El racismo probablemente sea, en estrecha competición con el machismo, el concepto del que más se oye hablar en nuestra sociedad actual. De modo constante estamos clasificando y viendo clasificar diversas cosas como racistas y no racistas. Sin embargo, si buscamos una definición clara del racismo, nos encontraremos ante serias dificultades. No porque no haya definiciones, por supuesto. Si preguntamos, encontraremos varias (que con una probabilidad de cien a uno estarán directamente tomadas de un activista de los EEUU). No obstante, ninguna de esas definiciones resultará satisfactoria, porque no logran el objetivo de una definición genuina, que es capturar la esencia de lo definido de tal manera que se aplique de igual modo a todos los casos. Antes bien, nos encontraremos con invenciones ad hoc, hechas para justificar el uso político de una palabra que, para las graves consecuencias que tiene (pues pocas cosas se perciben como peores, y pocas acusaciones se combaten con la misma fuerza), nadie sabría muy bien establecer su significado nuclear de modo claro.
Así, serán igualmente “racistas” quien desee la destrucción física de alguna de las razas humanas, por un lado, y quien sostenga determinadas posiciones científicas sobre la herencia de los caracteres, por el otro; o quien considere objetivamente superiores ciertas formas de arte, que se han dado de forma predominante en el contexto de las sociedades de tal raza, sobre ciertas otras, que se han dado en las de otra; o quien tenga preferencia estética sobre ciertos rasgos esencial o accidentalmente ligados a una etnia; o quien considere probado que ciertas malas costumbres se dan de forma más asidua, en un contexto histórico-espacial concreto, en un grupo étnico que en otro. Esta lista meramente ejemplificativa comienza a mostrar el problema ante el que nos hallamos, pues estas diversas realidades no podrían estar más lejos unas de otras, y, sin embargo, las englobamos todas con un mismo título. Asimismo, nos encontramos ante el fenómeno asombroso de que algunas de las actitudes que se consideran “racistas” sólo son tales, según la opinión de algunos, cuando se dan por parte de las personas de cierta raza hacia tal otra, pero no cuando se da la misma situación de modo inverso. En último lugar, nos encontramos también —como mostraré— con que hay formas de racismo que se excluyen mutuamente, y otras formas de racismo cuya exclusión supone la comisión de otras. Toda esta confusión exige un análisis profundo, pues no podemos saber lo que es racista y lo que no, ni si eso es bueno o malo, si no lo definimos.
Sin embargo, una vez estudiada la materia he encontrado que no hay un fondo común a todas las realidades a las que en el discurso común la palabra “racismo” se refiere. Lo cual va más allá de un mero caso de polisemia, porque, aunque se use una misma palabra para referirse a realidades distintas e incluso excluyentes, se usa como si tuviera un solo sentido, lo cual no puede sino llevar a confusión. Con la palabra “racismo” no nos encontramos ante un supuesto de polisemia simple, sino ante el fenómeno que he decidido bautizar como polisemia diabólica. La polisemia diabólica se da en las palabras que tienen una variedad de sentidos, relacionados, si acaso, pero realmente distintos entre sí, y que no pueden reducirse a un denominador común, uno o varios de los cuales lleva vinculado un desprestigio social y una perversión moral de los que los otros carecen, o al menos no comparten con la misma intensidad. No obstante, al referirse a toda esa multiplicidad de fenómenos con un solo término, se logra, al referirse a aquellos que no son tan malos con la misma palabra con la que se identifican los que gozan de peor valoración, despertar respecto de aquellos el juicio moral y la repulsa social que son propios de estos últimos. Esto no opera la mayoría de las veces como una estrategia política consciente, sino que es un mecanismo por el que quien usa la palabra se engaña a sí mismo y engaña a los demás, desarrollando la vaga idea de que existe un fondo común entre todos esos fenómenos por el simple hecho de que se abarquen bajo un mismo término. El hecho de que sean fenómenos relacionados, y de que en ocasiones (más o menos frecuentes dependiendo del caso) se den efectivamente en común, refuerza la idea de que son todos parte de un “pack” indivisible, de tal suerte que llega un punto en el que la percepción de una sola de estas realidades levanta en el intelecto una reminiscencia de todas las demás, como los perros de Pavlov, que empezaban a babear pensando en la comida cada vez que escuchaban sonar la campana.
A esta confusión sólo se le puede hacer frente con la claridad analítica del pensamiento que, realizando todas las distinciones necesarias, ilumina la confusión de los fenómenos para ordenarlos según su esencia indivisible. Este artículo y el próximo estarán dirigido a explicar y justificar estas distinciones, así como defender el postulado básico de que éstas no tienen un fondo común a partir del cual se las pueda juzgar en conjunto, ni científica ni moralmente. Así, una vez expuestas las principales ramas reales o posibles del racismo, se cerrará la serie con un último artículo en el que se hará un análisis filosófico-moral de cada una, enfocándose en su licitud o falta de ella y sus relaciones con las otras realidades englobadas bajo el término de “racismo”.
Estudiando la cuestión ha fondo, se encuentra, en primer lugar, que usualmente se tacha de racistas tanto ideas, que se creen, como actos, que se realizan. Dado que la primera idea que nos trae a la mente la palabra “racismo” es una especie de desprecio hacia las personas por razón de su raza, es llamativo que el racismo abarque no sólo lo que es de su propia naturaleza muestra de desprecio, los actos por los que se causa algún mal o se priva de algún bien, sino también ideas i.e. proposiciones abstractas, que de suyo no tienen un significado moral directo, sino que su importancia radica en que sean ciertas o no. Según se explica en una digresión del anterior artículo, una proposición sobre la naturaleza de las cosas no conlleva por sí sola ninguna consecuencia moral específica, sino que opera como premisa mayor de un silogismo ético, cuya premisa menor determinará la conclusión, i.e. lo que se debe, no debe o puede hacer. Por tanto, nos encontramos con que al tratar toda la cuestión del racismo, es decir, de las relaciones entre las razas, debemos distinguir dos esferas: primero, la cuestión de hecho de las diferencias realmente existentes (o inexistentes) entre las razas, y, segundo, la cuestión de derecho de los principios éticos a partir de los cuales se hacen obligatorias actuaciones concretas en base a esas circunstancias concretas. A lo primero se lo podría llamar racismo especulativo o intelectual, en la medida en que entra dentro del campo natural del intelecto que afirma o niega. A lo segundo se lo podría llamar racismo operativo, en la medida en que se refiere directamente a los actos que son lícitos, ilícitos o debidos, en base al primer juicio sobre la realidad fáctica de las cosas. Este artículo lo dedicaremos a analizar las divisiones del racismo especulativo, sin entrar a discutir su justificación o falta de ella. El siguiente artículo tendrá por objeto el racismo operativo y sus especies, y en el último capítulo realizaré, finalmente, un análisis filosófico-moral y científico de cada una de esas divisiones.
EL RACISMO ESPECULATIVO
Analizando el racismo especulativo en sí mismo, ha de señalarse, en primer lugar, que consiste en pensar algo. Más en concreto, consiste en pensar algo sobre una raza. Como vimos en el primer artículo, lo primero que se piensa sobre una raza es su misma existencia i.e. sus rasgos distintivos que la especifican como tal raza. Si se niega tal distinción, se vuelve imposible cualquier especie de racismo. Nótese que no sólo se volvería erróneo o inmoral sostener cualquier clase de racismo, sino imposible, porque sin un concepto de raza que tenga algún reflejo en la realidad, no cabría saber siquiera a qué se está uno refiriendo. Por ello partimos del concepto popular e intuitivo de la raza, que, como vimos en el primer artículo, se corresponde de forma bastante exacta con la idea científica de raza. Ahora bien, partiendo de la misma división de la Humanidad en razas, sobre ellas, como sobre todas las cosas, sólo se puede pensar algo bueno, malo o indistinto —teniendo a su vez en cuenta que el sostener algo bueno de una raza implica de suyo sostener algo malo de las demás i.e. la carencia relativa de tal atributo. Las opiniones que con más fuerza se rechazan son las que atribuyen caracteres mejores y peores a las diversas razas, pero, como veremos, también es de usual tachado como racista el atribuir algo por la raza que de suyo es indistinto.
EL RACISMO IDENTITARIO
Según un principio escolástico evidente por sí mismo, los diversos actos se distinguen por su objeto. En esa medida, realizaremos la clasificación del racismo especulativo según las distintas cosas que se pueden pensar sobre una raza. En primer lugar, nos salta a la vista que se puede pensar algo sobre alguien de una raza en cuanto miembro de tal raza de dos modos. Primero, se puede considerar que posee o deja de poseer algún atributo o carácter. P. ej: Los indios son vagos. Segundo, se puede considerar que su pertenencia a tal raza excluye o implica una identidad, es decir, que le impide o no ser miembro de algún grupo. P. ej: Un negro no puede ser español. Los casos respecto a los que más controversia suscita esta especie de racismo son —como refleja el mismo ejemplo— los referidos a la pertenencia a las diversas comunidades nacionales, por parte de los inmigrantes que viven en tales sociedades y los hijos de éstos, sobre todo cuando pertenecen a otra raza continental, tanto más cuanto más lejana sea esta de aquella a la que pertenecen los nativos de tal comunidad. De forma natural, cualquier idea de nación basada fundamentalmente en la ascendencia o ius sanguinis excluye de cada comunidad nacional a las razas extrañas. No porque se reduzca la nación a la raza, ya que también se excluirá de cada nación a los nacionales de otros países que pertenezcan a la misma raza continental, sino en la medida en que la raza, como la nacionalidad, se continúa por la procreación entre miembros del propio grupo. Junto con el racismo identitario hay que mencionar otra distincion que se suele comúnmente tachar de racista, si bien no toma ni directa ni indirectamente la raza como fundamento. Podríamos llamar racismo identitario impropio a aquella distinción que excluye o incluye en una identidad de acuerdo con criterios distintos de la raza, pero que implicarán de facto que la mayoría o gran parte de los miembros de alguna o algunas razas se vean excluidos. Así, con las concepciones “culturalistas” de la nación, no se excluye, de suyo, que un miembro de una raza distinta a la de la mayoría de los nacionales sea también un nacional, si se integra plenamente en la cultura. Sin embargo, la inmigración masiva siempre significará en la práctica, tanto más cuanto mayor sea la distancia cultural con el país de origen, que no habrá genuina integración en la cultura del país de acogida, entendiendo que sólo hay integración si los inmigrantes renuncian plenamente a su cultura de origen y acepten incondincionalmente la de su nueva residencia. De ahí que también se suelan considerar racistas las visiones culturalistas de la nación típicas del siglo XX —predominantes históricamente, p. ej., en los nacionalismos francés y turco— y se haya pasado en los países que han recibido inmigración masiva de ámbitos etnoculturales remotos a hablar de multiculturalismo, en lugar de asimilación. Lo mismo se puede decir, en general, del resto de concepciones de la nación que no implican de suyo un requisito de ius sangunis, pero que implican en la práctica la exclusión de grupos de inmigrantes que mantienen su propia identidad etnocultural: identificación subjetiva y lealtad, adscripción ético-religiosa, idioma, etc. Debe notarse, por último, que esta entra dentro de las distinciones indiferentes, antes que buenas o malas. Ningún mal se le hace a alguien por decirle que no es español, o francés, o de cualquier otra nación, y más si se tiene en cuenta que el mismo criterio de adscripción nacional se aplica inversamente, de tal suerte que un español que naciera en un país africano o asiático no podría tampoco llegar a alcanzar esa nacionalidad por ello.
EL RACISMO FÍSICO
En segundo lugar, y por lo que se refiere a los distintos atributos que acompañan a una raza, la primera especie de distinción que nos salta a la vista es el racismo físico. Este es el más evidente, y que todo el mundo sostiene en cierta medida. Que hay diferencias físicas entre razas está fuera de duda, porque si no no serían razas distintas, en primer lugar. Si bien esto resulta evidente, las diferencias físicas entre razas van mucho más allá de las primeras que saltan a la vista, y son objeto de estudio de la medicina y la biología, principalmente. Así, puede pensarse en distinciones como las de la densidad ósea entre unas razas y otras, la altura —con ejemplos extremos como los pigmeos— o la consistencia de la cera de oído. De aquí provienen, por supuesto, las diferencias en el rendimiento en diversos deportes, como sea el atletismo y el baloncesto para los negros y la natación para los blancos. Si bien pudiera parecer superfluo comentar esta especie de racismo, dado que parce algo objetivo y evidente de suyo, no creo que sea tal, porque desde ciertos sectores también se ha puesto en duda su realidad objetiva. Véanse, por ejemplo, intelectuales americanos que han pretendido darle una explicación puramente cultural a la prevalencia de los afroamericanos en la NBA. En una línea semejante, hubo también intelectuales yanquis que predijeron que en unas pocas décadas se disolverían en su mayor parte las diferencias en el rendimiento deportivo entre sexos (véase el primer artículo). Esta obsesión igualitarista, que apenas se puede calificar como otra cosa que locura, puede alcanzar hasta a los más inteligentes, con lo que todos tenemos la obligación de repetir y defender lo evidente, en estos tiempos de revolución universal. En relación a las posibles divisiones del racismo físico, podría distinguirse entre las diferencias físicas indistintas y las no-indistintas. Las primeras serían aquellas que no pueden, propiamente hablando, calificarse como peores o mejores, sino simplemente distintas. Por ejemplo, el tener la piel o el cabello de tal o cual color —lo cual tendrá, a lo sumo, alguna relevancia estética—. Las segundas serían aquellas que sí que pueden, en principio, considerarse en igualdad de circunstancias como algo mejor o peor. Por ejemplo, nadie podrá negar que es mejor en principio ser más que menos fuerte o resistente, o que es mejor digerir bien tal alimento que no hacerlo. Sin embargo, aunque se puedan calificar como mejores o peores, es sencillo ver que, en sí mismo, este mejor y peor son diferencias accidentales que no tocan al carácter esencial del hombre. Por último, convendría adelantarse a una posible objeción respecto a la categorización de los caracteres físicos como mejores o peores. Desde la perspectiva de la selección natural, podría plantearse la cuestión de que ningún accidente físico es de suyo mejor en términos absolutos, porque todos ellos existen en la medida en que sirven para algún propósito en el contexto en que surgieron naturalmente. Por ejemplo, los ojos rasgados son útiles en los territorios en que surgieron, para no ser molestados por el viento y el sol, mientras que los ojos menos rasgados cumplen su propia función en su propio entorno. Asimismo, la constitución fuerte sirve a un propósito, mientras que la constitución resistente a otro, y la mayor densidad ósea sirve a la fuerza, mientras que la menor densidad ósea permite una mayor capacidad de nado. Así, no se podría hablar de caracteres físicos mejores o peores en términos absolutos, sino que cada uno existe precisamente por ser el mejor en cierto contexto. A esta crítica se le debe dar la razón en la medida en que estos rasgos —por referirse a diversos caracteres físicos accidentales, los cuales no constituyen de suyo la perfección del hombre en cuanto hombre— no permiten decir en términos absolutos que unos sean mejores que otros, sino que siempre ese juicio será referido a una medida o función concreta. Ahora bien, la relatividad de estos juicios no quita que sean genuinos juicios de mayor o menor bondad o utilidad. Por lo demás, el hecho de que los contextos estén continuamente cambiando, y que muchos de los ámbitos en los que surgieron tales o cuales caracteres ya no existan, o quienes los poseen se hayan movido a otro ámbito, o esos caracteres se hayan vuelto relativamente superfluos por el desarrollo de las ciencias, exige también hacer una reevaluación. Precisamente en la medida en que la utilidad de las facultades no es absoluta, sino que viene vinculada a un determinado contexto, pueden ser juzgadas en relación al contexto real y actual en el que se dan de facto, tanto por lo que se refiere a una sociedad concreta en general, como a un subsistema de tal sociedad —como pueda ser un deporte específico. A su vez, hay rasgos respecto a los que se puede hacer un juicio casi absoluto, en la medida en que resultan positivos salvo en circunstancias extraordinarias. Estas diferencias, en cualquier caso, son las que menos interés presentan, y con ello menos polémica.
EL RACISMO ESTÉTICO
En tercer lugar, nos encontramos con el racismo estético. En cierto modo, esta viene a ser una especie del racismo físico, pues se refiere a los accidentes sensibles que varían entre razas. Sin embargo, el racismo físico trata sobre las diferencias fenotípicas en los accidentes corpóreos en cuanto existen, simplíciter, mientras que el racismo estético se refiere a los fenotipos raciales en la medida en que resultan a una persona más o menos desagradables a la vista. Estudiar el origen y la validez objetiva o falta de ella de los juicios estéticos va más allá de las pretensiones de este artículo, bastando a sus efectos el constatar que estas preferencias existen de hecho. Que el racismo estético existe es evidente de suyo, pues todo lo sensible es objeto de un juicio de belleza en la medida en que impresiona a la vista, y existen diferencias fenotípicas externas entre razas, unas más sutiles y otras absolutamente evidentes. Partimos del hecho de todos conocido de que cada persona aprecia de forma diversa los diversos rasgos humanos, prefiriendo unos sobre otros —independientemente, repito, de que ese juicio sea objetivo o subjetivo, o si encuentra su origen en realidades fijas de la naturaleza o es una construcción social, como modernamente se ha pretendido. Ahora bien, por ese mismo hecho, es de necesidad absoluta que toda persona preferirá estéticamente siquiera de forma relativa el fenotipo común de una o unas razas sobre el de otras, en la medida en que se adecúen más a su tipo ideal. En primer lugar, podríamos hablar de un racismo estético impropio, en la medida en que se prefieran estéticamente unos determinados rasgos en abstracto, independientemente de la raza, y sólo se tienda a preferir tal raza por razones probabilísticas, en la medida en que tal rasgo se instancia con más frecuencia en los miembros de tal raza. En segundo lugar nos encontramos con el racismo estético propiamente hablando, que es el que se dará cuando se prefiere una serie de rasgos en su conjunto en la medida en que tienden a darse unidos en un fenotipo racial —p. ej., no se prefiere el pelo rizado, la nariz ancha y los labios gruesos, sino todo ello junto con la piel oscura y el resto de rasgos que caracterizan a los negros. También cabría dividir el racismo estético propio, finalmente, en absoluto y relativo, siendo el absoluto aquel en el que no sólo se considera más bella estéticamente una raza sino que alguna otra —o todas las demás, si acaso— resultan ya no menos bellas sino desagradables a la vista. El racismo estético relativo sería, en contraposición, aquel en el que se clasifican en una escala estética los distintos fenotipos como más bellos y menos bellos, pero considerándose todos ellos bellos i.e. agradables a la vista.
EL RACISMO PSÍQUICO-CONDUCTUAL
En último lugar, y probablemente el más polémico, nos encontramos con el racismo psíquico-conductual. Al racismo psíquico-conductual lo constituye la idea según la cual se les atribuye a distintas razas distintos comportamientos de forma general y probabilística por razones que no son exógenas a la raza. Esta última nota es importante, porque en muchas ocasiones no es posible, siquiera para los más dedicados antirracistas, negar que haya una correlación significativa —si bien pueda querer minimizarse—, al menos en un ámbito espacio-temporal concreto, entre la raza y diversos comportamientos. Sin embargo, esto no se considera en sí mismo racista si se toma como raíz del problema una cuestión de suyo exógena a la raza, como pueda ser la pobreza o la influencia de oscuras fuerzas sociales discriminatorias. El racismo conductual se divide, a su vez, de forma general en dos vertientes, según cómo se expliquen las causas de estas diferencias.
Las explicaciones culturales consideran que el origen de determinados comportamientos que se dan de forma más frecuente en una raza se encuentran dentro de la cultura de los miembros de esa raza en cuanto que grupo humano. Cualquier raza, para subsistir como tal raza, requiere mantenerse como un grupo relativamente cerrado, i.e. cuyos miembros procreen predominantemente dentro del propio grupo. Es por ello natural que un grupo racial desarrolle en un determinado contexto una propia cultura, sea que vivan en su propia sociedad política o no, pues la cultura por su propia naturaleza se crea mediante la transmisión de padres a hijos. De ahí que las explicaciones culturalistas de las diferencias entre razas no sean de suyo totalmente ajenas a la raza como causa, pese a que no recurran a explicaciones biologicistas, porque el grupo racial es causa de ese comportamiento en la medida en que la cultura que subsiste como cultura de tal raza es la que lo origina. Esta explicación suele ser a la que recurren los conservadores dentro de los esquemas políticos occidentales. Cuando se aplica a los comportamientos antisociales que puedan tener algunos grupos étnicos, se trata de una explicación “antirracista” —o al menos así es percibida y defendida por ellos— en la medida en que no pone la raza como causa necesaria y directa de los comportamientos antisociales de diversos grupos étnicos, y abre la puerta a que, a través de un cambio de cultura, cambien las costumbres manteniéndose la raza. Sin embargo, es de usual tachada igualmente como racista porque se entiende que cualquier explicación que no absuelva de toda culpa y responsabilidad a esos elementos antisociales implica también otras formas de racismo y trae por causa apenas velada el odio a éstos. Paradójicamente, estas explicaciones “antirracistas” del comportamiento antisocial de diversos grupos étnicos terminan a su vez echando culpa y responsabilidad colectiva a los supuestos responsables de esas causas exógenas de su actuar, los cuales vienen a ser los miembros del grupo étnico mayoritario y nativo, que carece de tales comportamientos antisociales. De suerte que, pretendiendo supuestamente evitar la demonización de las razas, se termina demonizando a una raza por ser culpable ya no de sus propios crímenes, sino de los crímenes de otra.
Por el otro lado, podemos encontrar las explicaciones racialistas del comportamiento de las etnias, lo que usualmente se llama racismo científico. El racismo científico es la teoría según la cual el comportamiento está influido por la constitución física heredada de tal manera que las distintas razas —i.e. agregados de ascendencia común distintiva— se distinguirán en su comportamiento de forma estadísticamente significativa, por el hecho mismo de ser tal raza. Nótese que esto no implica de suyo el determinismo biológico-material —aunque tampoco lo excluye: hay racialistas deterministas, deterministas que no son racialistas, y racialistas que no son deterministas. En la medida en que la persona está constituida por la unidad de alma y cuerpo, el carácter, las pasiones, etc. están en gran parte determinados por la constitución física de cada uno, sin que eso quite que en toda decisión propiamente humana la balanza acabe decantándose a un lado u otro por un acto libre de la voluntad. Sin embargo, la influencia de la constitución física a través del temperamento sigue siendo lo suficientemente importante como para que sea significativa a efectos estadísticos, sobre todo si se está tratando a un gran conjunto de personas en lugar de una sola, y la posibilidad de que haya diferencias sensibles en conjunto basta para poder afirmar tesis racialistas. Por tanto, la contraposición el racialismo frente a las explicaciones puramente culturalistas no se puede reducir a una mera oposición entre una especie de materialismo biologicista-determinista y otras tesis “humanistas” que dejen más espacio a la libertad. De hecho, hablando en términos absolutos, no sólo es posible sostener explicaciones racialistas no-deterministas, sino que también se podrían afirmar explicaciones culturalistas deterministas —cada uno está influido exclusivamente por su contexto cultural, pero está absolutamente influido por éste.
Ahora bien, sea que la constituión física influye en el comportamiento de un modo absolutamente necesario o de tal suerte que deje espacio para la libertad, debe entenderse que el determinismo o semi-determinismo no significa que el comportamiento esté determinado por la constitución física como su único factor. Por ejemplo, nadie duda de que el comportamiento de un elemento como el agua dentro de un sistema físico opera de una manera fundamentalmente determinista. Sin embargo, eso no implica que una partícula de H2O, por el hecho mismo de ser una particula de agua, está determinada a estar en tal estado. Antes bien, significa que una partícula de H2O está determinada en unas concretas circunstancias a estar en tal o cual estado, sólido si es inferior a cero grados y líquido entre cero y cien. De la misma manera, los que sostienen la influencia de la constitución física en el comportamiento no creen en absoluto que el comportamiento sea un resultado simple y necesario a partir de la constitución física, sino que la constitución física en función del entorno influye en el comportamiento. Entorno y constitución física no se suman, como si una constitución física absolutamente impropicia pudiera compensarse por un entorno perfectamente propicio, sino que más bien se multiplican, de tal suerte que una constitución física inadecuada para un determinado resultado (tendente a cero) hará prácticamente inútil cualquier esfuerzo externo para compensar esa carencia, pero al mismo tiempo el resultado final puede cambiar en gran medida incluso con una disposición física adecuada (si el impulso del entorno tiende a cero podría verse casi totalmente frustrada, y del mismo modo podría verse potenciada con un entorno propicio). A su vez, salvo que se niegue totalmente la libertad humana, ese resultado de la constitución física y el entorno favorece e inclina hacia la decisión en una u otra dirección, que, de esa manera, en términos estadísticos tenderá a darse de la misma manera en grupos humanos que se asemejen en entorno y en disposición física, sin necesidad de aceptar un determinismo absoluto. Debe notarse también que, aunque es una premisa necesaria del racialismo, es posible aceptar la influencia de la disposición física en el comportamiento y no ser racialista, en la medida en que se sostenga que las diversas razas humanas no se distinguen significativamente en los elementos corpóreos que mueven a tales o cuales disposiciones. Sentado todo lo anterior, podría dividirse el pensamiento racialista según la importancia que se le dé al factor racial en esa fórmula que resulta en la disposición final. Aunque eso constituye por su naturaleza una escala gradual más que un esquema en el que se puedan establecer categorías discretas, podríamos distinguir entre los que consideran que el entorno apenas tiene peso en el resultado final, y los que creen que de forma usual puede cambiar significativamente el resultado, aunque la disposición física de la que se parte sea determinante.
De todo lo dicho puede verse que el racismo científico o racismo conductual racialista no excluye de suyo el papel de la cultura, con lo que su contraposición absoluta con el racismo cultural no es correcta del todo. El racialismo casi siempre deja un papel a la cultura, es más bien el culturalismo el que niega cualquier papel a la raza desde el punto de vista biológico. En esa medida, por racismo conductual cultural hay que entender el culturalismo puro, que tendría en su otro extremo no al racialismo simplíciter, sino a un racialismo puro que negara cualquier papel al entorno cultural.
CONCLUSIÓN
Estas son las clases de ideas racistas que he logrado encontrar. Lejos de ser una mera construcción artificial, me parece que se corresponde de forma bastante exacta con lo que, de forma usual, suele tacharse de racista en el lenguaje al que nos ha habituado la propaganda de izquierda. Que el lector juzgue el peso y valor de cada una, y comente cualquier idea que pueda aportar o cualquier desacuerdo con lo escrito. Según lo dicho, el siguiente artículo estará dedicado a analizar las diversas clases de racismo operativo. El cuarto y último capítulo estará dedicado a analizar todas las clases de racismo vistas anteriormente, realizando un juicio moral y fáctico sobre cada una de ellas.