En su último artículo, que se puede leer aquí y aquí, Juan Manuel de Prada protesta contra los jóvenes que con admiración arrebatada divulgan sus artículos por el interné, movidos por la idea de que «hacen mucho bien a la gente». Hasta aquí estamos de acuerdo, ciertamente que sus artículos ni hacen tanto bien ni merecen tanta divulgación. Tampoco puedo dejar de darle la razón cuando dice: «Estos jóvenes tan admiradores acaban exasperándome siempre». ¡A mí también! A lo que yo por lo demás añadiría que acaban por exasperarme todavía más estos viejos tan admirados. Donde —hay que reconocerlo con dolor— diferimos grandemente es en el motivo por el que nos exaspera de tal modo ver rular sus escritos por el mundo digital. En este punto él es claro: «pirateando mis artículos logran sobre todo que menos gente pague por leerlos, de modo que a mí me paguen menos por escribirlos, hasta que dejen de pagarme y yo deje de escribirlos». Como siempre, Prada hace gala de su estilo verboso, cuando habría sido mucho más sobrio y castizo decir: «¡Que me quedo sin comé’!». Por lo que a mí respecta, me exaspera ver rular sus escritos porque no merecen la admiración que reciben, a veces porque contienen errores y majaderías, y otras veces porque, siendo correcto en lo sustancial, es repetitivo hasta la nausea y no ha avanzado un solo paso más allá de los mismos análisis superficiales que lleva repitiendo tantos años. No sorprende que haya tomado un camino neo-ludita en los últimos tiempos: si nadie lo impide, pronto le podrán sustituir por una inteligencia artificial a la que se haya cebado con las veinte citas de siempre de Donoso, Dostoyevski, Marcuse y otros pocos más. Pero no recuerdo haberle visto citar a Maistre ni una sola vez. Quizás por ahí debería empezar, para aprender a pensar con acierto y escribir con gusto.
Ahora muchos me dirán: «David, has enloquecido: ¿Pero qué pasa con todo el bien que hace Prada? ¿No sabes lo que significa tener a uno de los nuestros en los medios mainstream del país? ¿Acaso no sabes a cuántas personas ha hecho bien, acercándolas al tradicionalismo?». ¡Vaya si lo sé! Yo mismo soy uno de ellos. Por algún lado se tiene que empezar, como dice el Apóstol: «Os di leche, no carne, porque todavía no estabais preparados». Pero una cosa es aceptar que la leche pueda ser buena y otra cosa es fingir que sea el non plus ultra de los manjares. Y una cosa es reconocer que la leche sea necesaria para los niños y otra cosa es que nos quieran hacer beber con gusto una leche que se ha pasado y vuelto agria. Finalmente, el propio Prada me da la razón, al rechazar el uso que se da a sus artículos en la llamada batalla cultural. Tomemos, pues, su palabra, y no juzguemos a Prada y sus artículos por el papel utilitario que puedan tener en los movimientos de la opinión. Suponiendo que en conjunto su papel fuera positivo, los guerrilleros de la batalla cultural querrían acallar las críticas, porque Prada es un arma a nuestro favor. Pero Prada sabe más que eso: critiquémosle, pues, sin gregarismos, sin reacciones pavlovianas, sin pensamiento ideologizado. El enfant terrible del 78 nunca ha tenido mayor placer que el de ser un odiado e incompredido: quiero, pues, darle el gusto de poder recibir rechazos desde un extremo más del espectro. ¡Otro más a la lista de los que no entienden a los raros como él!
plenus sum enim sermonibus et coartat me spiritus uteri mei
Comienza, pues, diciendo Prada que «las redes sociales nunca han sido una palestra de actuación política», salvo «para los poderes sistémicos que las inventaron». La sentencia es inapelable: «las redes sociales no son más que un instrumento para detectar y reprimir cualquier forma de disidencia verdaderamente subversiva». Algunos —¡necios de nosotros!— tratamos de hacer algún bien desde los medios de comunicación que Dios nos ha dado en nuestra época. Algunos, incluso, se han convertido y han cambiado de vida por lo que en las redes han visto y leído. Algunos prefieren entretenerse con los bodrios digitales antes que con los bodrios impresos, que siendo igualmente malos al menos salen más baratos. ¡Pero Prada sabe más! Así, nos informa de que los debates que se dan en las redes sociales carecen de toda influencia, porque «los poderes sistémicos jamás van a permitir que un medio nacido para el control social se revuelva contra ellos». Todo lo cual son ideas estupendas, pero uno no puede más que preguntarse: ¿Y los periódicos en los que escribe Prada no? ¿Y las radios en las que habla Prada no? ¡La Plutocracia tiembla ante las columnas de Prada en el ABC! ¿Qué haríamos sin sus intervenciones en la SER? Verdaderamente han sido necias Prisa y Vocento dándole un púlpito a Juan Manuel de Prada, porque si no fuera por él y su inestimable labor ya se habría venido abajo el katejón y estaríamos sufriendo bajo el yugo del Anticristo. Esta objeción a sus argumentos es tan evidente que cuesta entender cómo no pueda haberla pensado Prada. Afortunadamente, en la línea que sigue él mismo nos da la clave de la cuestión: «inevitablemente, la vanidad y las ansias de protagonismo de la ‘gente’ infunden estas convicciones mentecatas». Puede verse que los usuarios de redes sociales no son los únicos vanos ni los únicos mentecatos.
Prada continúa el párrafo con un fragmento que tiene un poco más de jugo y que vale la pena reproducir en su integridad:
No negaré que desde las redes sociales se puedan abrir brechas que desorienten momentáneamente a los poderes sistémicos, desvelando sus mentiras y trampantojos; pero a cambio se convierten en un escaparate que permite monitorear y desactivar al auténtico disidente, recluyéndolo en un gueto donde los aplausos de sus fieles lo distraen de su irrelevancia (en las redes sociales, la crítica queda siempre reducida a un mero bucle de retroalimentación), o bien estigmatizándolo ante la chusma lacaya, que así puede desprestigiarlo y lincharlo orgiásticamente. Exponerse en las redes sociales es tanto como delatarse en vano a cambio de casi nada.
¡Qué magnanimidad! Aunque los jóvenes admiradores de Prada no sean más que unos exasperantes títeres de los poderes sistémicos, consuela leer este reconocimiento que a nuestra pequeñez concede su grandeza: es posible que a través de las redes sociales en ocasiones se abran brechas momentáneas contra el sistema. Sin embargo, Prada presenta tres graves problemas: las redes sociales son una ocasión para que los disidentes se expongan y delaten, siendo monitoreados y controlados; las redes sociales son una ocasión para que los disidentes se aíslen en burbujas ideológicas; y las redes sociales son una ocasión para que, exponiéndose, el disidente sea linchado y desprestigiado ante la chusma sistémica. Los tres son problemas reales que Prada hace bien en señalar. Respecto al primero, Prada falla en notar que puede usarse seudónimo en las redes sociales: no sorprende que no se haya acordado, pues sólo nos vemos obligados a ello los que no cobramos del ABC, el XL Semanal y la SER por dar nuestras opiniones. Respecto a la posibilidad de encerrarse en una burbuja ideologizada, ciertamente que es uno de los mayores peligros que sufren aquellos que acuden al interné como foro de debate. Precisamente este artículo es un intento de romper con esa mala tendencia: espero que haya una parte significativa de los lectores a los que esté ofendiendo con este texto. Sin embargo, Prada se ha encargado de enseñarnos magistralmente que no sólo quien anda por interné corre el peligro de recluirse «en un gueto donde los aplausos de sus fieles lo distraen de su irrelevancia».
Respecto del último punto, Prada nos propone regresar a la «disciplina del arcano» de los primeros cristianos, frente a la batalla cultural contra la ‘degeneración woke’. Propone una ‘revolución’ que se lleve a cabo «a través de un puñado de acérrimas amistades», porque «el combate político no se hace desde los púlpitos vociferantes e inanes de las redes sociales». Sea. Pero tampoco se hace desde los púlpitos vociferantes e inanes de Prisa y Vocento. Por tanto, tendrá que reconocer que le hacemos un favor los que, como señalaba al comienzo del artículo, le empujamos a la quiebra compartiendo sus artículos sin pagar a la Plutocracia —entonces podrá dedicarse plenamente a la disciplina del arcano.
En este punto nos encontramos con unas afirmaciones de lo más curiosas, porque denuncia que los adalides de la «derechita valiente» no se atreven «a mencionar quiénes financian y promueven toda esa ‘degeneración’, tal vez porque son los mismos que los financian y promueven a ellos». Aquí me quedo perplejo, porque no logro adivinar a quién se refiere exactamente Prada ni con la derechita valiente ni con los financiadores de la degeneración. Y no lo logro adivinar porque Prada no menciona por nombre a los que mueven los hilos, que es precisamente aquello de lo que acusa a los demás. Por la derechita valiente, ¿se refiere a Vox o a aquellos jovencitos depradianos que intentan dar la batalla cultural compartiendo sus artículos por interné? ¿Se refiere a los democristianos de la ACDP, para los que últimamente trabaja en El Debate y La Antorcha? Demasiada gente afirma hoy en día estar combatiendo la degeneración woke. Y la gente aquella que al mismo tiempo financia a la degeneración y a la derechita valiente, ¿quiénes son? ¿Los ricos? Seguro que no son los pobres los que financien nada, pero si lo que está diciendo Prada es que hay unos mismos ricos que al mismo tiempo financian la degeneración woke y la reacción contra la degeneración woke, estaría muy bien que diera sus nombres y apellidos. ¿Estará acaso alertando contra la masonería, o contra la judería internacional? Es imposible saberlo. Si esto es lo que Prada quiere decir —y que el Estado de Israel ha dado financiación a la llamada nueva derecha es un hecho conocido—, podría uno comprender que prefiera evitar cualquier referencia expresa, pero entonces no puede criticar que otros también callen. Nos quedamos, por tanto, con unas indeterminadas élites plutocráticas que nadie sabe muy bien quiénes son: tan solo sabemos que financian a todos los que le caen mal a JM de Prada. Pero para denunciar a esa élite nebulosa no hace falta ser muy valiente.
El caso es que para combatir esa degeneración y las élites que la promueven «no hay que plantear ridículas ‘batallas culturales’», sino que hay que «conspirar», es decir,
«respirar al unísono el mismo aire al margen de los cauces sistémicos, tienen que brindarse calor e infundirse bríos con su propia respiración compartida, tienen que crear una auténtica comunidad que despierte la curiosidad y el anhelo de quienes, por haberse entregado a la degeneración, se han entregado también a la esterilidad, la infelicidad y la desesperación».
Y es aquí donde —en el último párrafo— llegamos al colmo del desconcierto, pues resulta que
Los 'conspiradores' tienen que generar un alma compartida, para lo que deberán saltarse las identidades establecidas que convienen a los poderes sistémicos. La principal baza de los poderes sistémicos es la dispersión de las fuerzas adversas; y para triunfar necesitan asegurar su separación estanca: izquierdas y derechas, blancos y negros, cristianos y musulmanes, mujeres y hombres, viejos y jóvenes, etcétera. Nos quieren aislados, subidos a nuestros campanarios de las redes sociales, para tenernos controlados. Contra esta cizaña cibernética, debemos acogernos a la disciplina del arcano y 'conspirar', conspirar sin descanso, tan unidos espiritualmente que provoquemos la envidia del enemigo degenerado, cuya alma expoliada acabará suspirando nostálgica por la 'vida nueva' que le ofrecemos.
El resumen es que debemos crear comunidades y lazos personales que superen las falsas divisiones con las que los poderes sistémicos nos hacen a la chusma pelearnos entre nosotros: izquierda y derecha, blanco y negro, cristiano y musulmán no son distinciones políticamente relevantes. Sin embargo, lo que Prada propone no puede ser la unidad por la unidad, porque esa superación de todas las distinciones exigiría también la unidad entre la plebe y los poderes sistémicos —unidad monstruosa que sólo podría ser aparente, porque los intereses de la plebe y los poderes sistémicos están en contradicción objetiva. Lo que Prada propone más bien es que hay una división política fundamental distinta de todas las presentadas, a cuya luz estas se manifiestan como engaños que apartan del verdadero conflicto. ¿Una división frente a la cual resulte indiferente el ser cristiano que musulmán? Nuestros clásicos, que a Prada le gusta tanto citar, sin duda se asombrarían de oír eso. Y cuando dice que los negros y los blancos debemos unirnos y crear comunidades frente a los poderes sistémicos, ¿eso incluye seguir dejando que invadan nuestro país? ¿Debemos aliarnos también las personas normales con los sodomitas, y los abortistas con los antiabortistas? Todas esas son preguntas que me gustaría ver respondidas.
La llave para esclarecerlas está en esa división política fundamental que para Prada todo lo mueve. ¿Cuál es? La respuesta no es difícil para quien haya leído a Prada con atención durante el tiempo suficiente: lo que mueve a las élites plutocráticas es la plutocracia misma, es decir, que la distinción fundamental es la distinción de clase. Prada nunca se ha cansado de repetir que la causa que está detrás de los derechos de bragueta, la secularización, la destrucción de la familia y todos los males de los que abomina quien tenga una inclinación tradicional, es que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. La que quizás sea la idea fundamental de Prada es que la causa última de que las élites plutocráticas promuevan el progresismo —no una causa concomitante, sino la causa última— es descentrar a los trabajadores de la lucha de clases y asegurar la constante acumulación de capitales en manos de unos pocos. Como decía en torno a la pandemia, «la intención fundamental de todo lo que están haciendo es robustecer este reinado plutocrático», plutocracia cuyo «fin último no es otro sino asegurar el acopio de mano de obra barata y mansurrona». Las citas al respecto pueden multiplicarse casi hasta el infinito —quizás cuando tenga tiempo me ocupe de ello. Por ahora, no tomemos mi palabra sino la de Prada, que se calificaba a sí mismo en la SER como «marxista chestertoniano» hace pocos meses. Lo que hay en el fondo de la filosofía de Prada, por tanto, es un profundo materialismo, se dé él cuenta o no. Lo cual es un problema porque tal idea —sin perjuicio del papel que a menudo tienen los intereses económicos en el impulso de la degeneración— es falsa en su núcleo central. De manera que la obra y el pensamiento de Prada son falsos y perjudiciales en lo que tienen de más esencial y distintivo.
Por todo ello, me declaro desde este momento en abierta oposición contra Juan Manuel de Prada y contra las tres o cuatro lectoras que todavía le soportan. Continuaremos esta guerra hasta el final.
iunior sum tempore vos autem antiquiores idcirco dimisso capite veritus sum indicare vobis meam sententiam
sperabam enim quod aetas prolixior loqueretur et annorum multitudo doceret sapientiam
sed ut video spiritus est in hominibus et inspiratio Omnipotentis dat intellegentiam
non sunt longevi sapientes nec senes intellegunt iudicium
ideo dicam audite me ostendam vobis etiam ego meam scientiam
et donec putabam vos aliquid dicere considerabam sed ut video non est qui arguere possit Iob et respondere ex vobis sermonibus eius
Magnífico análisis. Hace tiempo que vengo advirtiendo sobre este vividor del sistema, charlatán y falso tradicionalista (o "tradicional" como dice él), el cual en 2013 confesó públicamente que desde aquel momento iba a dedicarse a vivir bien y no combatir al mundo (de lo cual nunca se ha retractado).
En una entrevista concedida precisamente a uno de los "nuevos medios" que ahora critica, recuerdo que dijo algo así como que las ideas por él representadas igual empiezan a tener éxito dentro de un par de siglos. Ad calendas graecas! Así cualquiera! Para mí lo más exasperante de Prada es ese tonito anti-científico (lo de las vacunas, lo de Darwin...en fin) acompañado de golpes de vaso de vino en la mesa, e ignorancia disfrazada de literatura. Estos revoltosos "contra el mundo moderno" que en realidad se revuelven contra la realidad, son un tremendo lastre para que surja un tradicionalismo viable pero, la verdad, no tengo ni idea de cómo se soluciona esto.