Los Borbón-Parma son una rama menor de entre los descendientes de Felipe V, que gobernaron el Ducado de Parma entre 1748 y 1859. Aunque pueda resultar evidente para los informados, ni Don Javier ni Don Sixto descienden de Felipe V a través de Carlos María Isidro de Borbón, sino a través de Felipe I de Parma, el tercer hijo de Felipe V con Isabel de Farnesio, quinto de todos los hijos varones del primer Borbón español. Los Borbones españoles cuentan fundamentalmente con tres ramas: la rama principal, que va hasta Alfonso Carlos en 1936, y hasta el actual Jefe del Estado si se cuenta, como hacen la mayoría de genealogistas, a la descendencia de Isabel II1 con el Infante Francisco de Paula; la rama de Borbón-Dos Sicilias, descendiente de Carlos III por su tercer hijo, que gobernó en Nápoles y Sicilia hasta 1861 y sigue existiendo en el día de hoy, si bien los carlistas presciden de ella porque —a pesar de haber apoyado anteriormente la causa de Carlos VII— reconocieron a la rama isabelina en 1888; finalmente, la Rama de Borbón-Parma, que gobernó el Ducado de Parma hasta 1859 y que de forma intermitente apoyó la causa carlista, cuyos supervivientes son Don Sixto, sin descendencia e incapaz, y su sobrino Carlos Javier, que es ajeno al tradicionalismo y está casado en matrimonio morganático, así como los primos de estos, ajenos a España y al carlismo, algunos de los cuales casaron en las familias reales de Dinamarca, Luxemburgo, Saboya y Habsburgo.
Cuando con Alfonso Carlos, que murió sin hijos, se extingue en 1936 la descendencia masculina de Don Carlos V, no hubo entre toda la descendencia legítima y varonil de Felipe V quien tuviera alguna disposición favorable a la causa legitimista fuera de Don Javier de Borbón-Parma, y quizás su hermano menor Cayetano. Javier no era el mayor de entre los Parma, ocupando ese puesto su hermano Elías (además de otros dos hermanos que no tenían capacidad de gobernar por retraso mental). Así, excluidos por razón de rebelión todos los Borbones ajenos al legitimismo, los derechos sucesorios sólo pudieron ser defendidos por Don Javier y sus hijos. Alfonso Carlos dispuso el año de su muerte que
«Si al fin de mis días no quedase Sucesor legítimamente designado para continuar la sustentación de cuantos derechos y deberes corresponden a Mi Dinastía conforme a las antiguas Leyes Tradicionales y al espiritu y carácter de la Comunión Tradicionalista, instituyo con carácter de Regente a Mi muy querido sobrino S.A.R. don Javier de Borbón Parma, en el que tengo plena confianza por representar enteramente nuestros principios, por su piedad Cristiana, sus sentimientos del Honor, y a quien esta Regencia no privaría de su derecho eventual a la Corona»
Aunque es razonable pensar que tenía intención de designar a Don Javier como sucesor de la Corona, no podía hacerlo hasta el último momento de vida en la medida en que, estando sus parientes mayores excluidos tan solo por su rechazo de la legitimidad, podían restaurar sus derechos con un cambio de corazón. Esa es, al menos, la razón que me parece más probable para el hecho de que, al mismo tiempo que le cuenta como potencial sucesor, lo que considera su opción favorita en su correspondencia privada2, se abstuvo de reconocerle abiertamente como sucesor incontestable. En cualquier caso, me inclino a pensar que, si Don Alfonso Carlos no hubiera muerto sorpresivamente, en su última voluntad habría señalado expresamente a Don Javier como sucesor, lo que habría evitado al carlismo muchos quebraderos de cabeza.
Habiendo quedado como única opción sucesoria Don Javier —fuera de otros fenómenos como el carloctavismo, que terminó con la muerte de Carlos Pío de Habsburgo-Borbón, y el ralliément juanista, que no podía sino resultar repulsivo a los carlistas de raza y que perdió el sentido según Juan y sus hijos se fueron manifestando como irredimibles demócratas—, los principales pensadores carlistas se lanzaron a defender la causa de Don Javier y los Borbón-Parma —aunque no con la unanimidad que ahora algunos pretenden, si se piensa, p. ej., que Tejada defendió primero a los Braganza. La causa javierista nos ha dejado una historiografía y una «ciencia sucesoria» que, sea o no superior a la de sus rivales, es muy sesgada por lo que se refiere a los Parma, de modo que hay que dejar sentados los siguientes puntos:
En primer lugar, los Parma reconocieron la usurpación. Falsamente se ha dicho que, entre todos los Borbón Parma, sólo Elías, el hermano mayor de Don Javier —y más tarde Carlos Hugo y sus hijos, por supuesto—, reconoció a los isabelinos. Sin embargo, eso es una gran mentira. Presionados por la necesidad de restablecer relaciones con España en la complicada época del llamado risorgimento, el Duque Carlos II de Parma reconoció a Isabel II en 1850, y su hijo Carlos III, abuelo de Don Javier, la reconoció en 1852, como se contiene en la Gaceta de Madrid del 27 de octubre de ese año:
«S.A.R. [el Duque de Parma], confiando en la magnanimidad y en la sabiduría que distinguen todos los actos de V. M., espera encontrarla hoy tan dispuesta como lo hubiera estado en todo tiempo a acoger benignamente la expresión de deferencia y consideración que le ofrece (…) como a Jefe de su Real Familia, expresión que, no por ser menos pronta, es menos sincera y respetuosa»3
Carlos Luis, antiguo Duque que fue de Parma (se vio obligado por las revoluciones liberales a abdicar en su hijo, que luego murió asesinado), decía en una carta privada, reaccionando a una noticia que falsamente afirmaba que recién había reconocido a Isabel II en 1867:
«Como se ve, quieren sacar a relucir cosas pasadas. ¡Y cómo están de bien informados! DICEN que llevo treinta y tres sin reconocer a la Reina, y son ya DIECISIETE QUE LA HE RECONOCIDO! y después que yo, ¡le han reconocido mi hijo y mi nuera!… En resumen, ¡nos hemos vuelto amigos!»4
Nótese que esto lo dice ya después de haber visto usurpado su Ducado de Parma, cuando no necesitaba como en un primer momento el apoyo diplomático de España. En cambio, los hijos de Carlos III, a diferencia de su padre, sí que reconocieron de forma constante, hasta dónde sé, a Carlos VII, aunque no faltaron los conflictos entre ellos. El cadete Enrique no tuvo descendencia, y el mayor, el Príncipe Roberto, tuvo varios hijos en dos matrimonios, en el primero de los cuales salieron subnormales o murieron en la infancia todos menos el Príncipe Elías, y en el segundo de los cuales tuvo varios hijos sanos y que casaron extraordinariamente bien, pero que reconocieron a los alfonsinos en su mayoría. Quitando a los hijos retrasados o que murieron en la infancia, sus hijos varones fueron Elías, Sixto, Javier, Félix, Renato, Luis y Cayetano. Elías reconoció a Alfonso XIII, como todo el mundo sabe, razón por la que los javieristas le excluyen de la sucesión. Sixto (conocido sobre todo por haber participado en unas negociaciones de paz durante la primera guerra mundial que fueron saboteadas por el infame Clemenceau) casó morganáticamente y murió en 1934. Félix casó en la familia real de Luxemburgo y sus descendientes son ahora Grandes Duques de Luxemburgo; Renato casó en la familia real de Dinamarca; Luis casó en la familia real de Saboya, en concreto con la hija menor del rey Víctor Manuel III de Italia (¡los carceleros del Papa!); Cayetano, que se mantuvo cercano al carlismo, contrajo matrimonio morganático del que tuvo una hembra, y murió en 1958.
Habiéndose casado en familias que entretienen relaciones ordinarias con la rama isabelina, no puede dudarse que Félix, Renato, Luis y su descendencia hayan, en distintos momentos y grados, reconocido expresa o tácitamente a la dinastía isabelina. Tampoco por lo que se refiere a Zita y su descendencia. Quien quisiera defender lo contrario respecto de las personas de Félix, Renato, Luis y Zita debería demostrarlo, pues se puede razonablemente presumir que han renunciado al legitimismo una vez entran pacíficamente en el concierto europeo de las casas reales liberales5. Respecto de sus hijos, en cualquier caso, no hay duda razonable. Como tampoco hay duda de que la parte de su descendencia que no tiene mancha alguna de morganatismo no tienen ningún interés en el carlismo ni en el tradicionalismo, ni en perder su cómoda posición en la sociedad europea entrando en conflicto con su primo Felipe. Quien sostenga lo contrario querría que me lo pruebe.
Por lo tanto, en las generaciones que son relevantes al caso, nos encontramos a primera vista a Carlos Luis, Carlos, Elías, Félix, Renato y Luis que caen en el lado isabelino, y Roberto, Enrique, Sixto, Javier y Cayetano que caen en el lado carlista. Si acaso y pendientes nuevas investigaciones, como iremos viendo. ¡Estos son los legitimistas Borbón-Parma! Ciertamente que no tengo ninguna pretensión de juzgarles. Por lo que toca a Carlos II y Carlos III, hacían lo posible para salvar su Ducado. Por lo que toca a los demás, no conozco suficientes detalles como para hacerme una idea de sus personas: lo único que es seguro es que no hay modo más eficaz de oscurecer la historia que atender exclusivamente a los historiadores javieristas y neo-javieristas.
Fernando Polo, el principal apologista de los derechos de Don Javier en su clásico ¿Quién es el Rey?, defendía que el delito de rebelión contra la Corona excluía de la sucesión en sí y en la descendencia mientras no mediara carta de perdón del Rey. También defendía que la restauración de los derechos mediante el perdón real no tenía efectos retroactivos respecto a los derechos adquiridos de las ramas menores que se hubieran mantenido fieles. En cualquier caso, es evidente que Carlos VII perdonó tácitamente lo que hubiera que perdonar al recibir a los Príncipes Roberto y Enrique en sus filas, y se corrió un tupido velo sobre la actuación de su padre y su abuelo. Pero si vamos a aplicar los rigurosos requisitos que tan bien han sabido usar algunos tradicionalistas de la estricta observancia, la cosa se está negra para los Parma.
Sin embargo, puede ponerse más negra: y es que DON JAVIER RECONOCIÓ A ALFONSO XIII EN 1923.
En efecto, en la célebre visita de Alfonso XIII y Miguel Primo de Rivera a Italia, en la que tan bien se entendieron con Víctor Manuel III y Mussolini, Don Javier de Borbón-Parma se presentó ante Alfonso XIII para reconocerle como Rey de España y cabeza de la familia, tal y como ya había hecho anteriormente su hermano Elías. Lo cuenta Julián Cortés Cavanillas en la biografía Alfonso XIII: vida, confesiones y muerte, donde, hablando de su paso por Roma, menciona
«la concesión de numerosas audiencias a algunas personalidades italianas y españolas, y concretamente a una francesa [sic], al príncipe don Javier de Borbón-Parma, que solicitó con el máximo interés el poder rendir su homenaje personal a Sus Majestades los Reyes de España»6
Ese apelativo de francés en relación al Príncipe Don Javier sin duda resultará doloroso a muchos oídos. Erróneo, por lo demás, de acuerdo con la legalidad liberal, pues poco antes Elías de Borbón-Parma había sido reconocido como Infante de España, después de prestar homenaje a su primo Alfonso. Sin embargo, ruego que haya cierta indulgencia con Cavanillas: se hace más comprensible su confusión cuando se piensa que esta audiencia se solicitó por carta escrita en francés de puño y letra de Don Javier, quien firma allí como Prince Xavier de Bourbon de Parme. Incluimos aquí la carta para que no pueda pensarse que se trata de una maledicencia de un historiadorucho liberal:
Es algo farragoso, pero a vuelapluma entiendo lo que sigue:
Roma, el 13 nov.
Excelencia,
Tengo el honor de pediros por escrito lo que ya he expresado verbalmente, que tengáis la bondad de prepararme una audiencia ante Su Majestad el Rey y ante la Reina en su paso por Roma. Me disculpo de venir a daros esta molestia, pero prefiero venir a pediros esta audiencia hoy mismo antes que a la víspera de la llegada de Sus Majestades.
Mi dirección en Roma es 11. vía Po
Os damos gracias, Monsieur Embajador, de todo corazón os pido que me creáis vuestro
Prince Xavier de Bourbon de Parme7
¿Sabía Don Jaime esto? Cuesta creer que no. ¿Cuándo y por qué se retractó Don Javier? No lo sé. Lo cierto es que Javier colaboró con Alfonso Carlos desde 1931, que lo nombró regente en 1936. Pero el propio Alfonso Carlos era clarísimo respecto a la traición de los Parma en una carta a su sobrino Jaime, el entonces pretendiente, de julio de 1931:
«Para España sí que debería fijarse quién deberá ser tu Heredero legítimo (si no te casas y tienes hijos). Ese es un punto de suma importancia, y difícil a resolver.
La rama de D. Alfonso (dicen muchos que) perdió todos sus derechos por haber hecho la guerra contra el legítimo Rey Carlos V y luego Carlos VII.
Vienen los Borbones de Nápoles, pero todos ellos reconocieron a D. Alfonso como Rey.
Por último vienen los Borbones de Parma: más o menos fueron todos ellos al Palacio de Madrid, indirectamente han reconocido a D. Alfonso. Sólo quedan los dos últimos, que no tuvieron ocasión de ir casi: pero dudo aceptarían y además serían extranjeros. En tal caso el derecho bendice a D. Alfonso, más bien que a una República»8
¡Antes Alfonso XIII que Don Javier! Esa es una opinión dolorosa para los oídos carlistas, pero yo sólo soy el mensajero. ¡Incluso pone en duda que los descendientes de Francisco de Paula perdieran sus derechos por rebelión! Difícil de sostener. Por lo que respecta a Don Javier, llamar «indirecto» a su reconocimiento de Don Alfonso es quedarse bastante corto. En lo que toca a Sixto, que entonces aún vivía, no sé cuál haya sido el tiempo y modo en el que reconoció a Alfonso, pero sin duda que Alfonso Carlos no afirmaría lo que afirma si no lo supiera de buena mano. Los «dos últimos» a los que se refiere son Luis y Cayetano. Luis casó en una familia liberal y podemos asumir que reconoció a Alfonso y sus hijos en algún momento. Cayetano sí que parece que se mantuvo afín al carlismo, pero en cualquier caso nunca reivindicó derecho alguno. De modo que, a la postre, de todos los Borbón-Parma que nos conciernen, tenemos en el lado isabelino a Carlos Luis, Carlos, Elías, Sixto, Javier, Félix, Renato y Luis, y en el lado impolutamente carlista a Roberto, Enrique y Cayetano. Esta es la rama de la Casa de Borbón que más leal ha sido a los descendientes de Carlos V. Aquí va foto de las cartas para que nadie diga que me lo invento:
Por lo que respecta a los requisitos que pone Fernando Polo, según el cual debía haber retractación pública y el perdón real debería darse en la forma de condonación de la pena por una pena simbólica, pues ya tal. Si nos ponemos aún más puristas, habría que decir que a la muerte de Alfonso Carlos Cayetano precedía a Javier en la sucesión, porque según Polo el perdón real nunca puede ir en perjuicio de los derechos ya adquiridos. He aquí que a base de retorcer la ley sucesoria acabo de inventar una nueva rama del carlismo. En cualquier caso, esto nos permite hacernos una idea de cómo estaba el asunto en 1936: el mejor de todos los posibles pretendientes era un hijo menor de una rama menor que intermitentemente había reconocido a Alfonso XIII, y era el mejor pretendiente sencillamente porque ningún otro tenía la más remota gana de saber nada del carlismo, como ahora ningún príncipe la tiene en el mundo terminado el gobierno de Don Sixto.
Pero bueno. Perdonémoslo todo. Tampoco quedaba otra. En algún momento de 1931 Don Javier y Alfonso Carlos se reconciliaron, quizás por mediación de María de las Nieves, y terminó dándole su apoyo. Los carlistas no hicieron mal en ir con Don Javier, tal y como estaba la cosa, y tampoco es que a nadie le importe de verdad la forma que debía haber tomado el perdón real según las leyes dieciochescas. ¿Se terminan ahí los problemas de Don Javier? No del todo, porque muchos han dicho que su matrimonio fue morganático. El que haya prestado atención al anterior artículo recordará que esa era la opinión de Elías de Tejada. También recordará que Tejada sólo expresó esa opinión después de haber roto públicamente con Don Javier y Carlos Hugo, lo que hace dudar de su buena fe. En cualquier caso, su artículo al respecto, que puede leerse aquí, parece bastante sólido, pero vete tú a saber. Doctores tiene la Iglesia. Ocurre que Don Javier se casó con una Borbón-Busset, familia que tiene un origen bastardo en el siglo XV, por parte de Luis de Borbón, príncipe-obispo de Lieja, con Catalina de Egmont, duquesa de Gueldre. Los Borbón-Busset, de hecho, son los mayores de todos los Capeto, si se tienen en cuenta sólo los criterios de masculinidad y primogenitura, pero en Francia se entendió que no podían heredar la Corona por su origen bastardo, razón por la cual, extinguidos los Valois, heredó Enrique IV de Borbón en lugar de sus primos Busset. En cualquier caso, con el tiempo los Busset fueron en muchos casos equiparados a otros primos del Rey de Francia, y el tema del morganatismo tiene muchas aristas, con lo que no faltará algún argumento legal para defender los derechos sucesorios de la descendencia de Don Javier. Sin embargo, nunca he visto una refutación exhaustiva del artículo de Elías de Tejada, lo cual sería muy razonable pedir del entorno de la ex-Secretaría Política, teniendo en cuenta que allí lo toman por maestro. Esta es una tarea que creo que sólo Félix Mª Martín Antoniano puede enfrentar dignamente, a quien si me lee le mando saludos y le aviso de que sus nauseabundas calumnias contra el Conde de Maistre serán respondidas como se merecen. Por lo pronto, más de un amigo favorable a los derechos de Don Sixto me ha dicho en petit comité que encuentra los argumentos contra el matrimonio de Don Javier más fuertes que sus contrarios.
Sin embargo, demos por superada también esa dificultad. Seamos sinceros: si de verdad no queda ninguna otra opción, ¿a quién le importa la Pragmática de matrimonios de Carlos III? Yo quiero creer que el matrimonio de Don Javier es dinástico, y, como ya he dicho, en estas cuestiones lo que hace falta es un buen abogado —no en vano Tejada se creía en situación de defender con tanta habilidad la causa de Carlos Hugo que su contraria. A partir de entonces, ¿acaso no fue Don Javier un Rey ejemplar? Bueno. Aquí hay disparidad de opiniones. Yo creo que Don Javier siempre fue un hombre bueno y de sentimientos tradicionalistas. En la Cruzada tuvo un comportamiento ejemplar por Dios y por España. Sin embargo, tras la muerte de Alfonso Carlos no se proclama rey, ni terminada la guerra civil, ni terminada la guerra mundial. En el Congreso Eucarístico de Barcelona de 1952 acepta sólo a medias (¡tras diecisiete años de regencia!), y bajo gran presión de sus leales, el derecho sucesorio en unos términos insólitos:
«La Comunión Tradicionalista (…) tiene el claro concepto de lo que significa la proclamación de Rey: Rey de derecho (…) la victoria inicia rutas de superación (…) Hasta entonces Yo no paso de ser, pues que así lo pedís y así lo impone mi deber jurado, más que Rey de los Carlistas, Rey de la representación ideal de España, Rey de la Monarquía ideal»9
¡Rey de los Carlistas! ¿Cuándo se oyó tal cosa? ¿Dónde está ese Reino? Non est de mundo hoc. Esta pretendida proclamación terminó siendo una perfecta ausencia de proclamación, porque «rey de los carlistas» no es nada ni vale nada —lo único que cabe ser es Rey de España, y se es o no se es. No de otra manera lo tomaron los carlistas de aquel tiempo, que no eran tan tontos como algunos querrían pretender, y dice sobre este período el gran referente del sixtinismo Alberto Ruiz de Galarreta en sus Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español:
«en medio de equívocos constantes, Don Javier elude la Proclamación. Pronto el éxito alcanzado se vuelve contra él, le desacredita y hace contraproducente el acto de Barcelona»10
Don Javier fue siempre vacilante respecto a sus derechos al Trono, hasta el punto de que no sea aventurado pensar que sencillamente no estaba seguro de tener la razón. El propio hecho de proclamarse «Rey de la Monarquía ideal» es ya lo suficientemente extravagante como para notar que en aquel tiempo el legitimismo puro hacía aguas hasta en el corazón de los Príncipes. Las palabras de Don Javier pueden tener un solo significado, a saber: Que el pretendiente legitimista no es en realidad rey de nada, sino «Rey de Derecho», es decir, la persona que sería designada si se aplicaran las leyes sucesorias tradicionales, pero que de eso no puede extraer más derecho que el de liderar a sus leales en su empeño de hacer de la «monarquía ideal» una monarquía real, para lo cual no confiaban exclusivamente en las leyes de 1714, como habría de hacerse en buen legitimismo, sino también en las instituciones surgidas de la victoria del 18 de Julio, que ahora abrían «rutas de superación» del conflicto dinástico.
Pero aun de esto cabría dudar, si uno atiende a otros hechos que refiere Galarreta del tiempo posterior al Acto de Barcelona. Y es que tan poca seguridad tenía, según parece, Don Javier de sus derechos, que todavía se disculpó con Don Juan y le reconoció por jefe de familia en 1955, cuando se encontraron en la boda de la Princesa María Pía de Saboya. De esto da Galarreta tres fuentes, una de las cuales es el histórico dirigente carlista Don Manuel Fal Conde, que decía en una carta:
«Don Juan, que en febrero anterior, en Lisboa, cuando la boda de la Princesa María Pía, cuando Don Javier le presentó a Don Carlos [Hugo] y le dio el tratamiento de Jefe de la familia, le increpó: “Ahora me dices que soy el Jefe de la familia, pero tú en Barcelona te pusiste por ti mismo la Corona”»11
El propio Don Juan relataba en términos muy semejantes el suceso para el autor Pedro Sáinz Rodríguez, presentándonos una conversación en francés12 que fue tal que así:
— Bon soir; je salue en toi le chef de la famille
— Tiens! C’est nouveau (…) ¿Qué es lo que has hecho?
— Alors… La ceremonie du sacre è Barcelone… Une toute petite ceremonie…
— Ceremonie… Merde!13
Y con eso dio por terminada Don Juan —según cuenta— la conversación. Tal parece que se tomaba más en serio que Don Javier sus derechos dinásticos. Y, sea o no su testimonio exacto en todos los puntos, lo cierto es que nadie puede negar que este suceso ocurriera en lo esencial, siendo que también lo cuenta el carlista Fal Conde. No hay palabras más justas para describir el Acto de Barcelona que las del propio Don Javier: Une toute petite ceremonie. Una ceremonia privada de los carlistas en la que, en razón del derecho dinástico que por hipótesis caería sobre él, toma la responsabilidad de abanderar la Comunión y hacer lo posible para algún día ser Rey de España. O, para ser más exactos, sucesor de Franco a título de Rey.
Finalmente, y dejando lo puramente dinástico para movernos al ideario socio-religioso del carlismo, lo cierto es que Don Javier dejó hacer al Príncipe Carlos Hugo y su cábala de socialistas durante años y años. En el 65 los carloshuguistas dan su primer golpe de mano, en el 72 Don Javier entrega a su hijo las riendas del partido, y en 1975 abdica en Carlos Hugo. Quienes defienden a Javier han dicho que estos actos fueron forzados, pero, se piense lo que se piense, sus más de diez años de inacción no se hacen bajo fuerza, salvo que en sentido muy amplio quiera entenderse como coacción moral el que no hiciera nada por miedo a contrariar a su hijo. Eso en todo caso desdice de sus regias cualidades. Pero que hubiera algún grado de connivencia, ciertamente extraida por su hijo con perfidia aprovechándose de su ancianidad, no puede negarse si se ven testimonios como el siguiente que nos presenta Galarreta:
«El dirigente carlista de primerísima fila Don Antonio Garzón comunicó al recopilador [Galarreta] pocos meses antes de su muerte, su reacción y conducta cuando oyó a Don Carlos Hugo por primera vez —no recordaba exactamente cuando— la palabra “socialista” (…) Indagó en qué momento y lugar estarían juntos Don Carlos Hugo y Don Javier, y cuando lo supo marchó a verles (…) Sentados los tres, Don Antonio Garzón le pidió a Don Carlos Hugo que le dijera, delante del Rey, si era verdad, o no, que él, Don Carlos Hugo, había dicho que el Carlismo y él eran socialistas. Garzón llevaba unos impresos de la Comunión en el bolsillo que le atribuían tal afirmación y pensaba sacarlos y enseñarlos si Don Carlos Hugo la negaba. Pero no la negó: estuvo evasivo y bagatelizando. “Don Javier estaba volado”, contaba Garzón. “¡Sí, o no!”, le atajaba Garzón; y Don Carlos Hugo y Don Javier se siguieron mostrando evasivos y dicharacheros, sin afirmar ni negar. “¡Sí o no!”, repitió hasta tres veces Don Antonio Garzón. Hasta que, finalmente, se levantó y dijo: “Ya no me queda duda de que S. A. es socialista”, y se marchó. Don Antonio Garzón terminó su relato diciendo que Don Javier estaba descompuesto»14
El propio Galarreta consideraba que todas esas inconsistencias ya habían hecho perder la legitimidad a Don Javier antes de 1966. Al lado de este testimonio directo y desinteresado, la versión rosa que nos pinta el addendum a la Breve historia da ganas de reír. Es digno de notarse que, según nos cuentan los Apuntes, el apoyo que dio al referéndum por el que se aprobó la Ley Orgánica del Estado de 1967 fue la gota que colmó el vaso para muchos buenos carlistas:
«Para los que, excesivamente rigoristas, Don Javier no había perdido aún la Legitimidad de ejercicio, éste es el hecho definitivo en que le pierde (…) Hubo muchos grupos disconformes en las filas de Don Javier, pero que por inercia u otras causas continuaron en ellas. Fueron infieles igualmente a su vocación carlista»15
En sus últimos años nos encontramos con entrevistas contradictorias, unas de signo tradicionalista y otras en las que se congracia con su hijo Carlos Hugo. En general priman las razones para hacernos pensar que las primeras son una falsedad y las segundas representan el verdadero pensamiento de Don Javier, razones que los sixtinos han esgrimido durante años con habilidad. Respecto de su última entrevista en el 77 en la que repudió la línea socialista del carlismo, Carlos Hugo y sus hermanas —salvo María Francisca, que se mantuvo fiel al tradicionalismo— afirmaron que Sixto había secuestrado a Javier y le había presionado, aprovechándose de su ancianidad, para presentar declaraciones afines al tradicionalismo. La esposa de Don Javier y madre de todos ellos, Magdalena de Borbón-Busset, afirmó en cambio que habían sido Carlos Hugo y sus hermanas quienes habían secuestrado a Javier para hacerle declarar en un sentido revolucionario. Les desheredó y no permitió que asistieran a su velatorio.
En este asunto, cada cuál cree a quien mejor le cae. Yo, por mi parte, no tengo duda de que Don Javier siempre tuvo sentimientos tradicionalistas, y por eso creo que esos pronunciamientos son los que más se identifican con la verdad. Ahora bien, nadie que conozca bien todo el periplo puede negar que Don Javier fue, en el mejor de los casos, vacilante y más que vacilante. Tardó diecisiete años en aceptar el fin de la regencia, y aun esto lo hizo a medias. Toleró durante años y años el camino revolucionario de su hijo. Anduvo a vueltas entre el alejamiento y la colaboración con el franquismo. Llamó a votar a favor en el referéndum de la Ley Orgánica del Estado de 1967, lo cual es, a todos los efectos, una perfecta renuncia de sus derechos dinásticos, si es que alguna vez llegó a aceptarlos plenamente. También aceptó la ley de libertad religiosa del tardofranquismo, lo cual en cualquier otro sería, según los Doctores tradicionalistas de la estricta observancia, razón más que suficiente para perder la legitimidad de ejercicio.
Probablemente siempre mantuvo, a modo suo, el tradicionalismo de su juventud. Probablemente, también, era un hombre muy familiar, y eso le hacía resistirse a proclamar sus derechos al Trono mientras viviera su hermano mayor Elías (1880-1959), a quien jamás denunció públicamente como ilegítimo jefe de los Parma. Tampoco denunció jamás como jefe de familia a su sobrino Roberto, hijo de Elías. Cuando murió su padre en 1959, Roberto se confirmó en el reconocimiento a la línea alfonsina y reivindicó la precedencia de sus derechos sobre Don Javier. ¿Cómo respondió el Príncipe de la Legitimidad Proscrita? Invitando a Roberto a presidir la boda de su primogénita Francisca en 1960, y pidiéndole humildemente que, como jefe de familia, permitiera a su hija usar el título de Alteza Real (que Elías no le había reconocido). Don Javier no asume la jefatura de los Parma hasta que muere su sobrino Roberto en 1974. Quizás fue por lealtad a Elías como jefe de los Parma que fue desleal a Don Jaime en 1923. También por esos sentimientos familiares se resistió a repudiar a su hijo Hugo, pese a que su deriva se volvía de forma pública cada vez más y más inaceptable. Sin duda que, pese a esa debilidad, en sus últimos años debemos guiarnos por un criterio tan de sentido común como pensar que Don Javier no diera una vuelta entera a su ideario en su vejez, aunque sea difícil negar que se descafeinó un tanto en aspectos relevantes. Así, la mayor parte de lo que va en un sentido contrario podemos asumir que lo consintió bajo presión o manipulado.
¿Puede imaginarse una perfidia semejante, una falta mayor de piedad monárquica y filial, de humanidad y de caridad cristiana, que aprovecharse de todo un Rey en su vejez por los propios objetivos ideológicos y políticos? Sin duda alguna que la culpa mayor en esta materia no está en Don Javier. Sin embargo, Don Javier ya murió, y, rechazado definitivamente Carlos Hugo por rojo, y sus hijos Carlos Javier y Jaime por no haberse apartado del pensamiento de su padre y por sus matrimonios morganáticos, sólo nos queda Sixto. Sólo queda Sixto.
De cuya Real Persona hablaremos en la siguiente entrega.
A lo largo de todo el texto usaré o dejaré de usar los títulos reales de los usurpadores según exijan la elegancia y la brevedad, tal y como hace S.A.R. Sixto Enrique en multitud de entrevistas. Los puristas con comillismo compulsivo pueden irse a freír espárragos.
Según puede encontrarse en una carta de Alfonso Carlos a Don Javier de 10 de marzo de 1936, que se reproduce en Polo, F., ¿Quién es el Rey?, Editorial Tradicionalista, Sevilla, 1968, pp. 160-162: «Esta Regencia no debe privarte de ningún modo de tu eventual derecho a mi sucesión, lo que sería mi ideal, por la plena confianza que tengo en ti, mi querido Javier, que serías el salvador de España».
Citado en Balansó, J., La familia rival, Planeta, Madrid, 1994, p. 110. Obra que cita Miguel Ayuso en «Carlismo y tradición política hispánica», Verbo, nº 467-468, p. 587.
Sagrera de, A., La duquesa de Madrid, Mossèn Alcover, Palma de Mallorca, 1969, p. 163.
Incluir a los Habsburgo anteriores a Otón entre las casas liberales sería excesivo, pero no cabe ninguna duda de que el Imperio Austro-Húngaro reconocía a Alfonso XIII. Tanto más si se piensa que fue Alfonso XIII quien ofreció auxilio a Sus Majestades Imperiales y Reales Zita y Carlos, por lo que no dejaron de mostrarle un muy profundo y muy justo agradecimiento. Por lo demás, su descendencia se ha venido moviendo en el ámbito democristiano desde hace muchas décadas, sin que me conste alguna excepción notoria.
Cortés Cavanillas, J., Alfonso XIII: vida, confesiones y muerte, Editorial Juventud, Barcelona, 1966, p. 149.
Ibídem, p. 321.
Esta carta se encuentra en el Archivo Histórico Nacional, DIVERSOS-ARCHIVO_CARLISTA, 134, Exp.1, Carta de Alfonso de Borbón y Austria Este a Jaime de Borbón. 6 de julio de 1931. Puccheim. Me he tomado la libertad de modernizar la ortografía. Las itálicas son mías.
Ruiz de Galarreta, A., Apuntes y documentos para la historia del tradicionalismo español, 1939-1966, Tomo XIV, p. 33.
Galarreta, Historia del tradicionalismo español, Tomo XIV, p. 6.
Galarreta, Historia del tradicionalismo español, Tomo XVII, pp. 113-116.
Cierto que el tema del idioma no es ni mucho menos determinante, pero tiene la suficiente importancia como para que Polo se moleste en citar un periódico francés que atribuía a Don Javier un acento extranjero. Pero a mí testimonios como este me hacen dudar de que se manejara con más facilidad en castellano que en francés. ¿Es posible que ese acento extranjero fuera más bien italiano? También es posible que no se pueda atribuir a un solo idioma sino que viniera en general de la muy variada mezcla idiomática y cultural de esa familia.
Galarreta, Historia del tradicionalismo español, Tomo XVII, pp. 113-116.
Galarreta, Historia del tradicionalismo español, Tomo XXVI, p. 40. Las idas y venidas de Don Javier pueden se presentan y comenta a lo largo de este tomo.
Ibídem, pp. 5-6.