de forma muy importante en distintos momentos, lo cierto es que es casi imposible hacer un análisis racial de su devenir histórico, o al menos eso sería objeto de un ensayo por sí mismo, y no de un artículo. En cualquier caso, se puede notar que los países históricamente más ricos de la América española, a pesar de su célebre desgobierno económico, son los que tienen más ascendencia europea: Chile, Argentina y Uruguay. También presenta dificultades hacer un análisis del desarrollo de los países austronesios, si se tiene en cuenta que el hecho de que se haya impuesto históricamente la familia austronesia de lenguas en un país no quita que una parte importante de su población pueda tener otra ascendencia. En relación a esto último, debe notarse que el más pobre con diferencia entre todos los países austronesios es Madagascar, que es también de todos ellos el único que ha tenido un mestizaje generalizado con los negros bantúes. Por lo que se refiere a los caucasoides no europeos, han tenido también unos resultados pobres, lo que se muestra entre otras cosas en el deseo que tienen de inmigrar a Europa decenas de millones de ellos. Es de justicia señalar, en cualquier caso, la notoria excepción de las petromonarquías. Sin embargo, lo que más interés nos suscita a la hora de demostrar o refutar el racismo psíquico son los países negroides y mongoloides, que precisamente por estar en los extremos permiten un análisis más claro.
Según hemos dicho, encontramos una tendencia clarísima: que los países del Asia amarilla han adoptado la técnica occidental extremadamente bien, y los países del África negra extremadamente mal. Por lo que a Asia respecta, vemos una diferencia aguda entre el Asia oriental estrictamente hablando, y el sudeste asiático continental. Los países del Asia oriental –así como Singapur, que está poblado por una mayoría de chinos han aunque se ubique en las Indias orientales–, han tenido un éxito arrollador en su desarrollo económico de los últimos 70 años, en algunos casos a pesar de la política de sus gobiernos. Japón, Surcorea, Singapur, Formosa y Hong Kong han llegado a superar notoriamente en riqueza (medida en pib per cápita) a gran parte de los países europeos. También tienen unos resultados envidiables por lo que se refiere a la criminalidad. China ha estado durante muchas décadas arrastrada por el desastroso sistema comunista, pero desde que se fue alejando del maoísmo económico su crecimiento ha sido espectacular. El único país del Asia oriental que no sigue esta tendencia es Norcorea, subyugada bajo una tiranía comunista que empobrece y maltrata a su población. Por perverso que sea el sistema norcoreano, quizás habría que considerar lo que dice sobre su carácter nacional el hecho de haber logrado hacer funcionar –rectius, sobrevivir– un sistema comunista en aislamiento absoluto del resto del mundo. Eso, con ser algo malo, no es una tarea fácil. El sudeste asiático, en comparación, tiene resultados diversos, que van desde los francamente malos de Birmania, Laos y Camboya hasta el medianamente bueno de Tailandia. Todo esto, en cualquier caso, se contrapone al desastre casi absoluto del África negra, cuyos países más ricos lo son más o menos tanto como los países más pobres del sudeste asiático, y cuyos países más pobres son los más pobres del mundo entero. Todo esto teniendo ingentes recursos naturales, habiendo pasado alrededor de sesenta años desde que lograron su independencia la mayor parte de ellos, y habiendo recibido billones ‒billones europeos, es decir, un millón de millones, lo que equivale a trillones americanos‒ de dólares de ayuda económica en los últimos ochenta años9.
Viendo esto, nuestra tesis es la siguiente: Al éxito extraordinario de los países del nordeste asiático y al fracaso extraordinario de los países del África subsahariana no se le puede atribuir de forma plausible ninguna causa distinta a las diferencias en agrupaciones de ascendencia. No se le puede atribuir de forma plausible porque no hay ninguna otra posible causa proporcional con la que se correlacione de forma significativa. Es muy común afirmar que la correlación no es causación, y esto en sí mismo no podría ser más cierto; pero cuando a una correlación no le acompaña ninguna otra correlación que pudiera explicarla, y la correlación por su propia naturaleza se presta a una explicación causal plausible, la correlación sí es causación, a todos los efectos. Ahora bien, no tienen en sí mismos estos países asiáticos nada que los haga más propicios a la técnica moderna fuera de su población misma. En el momento de la descolonización, eran igual de pobres y ajenos a las ciencias occidentales. No han logrado su éxito, como por ejemplo sí lo han hecho varios países árabes, principalmente a través de la explotación de recursos, antes bien muchos países africanos los aventajan en recursos naturales. Los países africanos podrán culpar de sus desgracias a la depredación europea y a las guerras civiles, pero los países asiáticos han sufrido la depredación europea y las guerras civiles tanto o más que los africanos. Además, aun suponiendo que de algún modo sean esas causas exógenas europoides culpables de su retraso, ¿no tienen también ellos la responsabilidad y la capacidad de librarse de esas influencias extranjeras? ¿Acaso no había empresas e intereses occidentales en Asia? ¿No tienen, incluso suponiendo que hubiera oscuros intereses que les intenten manipular, la capacidad de decidir por sí mismos acabar con los ciclos de guerras civiles? Por lo demás, no han faltado en los setenta años de descolonización gobiernos nacionalistas y afromarxistas que han realizado con toda decisión esfuerzos para terminar con la influencia occidental, mediante expropiaciones, expulsiones y asesinatos. Más que ser esto explicaciones plausibles, parece que no son sino excusas dirigidas a quitar a los africanos toda culpa de su situación. Si se culpa a los europeos de todas las desgracias de ese continente –no sólo durante la época colonial, sino incluso cuando muchos países han pasado ya más tiempo independientes que como colonias–, no es porque haya ninguna relación causal clara en comparación con el ejemplo asiático. Sencillamente, se parte como un axioma de la idea de que el estado del África no puede tener ninguna causa interna, siquiera parcial –salvo, si acaso, la culpa de unos abstractos «líderes corruptos», ignorando la potencial responsabilidad de la población en general–, y a partir de ahí se crean hipótesis para tratar de explicarlo echando la culpa a cualesquiera otras causas, a ser posible a los blancos.
En última instancia, esa pretensión de buscar las causas del estado de los países en cualquier lugar menos en su propio pueblo consiste en una filosofía anti-humana, que se aparta de la intuición básica de que es sobre todo el trabajo real de las personas lo que crea las condiciones económicas. Lo que hace funcionar las sociedades, lo que las hace pacíficas y productivas, es ante todo y sobre todo el esfuerzo y la voluntad de su población. Teniendo pues en cuenta que los países son o tienden a ser también agrupaciones de ascendencia, subrazas, por así decirlo, no puede negarse, una vez se considera los muy distintos resultados de unos y otros aun teniendo en cuenta el resto de condiciones, que existen genuinos «caracteres nacionales», étnicos, poblacionales o como se les quiera llamar, entre cuyas cualidades se encuentra una mayor o menor inteligencia. Y, teniendo en cuenta el principio establecido anteriormente de que las razas no son categorías discretas sino continuas, de tal suerte que se podrán hacer afirmaciones más exhaustivas cuanto más específico sea el grupo, pero menos informativas por lo que respecta a la cantidad de personas a las que se refiere, de la misma manera en la que se puede hablar de caracteres nacionales se puede hablar también de los caracteres de las grandes razas continentales, o de sus principales ramas. A esto podrá objetársele que, siendo la raza un continuo, no habría razón suficiente para establecer en tal punto antes que en tal otro el grupo al que podemos atribuir de forma general un cierto carácter. A esto se le responde que, precisamente por tratarse de un continuo en el que no hallamos unos límites a priori, sólo se puede hablar de los caracteres generales de las distintas agrupaciones de ascendencia por el método empírico, a posteriori. Es decir, que podemos señalar límites a esas agrupaciones de caracteres por el hecho mismo de que existan, utilizando el mismo método que hemos usado para clasificar las razas en primer lugar: buscar, teniendo en cuenta que estamos tratando no con categorías discretas sino con puntos en un continuo, cuáles son los principales espacios en los que los puntos se agrupan.
Nótese que de lo que hemos dicho hasta ahora no se sigue necesaria y directamente una conclusión racialista, en el sentido de que estas diferencias entre razas tengan un origen fundamentalmente genético. Lo que consideramos demostrado es que las diferencias de carácter humano entre agrupaciones de ascendencia no pueden atribuirse exclusivamente a causas exógenas a la agrupación misma; ahora bien, no es solamente mediante la transmisión genética que estos grupos humanos conforman sus caracteres. La raza o etnia no es, como hemos dicho, sino una agrupación de ascendencia, lo que podríamos llamar una familia de familias o una familia extendida que se perpetúa de forma endógama. Es por eso que la formación del grupo no se da sólo por medios genéticos, sino también meméticos, es decir, a través de una cultura común que se transmite de padres a hijos. El modo humano de educarse, de desarrollar costumbres, y por lo tanto una cultura y un carácter, es a través de la transmisión de padres a hijos. Es por tanto lo más natural que una etnia no se limite a ser una especie de agrupación genética que sólo pudiera conocerse mediante pruebas de laboratorio, sino que es una agrupación cultural o memética, es decir, que crea unos bordes definidos a través de la mímesis. Esto se da, en primer lugar, en el idioma. No hace falta explicar la importancia que los lenguajes tienen en el estudio de la genética de poblaciones, y viceversa. Sin embargo, va mucho más allá: La existencia de una ascendencia común implica una vida común, y en esa medida hay una tendencia natural a que la cultura y la etnia se correspondan. Allí donde hay una ruptura entre ambas, encontramos que ha habido alguna especie de desorden social. Por ejemplo, cuando una etnia ha tomado como primera lengua un idioma ajeno a su origen genético, eso significa que en esa sociedad en algún punto los hijos dejaron de aprender el lenguaje de sus padres para aprenderlo de alguna otra gente. Eso no tiene por qué ser necesariamente malo, o no del todo, pero implica que ha habido una ruptura social, en forma de invasión o de alguna otra manera. Ahora bien, las costumbres, el modo de pensar, las formas de trabajar y todo lo que fomenta de algún modo la inteligencia y moldea la conducta es también parte de la cultura y se transmite de padres a hijos. Por tanto, es lo más natural que las distintas razas tengan de facto diferencias en sus capacidades psíquicas y conductuales, y es precisamente la falta de diferencias lo que nos debería llamar la atención. Allí donde faltan diferencias psíquicas significativas entre razas, podemos asumir que son etnias cercanas, y en esa medida las diferencias, si las hay, son graduales; o que una raza ha asumido, al menos en parte, la cultura de la otra, y ha dejado que moldee así su comportamiento, a peor o a mejor; o es también posible, por último, que de forma alternativa hayan llegado a resultados semejantes, por pura casualidad o por alguna presión selectiva. Ahora bien, una vez se reconoce que tiende a haber diferencias culturales entre razas que afectan a la faceta psíquico-conductual de la persona, no se puede escapar del hecho de que habrá algunas culturas superiores y otras inferiores. Asimismo, no se puede escapar del hecho de que habrá prejuicios probables acertados en una línea racial, lo cual podría influir el comportamiento privado y aun la política pública. Habría también un comprensible deseo por parte de las razas con culturas superiores de expandir su cultura entre el resto de razas, para el mayor provecho de éstas. Esta forma de racismo es lo que sería el racismo cultural, el más común entre los conservadores europeos desde el fin de la segunda guerra mundial.
Sin embargo, no podemos dejar de señalar que existe otra forma de explicar estas diferencias, el racismo racialista o genético, también conocido como realismo racial. Estas vienen a ser las tesis que sostienen que el carácter, la conducta, las inclinaciones y en particular la inteligencia, están influidas siquiera parcialmente por la genética de forma semejante al resto de rasgos humanos, de tal manera que estén repartidos de forma sensiblemente desigual entre los clústeres genéticos. Así, del mismo modo en que hay razas más altas y razas más bajas, razas más blancas y razas más morenas, hay razas más inteligentes y razas más estúpidas, razas más trabajadoras y razas más perezosas, razas más pacíficas y razas más violentas. Esta tesis ha sido generalmente rechazada por la academia occidental desde la segunda guerra mundial, como ya expusimos en el segundo artículo de esta serie. También expusimos que la principal causa de ese rechazo ha sido política, antes que algún descubrimiento o prueba concretos. Por tanto, para llegar a conclusiones sólidas deberemos analizar por nuestra propia cuenta las principales pruebas a su favor y en su contra.
En primer lugar, debe ponerse en contexto la hipótesis a priori. Cabe preguntarse, antes que nada, si es plausible que algo así como los accidentes corpóreos transmitidos de padres a hijos tenga alguna influencia sobre el comportamiento y la inteligencia. La respuesta es que sí, ya que es una cosa aceptada universalmente, y en particular dentro de la tradición cristiana, la estrecha vinculación entre el lado espiritual y corporal del hombre. Aunque el intelecto sea una facultad esencialmente incorpórea, sus potencias se ejercen a través de lo corpóreo, como se muestra entre otras cosas por el hecho de que los desórdenes corporales pueden incapacitar el ejercicio de las facultades intelectuales a quien hasta el momento las poseía. Así se expresa por el Aquinate en la Suma Teológica Parte Ia, Cuestión 85, artículo 7:
Es evidente que cuanto mejor dispuesto está el cuerpo, tanto mejor es el alma que le corresponde. Esto aparece claramente en los seres de distinta especie. El porqué de esto radica en que el acto y la forma son recibidos en la materia según la capacidad de la materia. Por eso, ya que incluso entre los hombres los hay que tienen un cuerpo mejor dispuesto que otros, tienen un alma de mayor capacidad intelectual. Por eso, se dice en II De Anima: Vemos que los de carnes blandas tienen buenas aptitudes mentales. (…) [Esto también se da] por parte de las facultades inferiores, que el entendimiento necesita para el ejercicio de su operación, pues aquellos que están mejor dispuestos en sus potencias imaginativa, cogitativa y memorativa, están mejor dispuestos para entender.
Así, dice el salmista: «Se pervirtieron los malvados desde el vientre materno, los mentirosos se extraviaron desde el seno». Y dice el libro del Eclesiástico: «Por el aspecto se conoce al hombre, y por el rostro se conoce al inteligente». Sin negarse la libertad, la tradición cristiana no ha dejado de reconocer con realismo el papel del temperamento de nacimiento en el actuar. Asimismo, es un hecho de conocimiento general a partir de la experiencia, confirmado hasta la saciedad por la ciencia moderna, que la generación humana opera de tal manera que los hijos se parecen a los padres en sus accidentes corpóreos –como no podía ser de otra manera, pues de ellos reciben todo lo que son. De que la semejanza es una de las marcas esenciales de la filiación da testimonio Nuestro Señor, diciendo: «Si fuerais hijos de Abraham, haríais las obras de Abraham» y «Con esto atestiguáis en vuestra contra, que sois hijos de los que asesinaron a los profetas». Ahora bien, que esto se aplica también a los accidentes corpóreos que afectan directamente a la inteligencia no hay ningún motivo para negarlo. Sin embargo, para poder sostener como posible que los accidentes corpóreos que afectan a la inteligencia están repartidos de forma sensiblemente distinta entre las distintas agrupaciones de ascendencia, no basta con demostrar que estos accidentes existen y que se transmiten de padres a hijos, sino que hay también que demostrar que puede haber algún motivo por el que se acumularan de forma separada entre grupos. ¿Cómo podría darse esa acumulación? Como la de cualquier otro rasgo. El modo concreto en el que los rasgos se acumulan en distintos grupos humanos ha sido tradicionalmente una cuestión disputada, aunque en los últimos cien años se ha impuesto de forma generalizada la tesis de la mutación aleatoria y la selección natural. El que esta tesis sea o no cierta no afecta demasiado a este estudio, pues esto está referido antes que nada al cómo se han formado estas diferencias, y lo que a nosotros nos interesa es sobre todo la existencia de las diferencias mismas, y el hecho de que se transmiten de padres a hijos. Alguna especie de racialismo es perfectamente posible, por ejemplo, dentro de un esquema lamarckiano de la evolución, en lugar de uno darwinista. Pero, en la medida en el que el fenómeno de la acumulación y desarrollo de rasgos en agrupaciones de ascendencia es evidente, que esta acumulación y desarrollo pueda darse también en los rasgos referidos a la inteligencia no es algo que se pueda rechazar a priori. Por lo demás, los sistemas biológicos con los que en los últimos siglos se han tratado de explicar estos fenómenos no tienen por qué ir de la mano del materialismo, salvo que se interpreten en un sentido reduccionista. En esa medida, no creemos que ninguna de estas explicaciones excluya de suyo el papel de la Providencia, que es la última causa de que los distintos grupos humanos se desarrollen de distintas maneras.
Los motivos que puede tener la Divinidad para hacer distintos a unos y otros hombres son imposibles de adivinar del todo, aunque podemos imaginar que entre ellos se encuentra el papel providencial que vayan a representar distintas naciones en la historia de la salvación, así como la respuesta a la libertad humana, premiando y castigando a la descendencia en reacción a las acciones del hombre. Como dice la Escritura: «Yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la culpa de los padres en los hijos hasta la tercera y la cuarta generación de los que me odian, pero tengo misericordia por mil generaciones de los que me aman y observan mis preceptos». Y también: «Maldito sea Canaán, esclavo de esclavos será para sus hermanos». Asimismo, el estado general de corrupción de la especie humana viene de una falta originaria en nuestros primeros padres, como dice San Pablo: «Por un hombre entró el pecado al mundo, y por el pecado, la muerte, y así la muerte alcanzó a todos los hombres». Y en el libro del Génesis se contraponen a los hijos de Caín con el resto de los hijos de Adán y Eva, entendiéndose que estos son una rama más corrupta de la humanidad, y presentándose bajo una luz negativa el mestizaje entre los descendientes de Set y las descendientes de Caín. Por tanto, es posible que Dios quisiera determinar la superioridad e inferioridad de unas estirpes humanas sobre otras como premio o castigo por las acciones de sus ancestros originarios.
Tampoco puede rechazarse la posibilidad de que, sin atender a un premio o un castigo, quisiera Dios otorgar distintos caracteres a distintos pueblos en razón del papel que vayan a jugar en su plan providencial para la Creación. Por ejemplo, Dios quiso que la más sublime de las ciencias, la teología, fuera principalmente desarrollada en el ámbito greco-latino –y sobre todo en este último, después del cisma de Oriente. Es por eso, sin duda alguna, que quiso que la filosofía naciera en el ámbito griego, y el derecho en el ámbito latino, para que sobre esas bases se pudiera levantar el edificio de la teología. Teniendo eso en cuenta, ¿qué hay de implausible en que diera a esos pueblos greco-latinos una mayor capacidad intelectual que les hiciera más adecuados para ese desarrollo teológico? Asimismo, las mayores actividades misioneras de la historia fueron hechas por unos pocos pueblos europeos, en particular el español. ¿Qué hay de implausible en que diera a esos pueblos un mayor ingenio y un más firme temperamento que les permitieran realizar esa misión? Es cierto que esas son acciones estrictamente sobrenaturales realizadas por la gracia, pero también es cierto que la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona. Y aun los pueblos enemigos de la Santa Iglesia, los que más han acelerado la llegada del misterio de iniquidad, ¿no requieren también una inteligencia particular para desempeñar ese papel? La perfección de la Creación se realiza a través de la diversidad, y ese es el motivo por la que existen distintos grados del ser creado, desde la materia inerte hasta los espíritus puros. También por ello hay, incluso entre los salvos, mayores y menores grados de santidad. ¿Qué hay de implausible en la idea de que ese mismo fin de la perfección de la Creación motivara la distinción de capacidades entre pueblos?
Nada habría en ello contrario a la justicia y bondad de Dios, pues no deja de dar a todos los hombres y todos los pueblos todo lo que merecen y necesitan. Si, habiendo dado a todos lo que merecen, beneficia a algunos en mayor medida en razón del mérito de sus padres o cualquier otro motivo que le plazca, no hay nada que pueda echársele en cara. Como dice el Señor en la parábola de los viñadores: «¿No me es lícito hacer lo que quiera con lo mío? ¿O vas a tener envidia porque yo soy bueno?». Dios ha dado a todos los hombres la racionalidad y el alma inmortal. Aún más, a todos ha dado acceso al orden de la gracia, que de suyo no es merecida por nadie. Si, dentro de la común naturaleza, da a algunos mejores accidentes corpóreos que a otros, que les permitan así ejercer de forma más plena las potencias de esa naturaleza, ¿dónde está la injusticia? De hecho, nadie puede negar que esto sea realmente así, a lo menos respecto a los individuos. Ahora bien, si a ninguna persona cuerda se le ocurriría poner la bondad divina y el origen común de la familia humana por prueba de que no hay entre los individuos diferencias de carácter e inteligencia desde el nacimiento con raíz en la ascendencia, ¿por qué iba a ser esto distinto respecto a los grupos humanos? De todo ello se concluye que no hay motivos para el rechazo apriorístico del racismo racialista poniendo por causa la voluntad divina.
Para esa disposición providencial, Dios podría utilizar cualesquiera medios que estime oportunos. No importa demasiado si acumula los rasgos a través de un sistema lamarckiano de transmisión, o a través de la mutación aleatoria y la selección natural, o mediante alguna combinación de ambos, o mediante algún otro medio desconocido. Lo importante es, sobre todo, el hecho mismo de que los rasgos se acumulen en agrupaciones genéticas y se transmitan de padres a hijos dentro de éstas.
Ahora bien, sentado que sea algo de suyo posible, ¿hay alguna prueba positiva a favor de esa distinción de caracteres? Ya hemos concluido que está suficientemente probado que hay correlaciones sensibles entre razas y caracteres, atendiendo a las diferencias políticas y económicas entre los países africanos, por un lado, y los europeos y asiáticos, por el otro. Sin embargo, y aunque la hipótesis de las condiciones económicas sea insuficiente, eso no prueba de suyo que esas diferencias sean genéticas. Una parte de esas diferencias puede atender a la cultura, en la medida en que ésta también se transmite dentro de las razas y naciones. Así, para juzgar sobre el origen genético de las diferencias de carácter e inteligencia entre razas, habrá que analizar esas diferencias controlando todas las variables que nos sean posibles. Las principales fuentes a este respecto las encontraremos en los Estados Unidos. No sólo es este el país que ha liderado las ciencias en el último siglo, sino que además es el país con mayor diversidad racial de entre todos los países ricos occidentales, y han desarrollado, en los últimos setenta años, una clara obsesión por la raza y por la genética. Todo ello ha sido un caldo de cultivo del que han surgido infinidad de estudios sobre la materia; estudios que han estado en gran parte marcados tendenciosamente por un fortísimo prejuicio antirracista, pero que no han dejado, sin embargo, de darnos mucha información.
En el contexto actual suele entenderse que el método más concluyente para determinar cualquier cuestión es el análisis cuantitativo propio de la ciencia empírica moderna, pero esto choca con el hecho de que la realidad que aquí tratamos es esencialmente cualitativa. Siendo esto así, no podemos traducir la realidad analizada en términos cuantitativos perfectos. Pero sí podemos capturar parcialmente lo cualitativo en la medida en que tomemos distintos signos de esa realidad que sí que pueden ponerse en términos cuantitativos, y estos datos se procesen de tal suerte que puedan ponerse en índices estadísticamente relevantes. Así, tanto en materia de comportamiento como de inteligencia habrá que acumular datos, seleccionar los relevantes y capturar las tendencias más importantes en índices. Estos índices deberán compararse entre razas, y, supuesto que haya alguna diferencia, repetir las comparaciones controlando todas las variables posibles, hasta que se concluya o que puede explicarse suficientemente por alguna causa distinta a la genética, o que la causa total o parcial de esta diferencia es de origen genético.
Por lo que respecta a la inteligencia, el sistema que se ha adoptado ha sido el de los tests de inteligencia. Los psicólogos han diseñado diversas pruebas dirigidas a medir la inteligencia en distintos campos (matemáticas, verbal, espacial, etc.). Todas estas pruebas psicométricas tienen una correlación positiva entre sí, de modo que estas pruebas miden en mayor o menor medida un factor común, al que se le suele llamar inteligencia general o factor g10. De entre todas las pruebas psicométricas, la más exitosa a la hora de medir de forma estable toda una serie de capacidades que de forma general se entiende que constituyen la inteligencia ha sido el test de cociente intelectual o CI (en ocasiones erróneamente llamado en castellano IQ, según las siglas en inglés).
La validez de este índice ha sido demostrada hasta la extenuación frente a los constructivistas e igualitaristas, incómodos porque las capacidades intelectuales estén determinadas de formas tan marcadamente distintas entre personas, y que estas capacidades puedan conocerse con cierta precisión a través de un método tan sencillo como una prueba estandarizada. Así, se han mostrado correlaciones claras, incluso tras controlar por el trasfondo socioeconómico de un individuo o de sus padres, entre el CI y la pobreza, la criminalidad, los resultados educativos y el CI de los hijos, así como las tasas de divorcio y descendencia ilegítima11. Incluso la wikipedia, extremadamente tendenciosa contra la validez del CI en general y contra cualquier diferencia de CI entre grupos en particular, cita estudios que señalan una correlación del 0.5 entre CI y resultados escolares12, y otro tanto con la renta, incluso controlando por el origen socioeconómico13. Asimismo, la correlación del CI con el rendimiento laboral es superior a cero en todos los oficios estudiados, encontrándose en un rango de entre 0.2 y 0.6 dependiendo del trabajo en cuestión14. Los test de CI han demostrado ser los que tienen una correlación más fuerte con la inteligencia general, que llega hasta el 0.9515. Además de ser un índice extremadamente útil para medir la inteligencia, el CI ha demostrado también tener una alta heredabilidad, que en la edad adulta llega hasta el 0.8 o 0.9, lo que se prueba entre otras cosas por los estudios de gemelos16. Esto quiere decir que, de todas las diferencias de CI entre unas personas y otras, sólo el 20 puede explicarse por el entorno, mientras que la amplia mayoría trae por causa la genética.
Con este instrumento psicométrico, podremos comparar de forma cuantitativa la inteligencia de las principales razas continentales puestas en un contexto socio-económico y cultural semejante, el de los Estados Unidos. En la medida en que los resultados de este país para cada raza son coherentes con lo que resulta de la comparación entre países con distintas razas predominantees y de esas mismas razas en otros países, el análisis de las causas a través del control de todos los factores posibles en los EEUU nos permite sacar conclusiones que pueden extenderse a todo el mundo. Pues bien, partiendo de todo lo anterior, la existencia de una diferencia de unos 15 puntos de CI entre los blancos estadounidenses y los afroamericanos es uno de los hechos más firme y constantemente demostrados en la psicología. Con una media blanca de 100, la media negra se ubica en torno a los 85 puntos, lo que equivale a una desviación típica. La media de los hispanoamericanos se encuentra entre la de los blancos y los negros, aunque con una variabilidad mucho mayor, en la medida en que representa un grupo cultural antes que étnico. Finalmente, los asiático-americanos han obtenido de forma constante resultados sensiblemente superiores a los de los euroamericanos, estando alrededor de los 105 puntos. Este hecho es tan absolutamente incontrovertible, que cuando Richard Herrnstein y Charles Murray publicaron The Bell Curve en 1994, incluso los artículos académicos que se dirigieron a contradecir esta obra tuvieron que conceder ese dato en concreto17. Ha habido muchos intentos interesados de fingir que esta brecha no es tan clara como se dice, o que se está cerrando poco a poco. El procedimiento típico en estos casos es el de citar algún estudio aislado en el que la brecha sea ligeramente menor, y pretender a partir de ello que la brecha «se está cerrando» (gracias a las políticas antirracistas, se entiende). Sin embargo, los estudios recientes son muy claros en mostrar en que la brecha no se ha cerrado ni un ápice en sesenta años18.
Dado que esa diferencia en CI es un hecho probado, lo único que resulta discutible son las causas de tal diferencia. Nótese también que, incluso suponiendo que las causas no fueran exclusiva o principalmente genéticas, esa diferencia en inteligencia sigue siendo real, con todas las consecuencias que ello implica. Puesto que en la academia hay una profundísima fobia a la sola idea de que tales diferencias de inteligencia tengan causas genéticas, se han planteado toda clase de hipótesis alternativas. La principal de todas ellas ha sido la de las «causas socioeconómicas», pero esta se ha demostrado una hipótesis muy deficiente. En primer lugar, porque, más allá de una apelación genérica, jamás se ha mostrado de forma clara ningún mecanismo concreto por el que esas causas socioeconómicas pudieran influir de forma tan sustancial en el CI. La desnutrición y otros problemas severos de salud pueden dañar al desarrollo cognitivo, por supuesto, pero ese no es un problema de la comunidad afroamericana. Asimismo, la falta total de educación reglada podría tener influencia, pero esa tampoco es la situación en la que los afroamericanos se encuentran. Que un entorno escolar sensiblemente peor pueda dañar de forma tan profunda al CI nunca se ha demostrado, antes bien al contrario, todos los datos apuntan a que la mayoría de rendimientos de la educación se encuentran en las fases iniciales de alfabetización básica, y que la mayor parte del éxito educativo está determinado por la propia calidad humana de los alumnos19. Fuera de esas situaciones de pobreza extrema a la que los afroamericanos no se enfrentan, un menor nivel medio de riqueza, dentro de unas circunstancias generales propias de un país rico, de ninguna manera pueden afectar de tal modo a la inteligencia. Otros indicios contra la explicación económica son los siguientes:
- Los hispanoamericanos y los nativos americanos en EEUU tienen menos renta per capita que los afroamericanos, pero obtienen mejores resultados en los test de CI20
- La población de distintos países asiáticos es mucho más pobre que los afroamericanos, pero obtienen resultados notablemente superiores en los test de CI21
- Los afroamericanos con origen en familias de clase alta e incluso muy alta exhiben tasas de comportamiento de bajo CI, como la criminalidad, muy superiores a la media del resto de razas a ese mismo nivel de renta. De hecho, los afroamericanos de familia muy rica delinquen más o menos tanto como los euroamericanos de familia muy pobre22. Algunos estudios muestran que los afroamericanos de familia más rica apenas llegan al CI de los euroamericanos de familia más pobre, pero esto debe tomarse con una pizca de sal, ya que son datos de los 6023. Es lo que parece extraerse, sin embargo, de los datos de las pruebas SAT de 2009, en las que los afroamericanos de familia de mayor renta obtuvieron resultados semejantes a los de los blancos de familia de menor renta24. El SAT tiene una correlación muy fuerte con el CI, de alrededor del 0,825, y se ha demostrado repetidamente que la preparación tiene resultados muy limitados26.
- La evolución de las circunstancias socioeconómicas de los afroamericanos en los últimos sesenta años no ha modificado de forma notoria la brecha de CI, pese a los programas de subsidios económicos masivos.
En segundo lugar, se suele alegar una supuesta discriminación, que va más allá de las circunstancias socioeconómicas. Esta discriminación sería tal que alcanza también a los afroamericanos ricos, y por ello la mera reducción de la pobreza no logra erradicar la brecha de CI. Sin embargo, esta hipótesis se encuentra con obstáculos todavía mayores que la hipótesis socioeconómica. En primer lugar, los mecanismos concretos a través de los cuales la discriminación podría reducir la inteligencia son todavía más misteriosos. Que la pobreza extrema pueda con ciertas condiciones dañar la inteligencia es plausible, sobre todo a través del daño a la salud o la ausencia de cualquier tipo de educación. Ahora bien, jamás se ha demostrado que la discriminación, al menos tal y como se vive o pretendidamente se vive en EEUU, pueda dañar la inteligencia. Ni los malos tratos ni las malas miradas hacen tonto a un listo. Tampoco se ha mostrado jamás el modo en el que los «estereotipos» podrían llegar a afectar de tal modo a la inteligencia. ¿Acaso porque ‒supuestamente‒ los medios representen a los negros como tontos, van estos a hacerse tontos de verdad? ¿Se aplica esta regla del radical efecto transformador de los estereotipos a cualquier otro grupo? Tampoco las diferencias de trato por lo que respecta al acceso a puestos de trabajo o de honor académico podrían explicar las diferencias de CI. Ni el trabajo ni la universidad modifican de ninguna manera el CI, sino que por el hecho de tener ya tal inteligencia se avanza en tales puestos. Si hubiera una discriminación sistemática contra los afroamericanos, lo que nos encontraríamos no es una brecha en el CI, sino una brecha entre su CI medio y los resultados laborales y académicos que por su CI les corresponderían. Además, esta hipótesis, como la socioeconómica, no es capaz de resistir al análisis comparativo. Los asiáticos, cuando llegaron por primera vez a los EEUU, también se encontraron con discriminación, y eso no provocó que tuvieran peores resultados en los test de CI, ni les impidió a la larga el éxito económico. También si tomamos una perspectiva histórica amplia podemos encontrar fácilmente casos de minorías discriminadas cuya situación ‒infinitamente peor que la de los negros en EEUU‒ no resultó en que perdieran inteligencia. El ejemplo más claro es el de los judíos, que a través de países y épocas han sido discriminados de distintas maneras y eso no les ha impedido dedicarse principalmente a trabajos que requieren cierta inteligencia, así como tener éxito en las llamadas ciencias duras. En particular, y dado que es un período del que tenemos datos estadísticos fiables, podemos ver el caso de los judíos de la Unión Soviética (que tuvo muchos judíos en puestos clave en sus inicios, pero después tuvo una importante tendencia anti-judía). Los judíos fueron sistemáticamente discriminados en el terreno académico, hasta el punto de que, por ejemplo, en la facultad de matemáticas de máximo nivel de Moscú entraban diez veces menos judíos de los que habrían entrado basándose exclusivamente en los resultados académicos. Sin embargo, eso no impidió que los judíos representaran más de la mitad de receptores de premios Nobel, medallas Fields y premios Wolf de matemáticas27. Finalmente, deben señalarse otros hechos como que no se haya reducido la brecha de CI tras sesenta años de triunfo legal e impulso político del movimiento antirracista. Si tras haberse modificado de forma tan profunda la situación de discriminación de los afroamericanos no se ha reducido la brecha de CI, e incluso han aumentado en la comunidad afroamericana algunos comportamientos de bajo CI como la criminalidad violenta, no puede achacarse de forma plausible tales diferencias a la discriminación. Por lo demás, que tal discriminación siquiera exista de la manera en que la pintan los activistas antirracistas es una cosa más que dudosa. Lo que sí que hay, de modo abierto y declarado, es una campaña de discriminación positiva (i.e. antiblanca) que dura ya sesenta años, la amplísima mayoría de la población estadounidense es declaradamente antirracista, y múltiples estudios han mostrado que tampoco puede encontrarse una pretendida discriminación anti-negra subconsciente, sino más bien lo contrario, un prejuicio pro-negro sensible hasta entre los que se declaran contrarios a la discriminación positiva28. Pero aun suponiendo que hubiera tal discriminación, esta no puede explicar las diferencias de inteligencia.
En tercer lugar, se propone como causa la cultura, sobre todo desde los ámbitos conservadores. Esto es algo de lo que la comunidad afroamericana saldría bastante mal parada, pues supondría que su cultura es profundamente inferior y tiene que reformarse por su propio bien y el de los EEUU en general. Que la cultura afroamericana deja mucho que desear es algo en muchos puntos evidente para el que tenga buen criterio, sobre todo en lo que se refiere a la glorificación de la violencia y la mala vida. Asimismo, desde su mentalidad de víctimas y su desprecio al trabajo duro y la disciplina hasta sus bailes obscenos y animalescos, es fácil hacer una larga lista de los problemas que sufre la cultura afroamericana. De hecho, algunos activistas antiblancos ya se han ocupado de hacer una lista de esos caracteres problemáticos de la cultura afroamericana, con la diferencia de que los consideran cosas buenas, y consideran opresiva la «cultura blanca» a la que se contraponen. El Museo Nacional Smithsonian de Historia y Cultura Afroamericana publicó una «guía sobre la blanquitud» que incluía como partes fundamentales de la cultura blanca «la familia nuclear», «el pensamiento objetivo y racional», «el trabajo duro» y «los horarios rígidos»29. Si esto fuera esencialmente «cultura blanca», lo único que se seguiría de ahí es que todo el mundo debería adoptar la cultura blanca. Sin embargo, en lugar de reconocer los problemas en su cultura, asumen esos errores como parte de su identidad, con lo que no es sorprendente que tan solo profundicen en ellos. No obstante, tampoco hay ningún motivo suficiente para atribuir esa diferencia en inteligencia exclusivamente a las diferencias culturales. En primer lugar, porque no se ha hallado ninguna de las causas específicas a través de las cuales la cultura influiría tanto en el CI, al menos de manera tan sensible como lo son quince puntos. Los estudios sobre la influencia del modo de crianza en el CI han mostrado unos resultados muy limitados, con lo que, si incluso el modo en que a uno le educan sus propios padres no llega a modificar de modo tan sensible el CI, no parece haber motivo para pensar que la cultura en general pueda hacerlo30. Además, la idea misma de que pueda considerarse la cultura de un grupo racial en abstracción de ese mismo grupo como comunidad genética es dudoso. Al fin y al cabo, son las personas concretas las que crean la cultura, personas que tienen una determinada constitución física. Aunque ciertamente que son cosas distintas, no parece que esté justificado separarlas netamente. La hipótesis puramente culturalista parece que, como mínimo, carece de pruebas. Quien quisiera demostrarla, debería proponer aspectos concretos de la cultura afroamericana que puedan afectar a la inteligencia, y comprobar en este y otros grupos que la correlación es significativa. Dada la alta heredabilidad de la inteligencia y que la amplia mayoría de rendimientos de la educación se han encontrado en las fases de enseñanza básicas, no parece que esta hipótesis tenga mucho futuro. Sin embargo, considero probable que la cultura tenga un papel importante en combinación con los genes.
Esto nos lleva a la última de las principales hipótesis, que es la genética. El primero de los motivos que esta posición tiene a su favor es la debilidad de todas las alternativas, que, o no tienen un fundamento firme, o directamente contradicen los datos. El papel que actualmente tienen los «factores socioeconómicos» y la «discriminación» en el discurso académico es el de servir como válvulas de escape frente a la hipótesis genética. Se apela a esos factores en abstracto, sin demostrar o siquiera proponer ningún mecanismo concreto a través del cual puedan llegar a afectar realmente a la inteligencia tal y como esta se plasma en las pruebas de CI u otras pruebas psicométricas semejantes. Tampoco se compadece ninguna hipótesis además de la genética con el hecho de que no se haya hallado diferencias en las tasas de heredabilidad del CI de unas razas a otras31, cuando lo predecible, en el caso de que hubiera algunas razas con el CI deprimido por el ambiente, sería que el CI entre las personas de estas razas varíe de forma relevante según cambia el ambiente de una generación a otra (si se mueven a un entorno menos racista, si mejoran su posición económica, si obtienen una mejor educación) Así, acaban teniendo un papel semejante al de los epiciclos en el sistema ptolemaico, que sirven para cuadrar con cualquier observación una tesis decidida de antemano. Frente a esto, la posición realista es que tenemos suficientes indicios como para hacer un juicio probabilísimo, una vez se tiene en cuenta todo lo que sabemos sobre la naturaleza humana a través del contacto empírico, tanto histórico, como personal y estadístico. El ser humano es un ser corpóreo, el alcance de cuya inteligencia está determinado por la constitución física a través de la cual el espíritu ejerce sus facultades. Esta constitución física se transmite de padres a hijos, con lo que es natural que estos tengan alguna semejanza en la inteligencia. Ahora bien, dado que los seres humanos se reproducen dentro de comunidades relativamente cerradas en las que se repiten los caracteres físicos, es de suyo plausible que los caracteres físicos relacionados con la inteligencia se hallen también de forma distinta en las distintas agrupaciones de ascendencia. Dado que, de hecho, la inteligencia está agrupada de forma sensiblemente diferenciada en las agrupaciones de ascendencia, es racional asumir que los propios caracteres físicos heredados son como mínimo una de las causas de esas diferencias en inteligencia. Partiendo de ahí, sería cuanto menos una presunción razonable, y lo que habría que demostrar es lo contrario. Ahora bien, si esas diferencias de inteligencia percibidas de forma intuitiva se reflejan de forma estable en índices psicométricos relevantes, si se ha demostrado que esos índices tienen una alta heredabilidad, y si las causas alternativas propuestas para esa diferencia en los índices o contradicen los datos o no han sido probadas, el origen físico-genético de las diferencias de inteligencia reflejadas en tales índices ya no es sólo una hipótesis probable, sino una tesis segura.
Pese a la intensa difamación que ha sufrido esta tesis, negándose financiación a sus investigaciones y truncando la carrera académica de quienes la proponían, los datos son sólidos y cada vez reciben mayor aceptación, hasta el punto de que esta es la posición mayoritaria entre los psicólogos de la inteligencia. Por lo menos, esto es lo que parece resultar del estudio-encuesta más específico al respecto32, que resultó en que, entre los psicólogos de la inteligencia de los EEUU, el 57% creía que la mitad o más de la brecha de CI entre negros y blancos proviene de causas genéticas. Un 23% sostuvo que procedía de causas principalmente ambientales y parcialmente genéticas, y un 17% que procedía de causas exclusivamente ambientales. Como vemos, la posición estrictamente anti-racialista es bastante minoritaria en la academia, con lo que difícilmente podrá tacharse de pseudociencia apelando en exclusiva a un pretendido consenso científico. Antes bien, que el consenso científico sea contrario a la tesis anti-racista, o al menos a su versión radical, pese a toda la presión social y económica que ha habido por imponer esa tesis33, es un indicador muy importante de que los datos están a favor de la herencia de la inteligencia.
Sin embargo, y por último, debe señalarse que el apoyo de esta tesis no está solamente en su plausibilidad intrínseca y en el hecho de que hasta ahora todas las hipótesis alternativas hayan fallado. A su favor también se encuentran, en primer lugar, un estudio que ha encontrado que la correlación entre la raza y el CI se replica a través de un modelo de predicción del CI a partir de resonancias magnéticas (MRI)34. También parecen apuntar en esa dirección algunos estudios que aspiran a encontrar pruebas directas sobre la relación (o falta de ella) entre la inteligencia y la ascendencia geográfica. Una prueba directa en esta materia consistiría en conocer de manera más o menos completa qué genes son los que determinan la inteligencia, y comprobar si estos genes están o no desigualmente repartidos. Lo cierto es que apenas se conoce la superficie de la cantidad inmensa de factores genéticos que influyen la inteligencia, y yo me mantengo relativamente escéptico de que se vayan a lograr avances importantes en una u otra dirección por este camino en el medio plazo. En cualquier caso, hay un estudio que analiza nueve alelos fuertemente correlacionados con la inteligencia y comprueba que están repartidos de una forma que corresponde a la inteligencia fenotípica tal y como esta se refleja en el CI35, y otro estudio que ha logrado predecir el CI medio de ocho grupos étnicos a través de puntuaciones poligénicas36. Presento aquí estos estudios porque puede que deban tenerse en cuenta. Sin embargo, considero que las pruebas positivas más fuertes a favor de la tesis hereditarista son las que siguen.
Primero, y contradiciendo principalmente a la tesis culturalista, los estudios de adopciones. Por lo que respecta a la adopción transracial, nos encontramos lamentablemente con que ha habido pocos estudios de ese tipo, y los que ha habido no cuentan con poblaciones tan grandes como sería deseable. Además, algunos estudios no han tenido en cuenta que el CI es más maleable en la niñez que en la adultez, de tal manera que, para sacarse conclusiones definitivas, sería necesario tener en cuenta no sólo el CI de los adoptados cuando son niños, sino sobre todo cuando llegan a la adultez. El mayor estudio que ha habido al respecto es el Estudio de Adopción Transracial de Minnesota de 199237. En este estudio se hicieron pruebas de CI a alrededor de 200 niños, unos adoptados y otros que no, siendo los adoptados de raza blanca, negra, asiática, amerindia y mulata, analizándose su CI a las edades de 7 y 17 años. Los resultados definitivos con 17 años fueron que los que menos CI tuvieron fueron los niños adoptados con dos padres negros, seguidos de los asiáticos y amerindios, seguidos de los mulatos, y con los blancos en la punta. Los niños afroamericanos puros obtuvieron 17 puntos de CI de media menos que los blancos puros, lo cual es ligeramente superior a la diferencia media en la población en general. Los datos de los asiáticos y amerindios no terminan de encajar con los de esas poblaciones en general en los EEUU, pero el grupo era pequeño y el estudio da conjuntamente los datos de asiáticos y amerindios, con lo que apenas se pueden sacar conclusiones de aquello. Es digno de atención el hecho de que los mulatos tuvieran resultados que se ubicaban entre los de los unos y los de los otros. Este estudio, con no ser absolutamente definitivo, parece claro que encaja mucho más con la tesis genética que con cualquier otra. En particular, parece chocar con la tesis culturalista, ya que el CI de los niños en última instancia no estuvo determinado por su entorno familiar, ya que los niños negros educados en familias blancas tenían el CI medio común entre los afroamericanos. Con todo, los defensores de la hipótesis de la discriminación han venido sosteniendo que eso en nada daña a su posición, porque los niños negros criados en familias blancas también son discriminados por su raza. Pero ya hemos señalado los problemas que tiene esta postura.
Sin embargo, el golpe final a las tesis no-genetistas lo dan, a mi parecer, los admixture studies. Y es que, suponiendo que la causa de las diferencias de inteligencia sea algún factor ambiental que afecte a una raza como grupo social, parece evidente que bastará el formar socialmente parte de ese grupo racial para verse afectado por esos factores que moldean el CI. Por otro lado, suponiendo que la causa de las diferencias de inteligencia sea la constitución física heredada en genes que están repartidos de forma distinta entre razas, parece evidente que no importará sólo el ser parte de una raza como grupo social, sino el conjunto de la ascendencia genética que uno posea. Por ejemplo, una persona que tenga nueve décimas partes de ascendencia blanca y una décima parte de ascendencia negra, lo más probable es que tenga fenotipo blanco y padres con fenotipo blanco, se mueva en un entorno social blanco y todos le tomen por blanco, y, sin embargo, tiene una décima parte de ascendencia negra en sus genes. Otro tanto puede decirse respecto a los negros con parte de ascendencia blanca. Ahora, si la inteligencia está determinada por los genes, repartidos de forma diferente entre razas, podrá hallarse una correlación entre la inteligencia y el porcentaje de ascendencia de una u otra raza. En el caso americano, uno de los obstáculos para un estudio como este es la poca cantidad de personas autoidentificadas como blancas que tengan un porcentaje relevante de ascendencia negra. Dentro de los EEUU, los blancos son la raza que menos se ha juntado con las demás, mientras que el resto de grupos raciales, y en particular los afroamericanos, tienen como regla general algún porcentaje de ascendencia extraña. Por tanto, los admixture studies dependen principalmente de la variabilidad de ascendencia europea dentro de la población afroamericana. Los afroamericanos tienen una ascendencia europea media del 16%, con una desviación típica del 11%, es decir, que los afroamericanos comunes se mueven entre un 5% y un 27% de ascendencia europea. Pues bien, tomando los datos de la Philadelphia Neurodevelopmental Cohort, un proyecto que ha recopilado los datos genéticos y psíquicos de casi diez mil niños estadounidenses, y excluyendo de los cálculos a los inmigrantes africanos recientes, que tienen por las políticas de atracción de talento de los EEUU en general una capacidad superior a la media, un estudio de 2021 (que mayormente replica otro de 2019)38 ha obtenido una correlación de 0.13 entre la inteligencia general (factor g) y la ascendencia europea. Así, un afroamericano que esté en el extremo inferior de la desviación típica (5%) tiene de media 3 puntos de CI menos que un afroamericano que está en el extremo superior de la desviación típica (27%). Esto en el trato normal puede resultar ligeramente perceptible. Ahora bien, un blanco típico de los EEUU, con un 98% de ascendencia europea, está 7.45 desviaciones típicas sobre la media afroamericana de ascendencia europea. Eso, con una correlación de 0.13 entre ascendencia europea y g, implica casi una desviación típica completa en inteligencia, 0.97. Ahora bien, una desviación típica es exactamente lo que, en los índices psicométricos comunes, y en particular en los test de CI, separa a los euroamericanos y los afroamericanos. Con lo que parece que toda la diferencia puede explicarse por la ascendencia39. No hay ninguna forma plausible de explicar esta diferencia salvo suponiendo que la misma ascendencia sea la causa, porque los individuos con más o menos mezcla se socializan dentro del grupo al que mayormente pertenecen, y tanto desde fuera como desde dentro se identifican con ese grupo al 100% y participan de su cultura. Así, las hipótesis que tratan de justificar la diferencia en inteligencia por el ambiente social se vienen abajo. El último intento desesperado, frente a estos estudios, de resistir frente a la tesis genética, ha sido proponer que la discriminación que deprime la inteligencia de los afroamericanos está desigualmente repartida según el tono más o menos oscuro que tienen los negros. Esto, por supuesto, es absurdo, y principalmente por las razones que siguen:
- En primer lugar, por todas las razones que se encuentra la tesis de la discriminación. No se conoce ningún mecanismo concreto por el que la discriminación deprima la inteligencia; no ha habido cambios sustanciales en los resultados de los índices psicométricos mientras que sí los ha habido en la discriminación, sus modos y su intensidad; y hay muchos y muy importantes ejemplos de grupos que han sufrido discriminación sin que eso deprima su inteligencia.
- Esa depresión de la inteligencia se hace todavía más implausible si su causa no es solo la discriminación racial, sino, en particular, la discriminación tonal dentro de la raza. No se puede ir más allá de anécdotas por lo que respecta a supuestos casos de discriminación tonal, y no hay ninguna manera plausible en la que estos pudieran afectar a la inteligencia. Además, por la regla del one drop rule, en general los blancos de los EEUU meten a todos los negros en el mismo saco, y no se preocupan demasiado por si unos son más oscuros que otros. Difícilmente van a modular su discriminación de forma suficiente como para deprimir a unos más y a otros menos la inteligencia (no se sabe cómo).
- Contra la hipótesis de la discriminación tonal choca el hecho de que los africanos puros de inmigración reciente son más inteligentes de media que los afroamericanos. Son más inteligentes porque representan una inmigración selectiva y profesional, pero según la hipótesis de la discriminación tonal, los blancos americanos deberían ser mucho más discriminadores contra ellos, de tal manera que se deprima su inteligencia. Sin embargo, parece que las reacciones que sufren ante su tono de piel más oscuro que el de los afroamericanos típicos no ha tenido ninguna influencia en sus resultados psicométricos.
- Además, ha habido algunos estudios40 que han analizado la tesis del colorismo desagregando entre la ascendencia europea (genotipo) y los rasgos europeos (fenotipo). Si hay una discriminación colorista que favoreciera a los europeos, parece que lo que se favorecerían son los rasgos europeos tal y como estos se manifiestan externamente. Por tanto, entre dos personas con el mismo porcentaje de ascendencia europea, una de las cuales tuviera de hecho un aspecto más europeo, y otro menos europeo porque los rasgos europeos típicos los tiene «escondidos» como genes recesivos, parece que la primera persona recibiría más «privilegios» que le ayudarían en su camino vital, pese a ser tan europea como la segunda. Sin embargo, este estudio llegó a la conclusión de que, controlando la ascendencia europea, no hay correlación entre el aspecto europeo y g, o entre aspecto europeo y resultados escolares. Esto choca con la tesis colorista, tan implausible de suyo.
Cuando todos estos datos, que controlan las distintas variables propuestas como alternativa a la causa genética, se ponen en relación con el hecho de que los datos brutos de EEUU son coherentes con los que pueden encontrarse en otros países, se pueden sacar conclusiones generales respecto a las principales razas continentales, o a lo menos respecto a sus principales subdivisiones. En Gran Bretaña se ha hallado41 una clara correlación entre la nacionalidad y el CI, teniendo los africanos una media de 87, los árabes una media de 89 y los judíos una media de 107, con una media de 100 por parte de los británicos étnicos. Es digno de notarse que el CI medio de estos grupos de inmigrantes se correlaciona fuertemente (0,93) con el CI medio que obtienen en sus propios países, mientras que con su estatus socioeconómico encuentra una correlación notoriamente más débil (0,56). Por su lado, también algunas estimaciones42 del CI por razas en Israel apuntan en esta dirección, estando los judíos asquenazíes los primeros y los judíos etíopes los últimos. Esto es notable porque los judíos etíopes, con ser de la mayoría judía, obtienen peores resultados que los discriminados árabes.
El conjunto de los datos es concluyente. Y, por el hecho mismo de ser concluyente, no va ni puede ir en contra de la tradición cristiana, pues la razón y la revelación no se contradicen ni pueden contradecirse, siendo así que ambas han sido hechas por Dios. San Agustín diferencia en la Ciudad de Dios una parte de la razón dirigida al gobierno de las cosas terrenas y una parte dirigida directamente a Dios. Esta diferencia la hace en relación a los varones y las mujeres, de tal suerte que, con ser las mujeres menos apropiadas para los cargos de autoridad, entendía el Doctor de la Iglesia que pueden y deben tomar parte del bautismo que nos hace hijos de Dios, y jamás vio ninguna contradicción entre uno y otro hecho. Tanto es así, que en el capítulo VIII del libro XVI de esa misma obra, se pregunta: ¿Salieron algunas clases de hombres monstruosos de la descendencia de Adán o de los hijos de Noé? A esto responde que
Cualquiera que nazca como hombre, esto es, un animal racional mortal, por extraña que pueda aparecer a nuestros sentidos la forma de su cuerpo, su color, movimiento, voz, o dotado de cualquier fuerza, parte o cualidad de la naturaleza, ningún fiel podrá dudar que trae su origen del único primer hombre (…) La explicación que entre nosotros se da de los partos monstruosos de los hombres puede valer igualmente para explicar la monstruosidad de algunas razas.
(…)
Así, pues, como no se puede negar que todos ésos proceden de un solo hombre, así es preciso confesar que tienen su origen en aquel único padre de todos cuantos pueblos se dice haberse desviado, por sus diferencias corporales, del curso ordinario de la naturaleza, conservado en la inmensa mayoría; siempre, claro es, que estén incluidos en aquella definición de animales racionales y mortales.
Pero, si son hombres aquellos de quienes se han escrito esas extrañas propiedades, ¿por qué Dios no pudo crear algunos pueblos así? Evitaría de ese modo nuestra posible creencia de que en tales monstruos, nacidos entre nosotros evidentemente del hombre, se había equivocado su sabiduría, autora de la naturaleza humana, como le ocurre a un artista de poca pericia. Por consiguiente, no debe parecernos absurdo que, así como hay en algunas razas hombres-monstruos, así pueda haber en todo el género humano razas-monstruos. Para concluir con prudencia y cautela: o los monstruos tan raros que se citan de algunos pueblos no existen en absoluto; o, si existen, no son hombres, y si son hombres, proceden de Adán.
Ciertamente que, si consideramos estos comentarios sobre las «razas monstruosas», que tan poco acordes son a la sensibilidad moderna, no puede presentar ninguna dificultad el aceptar, bajo las mismas razones, razas más o menos inteligentes, o con inclinaciones a distintos vicios y virtudes. Y otro tanto dice, sobre las inclinaciones viciosas de algunos pueblos, Orígenes en su sermón XVI sobre el Génesis:
Los egipcios son proclives a una vida degenerada y caen enseguida bajo el imperio de toda clase de vicios. Considera el origen de su raza y encontrarás que su padre, Cam, que se había burlado de la desnudez de su padre, mereció esta sentencia: Que su hijo Canaán sería esclavo de sus hermanos, para que su condición de esclavo atestiguase la depravación de sus costumbres. No sin razón, por tanto, la degeneración de la posteridad reproduce la falta de nobleza de la raza.
En esta misma línea se pronuncia San Alcuino de York en Questiones in Genesim (95-96), donde además introduce, basándose en los hijos de Noé, la triple división de las razas humanas:
Sem, por sus hijos, tomó Asia en posesión; Cam tomó África en posesión, y Jafet Europa. (…) La Escritura llama a la progenie de Cam hijas de los hombres, y a la de Set hijos de Dios. Los últimos eran píos de acuerdo con su bendición ancestral, y los primeros lujuriosos de acuerdo con la maldición de su padre.
Asimismo, Tertuliano, en su Tratado sobre el alma (capítulo 20), desarrolla de forma detallada la posición cristiana sobre las diferencias accidentales entre las razas humanas, en un fragmento especialmente interesante:
De la misma manera [que en las plantas], el alma puede ser uniforme en su origen seminal, pero multiforme en el proceso de su natividad. Aquí, asimismo, deben tenerse en cuenta influencias locales Se dice que en Tebas nacen personas brutas; en Atenas, los más cumplidos en sabiduría y discurso (…) el propio Platón nos dice, en el Timeo, que Atenea, preparándose para fundar su ciudad, sólo tuvo en cuenta el carácter del territorio que era propicio para tal disposición d la mente (…) Empédocles, por su lado, pone la causa del intelecto sutil u obtuso en la calidad de la sangre, de donde deriva el progreso y la perfección en el aprendizaje y la ciencia. El asunto de las peculiaridades nacionales se ha convertido, hoy en día, en algo de notoriedad proverbial. Los poetas cómicos se ríen de los frigios por su cobardía; Salusto echa en cara a los moros su vanidad, y a los dálmatas su crueldad; e incluso el apóstol llama a los cretenses mentirosos.
Particularmente claro es San Isidoro de Sevilla en sus Etimologías, obra que tiene muchos fragmentos relacionados con la raza (algunos de los cuales mencionaremos más adelante), de entre los cuales el de mayor interés en relación a lo que ahora tratamos es el punto 105 del Cap. 2 del Líber IX:
Según la diversidad de los climas, así son los rostros de los hombres y sus colores, el tamaño de sus cuerpos y la variedad de sus sentimientos. Por ello vemos que los romanos son circunspectos; los griegos, volubles; los africanos, arteros; y los galos, feroces por su temperamento y muy agudos de ingenio. Esto es obra de la naturaleza del clima.
Yendo a los tiempos modernos, cuando muchos santos varones se lanzaron a evangelizar a todos los pueblos en la era de los descubrimientos, los misioneros católicos eran muy conscientes de las muy distintas capacidades intelectuales entre unas naciones u otras. Esto puede verse en las cartas de San Francisco Javier, que refiriéndose a algunas naciones las tacha de bárbaras y salvajes, mientras que hablando de los japoneses no deja de alabar su inteligencia y buenas costumbres: «son los japones más sujetos a razón de lo que nunca jamás vi gente infiel»43, «personas de buenas costumbres y grandes ingenios»44; de la misma manera que con los chinos, que «son muy ingeniosos y dados a estudios, gente liberal y pacífica»45.
Por último, el Magisterio papal del siglo XX nos ha dado algunos fragmentos de interés, aunque nunca ha decidido tomar por objeto las cuestiones estrictamente científicas en relación a la inteligencia y los caracteres. Así, dice Pío XI en Mit Brennender Sorge:
La Iglesia, fundada por el Salvador, es única para todos los pueblos y para todas las naciones: y bajo su bóveda, que cobija, como el firmamento, al universo entero, hallan puesto y asilo todos los pueblos y todas las lenguas, y pueden desarrollarse todas las propiedades, cualidades, misiones y cometidos, que han sido señalados por Dios creador y salvador a los individuos y a las sociedades humanas. El corazón materno de la Iglesia es tan generoso, que ve en el desarrollo de tales peculiaridades y cometidos particulares, conforme al querer de Dios, la riqueza de la variedad, más bien que el peligro de escisiones: se goza con la superioridad espiritual de los individuos y de los pueblos [Sie freut sich des geistigen Hochstands der Einzelnen und der Völker], descubre con alegría y santo orgullo materno en sus genuinas actuaciones los frutos de educación y de progreso, que bendice y promueve siempre que lo puede hacer en conciencia.
Y dice el mismo Papa en Summi Pontificatus:
Todas las normas y disposiciones que sirven para el desenvolvimiento prudente y para el aumento equilibrado de las propias energías y facultades —que nacen de las más recónditas entrañas de toda raza [lat: stirps]—, la Iglesia las aprueba y las secunda con amor de madre, con tal que no se opongan a las obligaciones que impone el origen común y el común destino de todos los hombres.
Por todo ello, es evidente que la idea misma de que las personas, agrupadas por su ascendencia en razas y naciones, puedan tener distintos caracteres, en lo que se refiere a los vicios y también a la inteligencia, nunca ha sido algo ajeno a la tradición cristiana. Ha sido, ante todo, algo que se conocía por experiencia e intuición, y que nunca se entendió que fuera contra ningún dogma de la fe. De ahí puede verse que la división taxonómica científica que se dio a partir del siglo XVI no responde a ninguna secularización ni a ningún materialismo o cientifismo, sino que fue, sencillamente, la categorización sistemática de algo que simpre se había conocido. El análisis cuantitativo de este fenómeno a través de índices psicométricos, asimismo, no es más que una nueva forma de estudiar, exponer y sistematizar este hecho que, de suyo, se conoce ante todo y sobre todo por la experiencia, tanto individual como colectiva. Así, las diferencias de inteligencia entre pueblos, naciones y razas son algo que siempre se ha conocido, por la experiencia directa y la noción inherentemente cualitativa e intuitiva que tenemos de la inteligencia, idea respecto a la que todos los intentos de cuantificarla, incluido el del CI, sólo podrán tener éxito parcial. Partiendo de esta convicción tradicional y experimental básica de las diferencias de inteligencia, cuando se pensaba que las diferencias físicas entre los hombres procedían principalmente del clima, era lo razonable pensar que este era el que determinaba los caracteres. Ahora bien, dado que en el presente se sabe que la constitución física de la persona está determinada principalmente por la genética, nada hay más razonable que, siguiendo la línea de nuestros ancestros, sostener que esta genética determina igualmente las diferencias entre pueblos.
Por todo ello, dado que está confirmado por la experiencia común de la humanidad, por la historia, por la psicología y la biología, y no contradice en nada a la Revelación, antes bien ha sido una idea muy presente en la tradición cristiana, es evidente que el racismo psíquico-conductual, tanto en su modalidad racialista como en su modalidad culturalista, es algo de suyo cierto y bueno, una parte de la realidad que ha sido querida por el Creador.
De acuerdo con la wikipedia, Mehmed II, el conquistador de Constantinopla, era de madre biológica europea, posiblemente serbia. Su hijo y sucesor Bayezid II era hijo de una concubina europea, griega o albana. Otro tanto su hijo y sucesor Selim I, y probablemente también el hijo de este, Solimán el Magnífico, aunque a este último se le ha atribuido también un origen tártaro. Selim II nació de una eslava rutena, Murad III de una veneciana, Mehmed III de una albana, y Ahmed I de una griega o bosníaca. Mustafá I, para variar, nació de una abjasia, pueblo del Cáucaso, y Osmán II posiblemente de una circasiana. Murad IV e Ibrahim I de una griega, y Mehmed IV de una eslava del Rus. Solimán II de una serbia, y Ahmed II posiblemente de una eslava oriental. Mustafá II y Ahmed III de una griega, Mahmud I de una serbia y Osmán III de una rusa. No se conoce el origen de la madre de Mustafá III ni de Abdul Ahmid I. La madre de Selim III era georgiana, la de Mustafá IV búlgara, y la de Mahmud II caucásica, posiblemente georgiana, como también la de Abdulmecid I. La madre de Abdulaziz I era probablemente circasiana, así como la de Murad V y Abdul Hamid II. Mehmed V era de madre biológica bosníaca, y Mehmed VI, el último Sultán del Imperio Otomano, fue el hijo biológico de una princesa abjasia. Así, podemos concluir que los sultanes otomanos terminaron siendo, en su mayor parte, de origen eslavo, griego y caucásico. Lo más notorio es la asombrosa preferencia que muestran por unas subrazas por encima de otras, siendo que en principio tenían, en su enorme imperio, libre acceso también sobre todas las mujeres árabes, norafricanas, turcas, kurdas, etc. Esa notoria preferencia no encaja demasiado bien con el hecho de que las etnias cristianas estuvieran oprimidas, de tal suerte que, si se parte de un esquema constructivista de la belleza y la atracción sexual, parece que las «relaciones de poder» exigirían construir socialmente un ideal de belleza que favoreciera a los turcos sobre otras etnias. En cualquier caso, es muy llamativo este barbarísimo sistema de sucesión, por el que la mayor parte de los sultanes fueron hijos de esclavas de guerra, en muchos casos forzadas a apostatar, convertidas en prostitutas reales. Palidece ante la humanidad, la decencia, la libertad, el honor y la estabilidad de las monarquías europeas. Tal institución antihumana no podía sino resultar en mayor inhumanidad, de tal suerte que era inevitable el fraticidio como medio de estabilidad sucesoria. Lo más llamativo, sin embargo, no es tanto que se cometiera tal crimen, sino que el crimen se elevara a la categoría de ley por Mehmed II, que legalizó esta práctica que él mismo practicó al llegar al trono sobre su hermano pequeño, el bebé Küçük Ahmed. Esta noble práctica fue seguida por su nieto Selim I, que asesinó a sus hermanos y sobrinos al llegar al trono, y fue llevada a su máximo esplendor por Mehmed III, digno portador de su nombre, que hizo asesinar a sus diecinueve hermanos. Otros sultanes fueron más blandos y se conformaron con exilios y prisiones.
Es célebre, sobre todo, la descripción de Tenochtilán de Hernán Cortés en sus Cartas de relación al Emperador Carlos V.
La degradación e inhumanidad de los salvajes se pinta con precisión y soltura por Joseph de Maistre en el segundo diálogo de Las Veladas de San Petersburgo. Entre las fuentes primarias, son recomendables las descripciones de los conquistadores españoles que por vez primera se encontraron con tales indios, como pueda ser la obra Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Es de notar que algunos de los puntos más horrendos de la sociedad salvaje hayan sido eventualmente adoptados bajo apariencia de progreso por los países otrora civilizados.
Steve Sailer expone alguna ideas sobre el aislamiento de África occidental en este artículo.
Steve Sailer presenta algunos comentarios interesantes sobre África oriental en este artículo.
PNG Medical Research Institute, 1993.
Jewkes Rachel et al., «Prevalence of and factors associated with non-partner rape perpetration: findings from the UN Multi-country Cross-sectional Study on Men and Violence in Asia and the Pacific», The Lancet Global Health.
Esto se prueba abundantemente en The Case Against Education (2018), de Bryan Caplan.
La activista africana Dambisa Moyo dice en este artículo del Wall Street Journal que para 2009 África había recibido un billón de dólares en ayudas desde las primeras independencias. Según esta página, que se supone saca sus datos de la OCDE, desde entonces parece que ha rondado los cincuenta mil millones al año, con lo que podemos ponerlo con seguridad cerca de los dos billones de dólares.
Carrol John, B., The higher-stratum structure of cognitive abilities: Current evidence supports g and aboout ten broad factors, The scientific study of general intelligence: Tribute to Arthur R. Jensen (2003): 5-21; y Human cognitive abilities, Cambridg: Cambridge University Press, 1993.
Estos y otros datos se exponen en el capítulo 2 de The Bell Curve (1994), de Charles Murray y Richard Herrnstein. La literatura académica ha superado en varios puntos esta obra, pero es un clásico bien explicado, y los avances que se han logrado desde su publicación han ido casi exclusivamente en la dirección que ahí se delinea.
Es de notar que este dato proviene de Intelligence: Knowns and unknowns, el principal artículo-declaración colectiva que se presentó contra The Bell Curve. Puede fácilmente ser mayor.
Según los cálculos de Arthur Jensen en The g factor y Daniel Seligman en A question of Intelligence.
Hunter, John E.; Hunter, Ronda F. (1984). «Validity and utility of alternative predictors of job performance». Psychological Bulletin.
Hunter, John E.; Hunter, Ronda F. (1984). «Validity and utility of alternative predictors of job performance». Psychological Bulletin.
Bouchard, Thomas J. (2013), «The Wilson Effect: The Increase in Heritability of IQ With Age», Twin Research and Human Genetics; y Panizzon, Matthew S. et al, «Genetic and environmental influences on general cognitive ability: Is g a valid latent construct?». Intelligence.
Intelligence: Knowns and unknowns (1995), ya mencionado.
El meta-análisis de Philip L. Roth Ethnic group differences in cognitive ability in employment and educational settings (2001), con una muestra total de más de seis millones de individuos, calculó una brecha media de 16.5 puntos de CI, 1.1 desviaciones típicas. Décadas más tarde, el estudio psicométrico más amplio y profundo que ha habido de la juventud estadounidense, el Adolescent Brain Cognitive Development Study, con una muestra de alrededor de 12.000 niños de entre 9 y 10 años, pone esa brecha en 14.8 puntos. Si se excluye a los mulatos y a los inmigrantes recientes de África y el Caribe (que tienen un CI mayor de media, por ser seleccionados con bases económicas y académicas), los afro-americanos «puros» (descendientes de los esclavos llegados con la colonización) obtienen un resultado de 83 puntos de CI. En este artículo Steve Sailer considera los datos de este estudio y algunos de los límites que podría tener. En este artículo Steve Sailer divide por ancestría continental los distintos grupos étnicos que identifica el estudio. En este artículo Crémieux Recueil calcula el estado de la brecha con datos de 2022-2023, comprobando que no se ha reducido, contra Flynn y Dickens (2006).
Véase la obra de Bryan Caplan arriba citada.
Es francamente difícil hacer comparaciones de CI entre países, por problemas de muestreo, de equivalencia de las pruebas, etc. IQ and the wealth of nations, de Richard Lynn, fue criticado por algunas deficiencias de ese estilo, en particular porque algunas de las muestras de países eran de representatividad dudosa. En cualquier caso, hay tendencias claras, y en esa misma obra señala que tienen un CI superior a 85 Tailandia, Indonesia y Malasia, entre otros países del sudeste asiático infinitamente más pobres que los afroamericanos. Con que uno solo de esos cálculos fuera correcto, la hipótesis económica recibiría un duro golpe. En los últimos años, y según aumenta su educación y capacidad económica, China y Vietnam alcanzan alrededor de 105 en la mayoría de estudios, pero su renta per cápita sigue siendo inferior a la del afroamericano medio. Incluso en 1985, algunos estudios dieron un resultado medio de casi 100 de CI a los chinos, cuando en ese momento eran pobres como ratas al lado de los afroamericanos.
Según los datos obtenidos por el economista de Harvard Raj Chetty, y que Steve Sailer analiza y pone en una gráfica en este artículo. Los afroamericanos en el centésimo percentil de renta delinquen tanto como los euroamericanos en el percentil 35 de renta, y los euroamericanos en el primer percentil de renta delinquen tanto como los euroamericanos en el percentil 57. Aunque dan interpretaciones causales muy distintas, tanto el New York Times como el propio Chetty han hecho gráficos semejantes.
Según un gráfico diseñado por Crémieux Recueil, en este artículo que tiene por objeto principal el análisis de la inteligencia de los judíos askhenazíes.
Según los datos de The College Board que presentó el Journal of Blacks in Higher Education (aunque ellos plantearon una hipótesis causal muy distinta, como podría imaginarse).
Frey & Detterman 2004.
Becker, Betsy Jane (1990); «Coaching for the Scholastic Aptitude Test: Further Synthesis and Appraisal». Review of Educational Research, American Educational Research Association. Powers, Donald E.; Rock, Donald A. (1999); «Effects of Coaching on SAT I: Reasoning Test Scores», Journal of Educational Measurement, National Council on Measurement in Education. Montgomery, Paul; Lilly, Jane (2012); «Systematic Reviews of the Effects of Preparatory Courses on University Entrance Examinations in High School-Age Students». International Journal of Social Welfare. Sin embargo, en los últimos años se han introducido algunos cambios en el SAT que podrían haberlo hecho menos correlativo con g, con lo que no veo imposible que la utilidad de la preparación haya aumentado, lo que podría explicar siquiera en parte la rápida y sensible mejora de los asiático-estadounidenses respecto a todos los demás grupos, mejora que Steve Sailer comenta en este artículo. Es posible que también haya una genuina mejora de la inteligencia media de los asiático-americanos, fruto de la inmigración altamente cualificada.
Véanse Shen, A., Entrance Examinations to the Mekh-mat (1994), y la página de wikipedia al respecto.
Véase el páper An Unintentional, Robust, and Replicable Pro-Black Bias in Social Judgment, de Jordan R. Axt y Charls R. Ebersole, que Steve Sailer comenta en este artículo. También este otro estudio que Sailer comenta, que muestra un claro prejuicio pro-negro entre los progresistas.
Bouchard Jr, TJ (1998), "Genetic and environmental influences on adult intelligence and special mental abilities", Human Biology.
Pesta, Bryan J.; «Racial and ethnic group differences in the heritability of intelligence: A systematic review and meta-analysis», Intelligence.
Rindermann, Heiner et al. (2020); «Survey of expert opinion on intelligence», Intelligence.
Una materia por la que se llega a expulsar de sus puestos a profesores de universidad por haber publicado papers científicos al respecto.
Kirkegaard, Emil O. W.; Fuerst, John G.R. (2023); «A Multimodal MRI-based Predictor of Intelligence and Its Relation to Race/Ethnicity», Mankind Quarterly.
Pfiffer, David (2015); «A review of intelligence GWAS hits: Their relationship to country IQ and the issue of spatial autocorrelation», Intelligence.
Pfiffer, David (2019); «Evidence for Recent Polygenic Selection on Educational Attainment and Intelligence Inferred from Gwas Hits», Psych.
Scarr, Sandra; Weinberg, Richard A. (1992); «The Minnesota Transracial Adoption Study: A follow-up of IQ test performance at adolescence». Intelligence. Los resultados están bien resumidos en su página de wikipedia.
Lasker, Jordan et al. (2019); «Global Ancestry and Cognitive Ability», Psych. Fuerst, John G.R. (2021); «Genetic Ancestry and General Cognitive Ability in a Sample of American Youths», Mankind Quarterly. Steve Sailer comenta estos dos estudios en este y este artículo, señalando alguno de los límites que podrían tener.
Si incluyéramos en el cálculo a los inmigrantes recientes, resultaría que hay 0.75 desviaciones típicas, lo que son tres cuartos de la diferencia.
Shibaev, Vladimir; Fuerst, John (2023); «A Genetically Informed Test of the Cognitive-Colorism Hypothesis», Natural Systems of Mind. Asimismo, el admixture study de Lasker de 2019, arriba citado, incluye un control de rasgos fenotípicos, que no logró encontrar una influencia apreciable del prejuicio colorista.
Pesta, Bryan J. et al. (2023), «Links between Ethnicity, Socioeconomic Status, and Measured Cognition in Diverse Samples of UK Adults», Comparative Sociology. Crémieux Recueil pone aquí los datos en forma de gráfico y comenta algunos detalles.
Recueil, Crémieux (2023); Updated Estimates of IQs Within Israel.
Carta de 29 de enero de 1552, a sus compañeros de Europa desde Cochín, en la India.
Carta de 12 de enero de 1549, a Ignacio de Loyola desde Cochín.
Carta de 29 de enero de 1552, op. cit.