Mi durante tanto tiempo pendiente artículo sobre el racismo, ya cerca de su publicación, ha terminado por alargarse tanto que he considerado lo más conveniente publicarlo como serie de artículos. Siendo un tema tan polémico, he juzgado necesario añadir varios avisos, aclarando algunas cuestiones y adelantándome a algunas críticas, pero estas advertencias y aclaraciones han acabado tomando tanto espacio que he decidido publicarlas como un artículo de propio derecho.
DE LA ESENCIA DE LA RAZA, O EL RACISMO PRIMARIO
Para tratar la cuestión de lo que es el racismo, se hace necesario empezar con el asunto de la propia distinción de razas, ya que hoy en día ésta también está disputada. Sería perfectamente posible hacer un análisis más o menos completo de la materia sin presentar ninguna definición expresa de raza, confiando en la idea intuitiva, vulgar o popular que tengan los lectores a ese respecto. Sin embargo, eso llevaría a que unos cuantos listillos atacaran los artículos poniendo en duda la existencia misma de las razas como categorías objetivas, lo cual, aparentemente, daría al traste con todo el proyecto de analizar el racismo, porque resultaría que cualquier distinción que se haga es tan peregrina como distinguir entre duendes y elfos, en la medida en que las razas existen tan poco como estos. Según trataré en el próximo artículo, entiendo por racismo, en su definición más básica, el realizar distinciones, sean en el pensamiento o en la actuación, sobre una raza. En ese sentido, la solución de toda esta problemática sería simple, porque sólo quedaría decir que, si la distinción de las razas no tiene absolutamente ninguna base en la realidad, cualquier clase de racismo está injustificado, por ser algo totalmente inventado y carente de fundamento. Y la primera distinción injustificada sería, precisamente, el creer que haya razas cuando no las hay. Por eso puede decirse que el primer racismo que posibilita todos los demás, o racismo primario, es el sostener la misma existencia de la distinción de razas.
Ahora bien, ¿qué es una raza? Una raza es un grupo de personas con una comunidad de ascendencia y un conjunto consistente de atributos corporales hereditarios que responden a esa ascendencia común1. Los seres humanos estamos compuestos de alma y cuerpo, y los atributos corporales se transmiten de padres a hijos de tal suerte que los hijos son semejantes a los padres. Por esta razón, es de necesidad absoluta que, según se crean comunidades relativamente cerradas fuera de las que sea infrecuente el casamiento, se cree con ello una genuina comunidad étnica, es decir, un conjunto estable de rasgos comunes. De esta manera, nos encontramos con que hay una serie infinita de clústers genéticos, el mínimo de los cuales es la familia nuclear. Cada clúster inferior es por definición más homogéneo que el clúster superior, pero también contiene diferencias más específicas, mientras que cada clúster superior, según incluye más variedad genética, incluye también una mayor cantidad de atributos comunes. Y así hasta que llegamos a los clústers genéticos continentales, que son las más amplias comunidades de ascendencia en las que se divide la humanidad2. La división de razas más común corresponde a estos clústers genéticos continentales, en los que la distinción fenotípica es tan grande que se puede clasificar a las personas en uno u otro clúster genotípico a partir de su aspecto exterior con una alta tasa de acierto. La división más común es en europeos, africanos subsaharianos, norafricanos, próximoorientales y medioorientales; extremoorientales, amerindios y aborígenes australianos. De forma todavía más general, puede separarse en caucasoides, mongoloides y negroides, los cuales son prácticamente imposibles de confundir entre sí fuera de algunas poblaciones de frontera y personas mestizas.
De todo lo anterior, se puede extraer lo que se quiere decir, exactamente, cuando se dice que las razas son algo real u objetivo, en contraposición a la posición en boga de que son un “constructo social”. No significa que sean algo perfectamente delimitado de suyo, compartimentos estancos, como si nos encontráramos ante razas del World of Warcraft —humanos, enanos, orcos, etc: todos ellos tan distintos entre sí que no quepa ninguna confusión en ningún caso, sin amplia variedad dentro del propio grupo y sin ningún punto intermedio—. No significa que haya una sola distinción de razas correcta: por el hecho mismo de tratarse de clústers, se pueden realizar clasificaciones según criterios más o menos amplios, distinguiendo unas pocas razas o varias, pero en cualquier caso según criterios de proximidad genotípica y fenotípica. Tampoco significa que en absolutamente todos los casos las diferencias fenotípicas sean tan grandes que a través del solo aspecto exterior se pueda clasificar siempre a un individuo en uno u otro grupo. Lo que significa es que, en la medida en que esas diferencias existen, la clasificación por grupos raciales tiene fundamento en la realidad, y, aunque las fronteras sean borrosas, se pueden establecer con criterio racional. Y, partiendo del hecho de que tiene fundamento en la realidad, la división en razas está justificada en la medida en que es útil a muchos efectos. Es decir, que se justifica a efectos instrumentales —como la mayor parte de clasificaciones científicas— porque es el modo más eficiente de hablar de una parte de la realidad, los clústers genéticos principales y más amplios de la humanidad, distinguibles hasta cierto punto por un simple análisis externo3.
Por tanto, puede verse con facilidad por qué las principales críticas a la existencia de las razas fallan o no llegan siquiera a entender lo que se propone. Que los genotipos y fenotipos humanos sean o no un continuo da lo mismo: en todo continuo se pueden definir grupos según sea mayor o menor la distancia de los puntos entre sí. En palabras del erudito gallego Optimate Sila, el argumento negacionista sería como decir que “Como es difícil de diferenciar el naranja del rojo, no existe ninguna diferencia entre el rojo y el azul”4. Lo que los negacionistas de la raza deberían demostrar, más bien, es que las modernas clasificaciones raciales no son lo suficientemente informativas como para tener ninguna utilidad, o que su fundamento en la realidad es demasiado tenue como para hacer ninguna clasificación segura. Todo lo que señalan sobre las razas humanas —la falta de fronteras perfectas, los casos de difícil clasificación, la dificultad de distinguir entre raza y subraza— puede decirse de otras muchas clasificaciones científicas cuyo uso nadie pone en duda. ¿Acaso son perfectas las fronteras entre los lenguajes humanos? ¿Dónde está el punto en el que se distingue entre un dialecto y un idioma hermano? Véase, por ejemplo, la situación de los Balcanes, en los que hay un continuo lingüístico respecto al que en varias ocasiones se han cambiado las clasificaciones en los últimos cien años. Piénsese, también, en la distinción entre el latín y las lenguas romances. Es absolutamente imposible señalar un punto exacto en que terminó el primero y comenzaron las últimas, pero nadie duda de que la distinción misma entre latín y lenguas romances tenga un fundamento en la realidad y deba mantenerse.
Otras objeciones típicas son tan vulgares que no merecerían respuesta, pero no queda otra opción que responderlas, porque sé que se plantearán. En primer lugar, es común apelar a un supuesto “consenso científico” según el cual las razas no existen y son un mero constructo social. Véase, por ejemplo, el artículo de la wikipedia en castellano —por lo demás, de pésima redacción y razonamiento mucho más pobre que su contraparte en inglés— sobre las razas humanas: “En la antropología moderna, existe un amplio consenso científico de que no existen razas humanas en un sentido biológico”. Sin embargo, este consenso no existe, para empezar, y el concepto de raza que se rechaza viene a ser una forma extremadamente tosca de la clasificación en “compartimentos estancos” que ya he mencionado. Cuando se trata de una idea taxonómica seria de raza, ese “consenso” es mucho más débil5. E incluso el consenso relativamente “antirracista” que hay no debe tomarse en serio desde un punto de vista científico, dado su origen casi exclusivamente político. Lo cierto es que el gran giro “antirracista” de la ciencia en occidente no vino vinculado a absolutamente ningún descubrimiento en particular, sino que antes de la segunda guerra mundial había un consenso “racista” (afirmando no sólo la existencia de las razas, sino la superioridad de unas sobre otras) en todo el mundo occidental, incluidos los países democráticos, y fue sólo tras esta guerra que, como reacción a las teorías raciales nacionalsocialistas, se pasó a un consenso “antirracista”. El hecho mismo de que este sea un consenso de creación política nos debería mover a no tomarlo demasiado en serio, juzgando antes bien por propia cuenta la verdad de los hechos. Por lo demás, la manipulación política de la taxonomía humana nos ha dado textos tan divertidos como las declaraciones de UNESCO sobre la raza del 50, 51, 64 y 67. Que la ONU se constituya en Concilio Ecuménico de la Humanidad para definir doctrina en materias de biología ya es lo suficientemente estrafalario, pero cuando cada pocos años publica una declaración que contradice a la anterior, lo mejor es tomárselo con humor, y concluir de ahí hasta qué punto la ideología hace dudoso cualquier consenso actual. En cualquier caso, la cuestión de la censura en la comunidad científica no atañe tanto a la misma distinción de razas, como sobre todo al carácter de las diferencias entre éstas, lo cual veremos más adelante.
También se suele apelar a lo infundado de diversas clasificaciones raciales que pudieran estar en boga en el pasado y a día de hoy se encuentran totalmente desacreditadas, o a la diferencia de opinión en las clasificaciones raciales que mostraría ser este un asunto puramente subjetivo, o a los parecidos entre grupos que normalmente se clasifican como parte de distintas razas. Sin embargo, todos esto no muestra sino lo contrario de lo que se pretende, pues si se critican, con acierto o sin él, unas clasificaciones raciales, es porque se percibe que hay algo en ellas que choca contra la realidad, de modo que, evidentemente, no puede ser la existencia misma de distinciones raciales algo infundado. Las clasificaciones raciales pseudocientíficas del pasado hablan tanto contra la taxonomía racial científica como la alquimia habla contra la moderna química. Por lo que se refiere a la apelación a supuestos casos de separación injustificada, el ejemplo más común suele ser la consideración de los europeos del sur —españoles, italianos, griegos— como blancos frente a los moros o magrebíes del norte de África, pues —alegan— serían estos dos grupos más parecidos entre sí que los europeos del sur con los europeos del norte. Esto, para empezar, revela que sí que se es consciente de la distinción de razas, pues se está apelando a la supuesta cercanía racial entre mediterráneos y norafricanos. Si algunos de los magrebíes más blancos podrían, si acaso, confundirse con alguno de los mediterráneos más morenos, y viceversa, es precisamente porque tanto los europeos como los magrebíes son parte del macrogrupo de los caucasoides. Si el concepto de raza estuviera totalmente falto de fundamento, no haría falta recurrir, para criticar una distinción, al miembro más cercano del clúster genético superior, sino que bien se podría recurrir a un miembro del clúster genético más alejado. Sin embargo, lo cierto es que podría distinguirse, si recurrimos a la clasificación más amplia en las tres grandes razas continentales —caucasoide, negroide y mongoloide—, con un acierto tendente a uno, de lo cual se prueba que es una distinción justificada. Por lo demás, y atendiendo al ejemplo expuesto, tampoco es cierto que los sureuropeos sean más cercanos a los norafricanos que a los noreuropeos, sino que Europa es un conglomerado genético bastante bien definido6 (de forma general, combinación casi exclusiva de ascendencia WHG, EHG, EEF e Indoeuropeos), y ni por distancia genética ni por los fenotipos más comunes están España, Italia o Grecia más cerca de Marruecos o Egipto que de Francia o Alemania7. Por lo que se refiere al hecho de que a menudo se establecen las distinciones raciales atendiendo a criterios subjetivos —“para los franceses África empieza en los Pirineos”, “para los ingleses son de color todos los que no sean anglosajones”, etc.— eso sólo muestra, si acaso, que pueden realizarse incorrecta e injustificadamente las clasificaciones en este tema, como en cualquier otro, pero no muestra en absoluto que las clasificaciones más ampliamente aceptadas y basadas en diferencias objetivas no estén justificadas.
De entre todas las objeciones debe mencionarse, para acabar, la llamada Falacia de Lewontin. Richard Lewontin, un genetista judío y marxista de los EEUU, que ha sido de los más influyentes en su campo en el último siglo, defendió en 1971 que la categoría de raza no tiene valor y debería dejar de usarse porque la mayoría (85%) de la variación genética entre humanos se da dentro de la propia raza y no entre razas, es decir, que es más probable que dos individuos de distintas razas tomados al azar se distingan menos que dos miembros de la misma raza tomados al azar. Sin embargo, este truco estadístico ya ha sido ampliamente refutado89, pese a que se ha continuado repitiendo el argumento por razones propagandísticas. El argumento de Lewontin no toma en cuenta ni la frecuencia de los genes ni los alelos. Ignora el hecho de que, según aumenta el tamaño de la muestra genética comparada, aumenta la precisión de la clasificación racial, y cuando se han tomado en cuenta los suficientes loci genéticos, los individuos de un grupo poblacional siempre serán más similares a los miembros del propio grupo que a los extraños10. Además, aunque sólo una pequeña parte de las diferencias genéticas correspondieran a la raza, basta una pequeña diferencia genética en un campo concreto para crear una gran diferencia práctica en la realidad, con lo que las diferencias raciales seguirían siendo lo suficientemente relevantes como para ser una clasificación útil. Esto se muestra del hecho de que, entre algunas especies estrechamente emparentadas, puede darse el caso de que haya más diferencia genética dentro de la especie que entre las especies, porque sólo una pequeña parte de los genes son los que provocan su diferencia específica11. Por lo demás, más allá de las modernas críticas que han pulverizado ese argumento, es más que dudosa la buena fe con la que se planteó en su momento por Lewontin, porque los puntos clave de la crítica a Lewontin ya estaban demostrados y comúnmente aceptados antes de que éste publicara su argumento12, lo cual muestra a su vez que su expansión y supuesta aceptación no fue más que un falso consenso creado por la propaganda y la censura. Hasta qué punto era el marxista Lewontin un científico ideologizado al que no se debe tomar en serio a priori —a pesar de su inteligencia, o si acaso precisamente por ella, en la medida en que le permitía manipular con mayor habilidad los datos— puede verse, finalmente, en ridiculeces como la idea que propuso en “Not in Our Genes” (1984, p. 138) de que “en algún momento del próximo siglo” los resultados deportivos de las mujeres alcanzarían al de los hombres.
Por último, la estupidez de las posiciones negacionistas de la raza se demuestran, sobre todo, por el hecho mismo de que no se pueda renunciar en la práctica al uso de estas categorías. Por mucho que trate de establecerse un falso “consenso científico” a este respecto, la gente común sigue utilizando las clasificaciones raciales usuales, y, lo que es más, saben a qué se refieren con ellas y les son útiles para señalar las diferencias relevantes. Incluso los que tratan de negar la existencia objetiva de las razas, no dejan de traicionarse a sí mismos cuando muestran saber a qué se refiere la gente con estos términos —si fueran términos carentes de sentido, sencillamente no sería posible entender ni lo que quieren decir, o a qué personas se refieren más que a otras. En esta materia, como en tantas otras, la experiencia común y la verdadera ciencia se dan en última instancia la mano, pese a tantos esfuerzos de una intelligentsia corrupta por manipular el debate.
AVISO PARA IDIOTAS
Cerrado así el tema de la distinción de razas, y fijado de forma estable a lo que con el término me estaré refiriendo en esta serie de artículos, sólo queda hacer una serie de avisos para quienes, en cuanto lean tal o cual frase de estos artículos, saltarán indignados a acusarme de tal o cual cosa. Las razas son fenómenos de grupo que, por esa misma razón, deben entenderse en términos estadísticos. Por la existencia de rasgos comunes se puede hablar de forma general de lo que es habitual, i.e. un cuerpo medio o prototípico. Que “La raza X tiene el rasgo Y” o “La raza X es más Y que la raza Z” NO significa:
Que todos los miembros de la raza X tengan el rasgo Y
Que ninguno de los miembros de la raza Z tenga el rasgo Y
Que todos los miembros de la raza X tengan más Y que todos los miembros de la raza Z
Ni, en general, implica ninguna de las estupideces ni de las conclusiones precipitadas que extraen quienes no pueden o no quieren entender lo que son las estadísticas, los grupos, las tendencias y los rasgos comunes. Pido por favor a todos los lectores, sobre todo a los que sean susceptibles de ofenderse en estas materias, que lean con atención este aviso, y, si no pueden entenderlo, renuncien a leer el resto de artículos.
Finalmente, quiero llamar la atención al hecho de que son cosas distintas —si bien relacionadas— los juicios de hecho, por un lado, y las conclusiones éticas que de ellos se extraen, por el otro. Antes de sacar o pensar que se pretende sacar tal o cual conclusión a partir de una determinada premisa de hecho, presentada como posible o probable, pido a todos los lectores que consideren con atención si esa conclusión se sigue o no realmente, y en particular cuál sería la premisa menor que encadena la premisa mayor con la conclusión. Por ejemplo, suponiendo que partimos de la premisa “La raza X tiene más Y, siendo Y algo bueno, que la raza Z”, muchos pensarían que se pretende llegar a la conclusión “Los miembros de la raza Z carecen de dignidad humana y se les puede así hacer daño en el propio provecho”. Esta es la conclusión a la que en ocasiones se llegó a través de los datos científicos o supuestamente científicos de la biología racial en otro tiempo. Sin embargo, esa conclusión sólo se sigue si se acepta como premisa menor la proposición “El atributo Y, al menos en grado superior al que tienen de forma general los miembros de la raza Z, constituye la dignidad humana”. Lo cual habría que demostrar por sí mismo, asunto que analizaremos en próximos artículos.
En cualquier caso, este pretende ser, de forma general, un aviso contra las conclusiones precipitadas que son tan comunes en estas materias, tanto en cuestiones estadísticas como morales y sociales. Quien crea que no puede cumplir con lo dicho, le invito a no leer esta serie de artículos. Y quien sea incapaz de analizar la cuestión fríamente —varonilmente— y de entretener argumentos por sí mismos, en abstracción de todas las implicaciones que tengan y que puedan parecerle indeseables, le invito también a no leer. Para los que sean capaces, publicaré pronto el próximo artículo.
Definición extraída, en su mayor parte, del genio sevillano que opera bajo el alias de Tubalismo o Aquinate, en una conversación privada.
Toda la cual tiene, a su vez, una ascendencia común propia en nuestros primeros padres, vid. Génesis caps. 1-10 y la Encíclica Humani Generis del Papa Pío XII.
Véase El debate de si las razas existen o no (2018), de @OptimateSila.
En Cómo discutir con xenófilos (2016).
Véase la opinión del biólogo Richard Dawkins (a quien, por lo demás, no tengo ningún respeto ni aprecio).
Véase Genetic Structure of Europeans: A View from the North–East (2009). Nótese que España está particularmente cerca de Francia, y los europeos respeto a los que tiene más distancia genética no son los nórdicos, sino los finlandeses y bálticos.
Lo que se ve, por ejemplo, en el estudio de Razib Khan (partes 1 y 2) de la composición genética de España (actualmente bajo paywall). Nótese que una gran distancia separa a la península de los países magrebíes (el español medio está más cerca del europeo más lejano, un finlandés, que del marroquí medio), y que, entre los países no-europeos, los que están más cerca no son los del Magreb sino los caucasoides del Oriente Próximo y el Asia Menor (por la ascendencia común de granjeros anatolios y la menor mezcla con subsaharianos que en el Magreb).
Véase Human Genetic Diversity: Lewontin's Fallacy (2003), de A.W.F. Edwards.
Véase Genetic Similarities Within and Between Human Populations (2007), de D. J. Witherspoon, S. Wooding, et. al.
Véase More Genetic Variation Within Than Between? (2008), de F. Peter, citado por @VisigodoRancio el 10 de julio de 2016.
Véase Introduction to Quantitative Genetics (1960), de D.S. Falconer y F.C. Mackay, citado por @SekretSila el 15 de junio de 2020.
No he leído aún toda la serie de posts así que es posible que este tema se aborde en otro lugar, pero me parece que un punto fundamental es que el "racismo" (y el "sexismo") no se puede entender actualmente salvo como parte del lexicón de la religión de sustitución ("Ersatz") que es el modernismo liberal pos cristiano surgido tras la guerra mundial. El racismo (y el sexismo) no es un simple término mundano, sino un verdadero pecado capital sustitutivo, lo cual bloquea por supuesto cualquier discusión racional.
Me gustaría señalar, don David, que quizá se pudiera identificar ese “racismo primario” (afirmar la existencia de multitud de razas diferentes entre sí, basándonos principalmente en cuestiones biológicas) podría ser nombrado con un término ya existente, “racialismo”.