Después de veinte largos años en los que su presencia en España fue mínima, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón publicó el 17 de julio de 2001 un manifiesto dirigido a reconstruir la Comunión Tradicionalista en torno a su persona. Más concretamente, en torno a la Secretaría Política que nombró en un despacho de ese mismo día, poniendo por jefe de ella a Rafael Gambra.
Este manifiesto, que abrió en el tradicionalismo español un nuevo ciclo que ha durado un cuarto de siglo, conviene que sea reproducido en extensión:
«En esta fecha en que mi padre, en nombre de mi tío abuelo el Rey Don Alfonso Carlos, dio la orden al Requeté de sumarse al Alzamiento Nacional, cumplo con mi deber de dirigirme a vosotros de nuevo para llamaros a cerrar filas en torno a nuestra Comunión Tradicionalista, medio providencial que ha garantizado y ha de asegurar la continuidad y restauración de las Españas.
En mi manifiesto del día de Santiago Apóstol de mil novecientos ochenta y uno os decía: «El destino ha puesto en mis manos la bandera limpia e inmaculada de nuestra Tradición. Fiel a esta bandera he de vivir en el cumplimiento de la alta misión de la que la Providencia me ha hecho depositario y con la firme promesa de que ningún interés o inclinación personal jamás me apartarán de esa entrega que a España y al Carlismo debo como representante y Abanderado de la Comunión Tradicionalista». Mucho ha sido lo acontecido desde entonces, y no con mi indiferencia, aunque en ocasiones me haya parecido más adecuado guardar silencio e intervenir por el consejo personal o por el consentimiento tácito.
Tras la defección de mi hermano Carlos Hugo, durante años he esperado con vosotros que mis sobrinos, sus hijos Don Carlos Javier y Don Jaime, enarbolasen la bandera de la que yo he sido depositario tras la muerte de mi padre, nuestro llorado Rey Don Javier. No he perdido la esperanza. Pero esta situación de Regencia no puede ni debe perpetuarse. A ellos y a vosotros recuerdo los fundamentos de la legitimidad española, tal como los definió mi tío abuelo el Rey don Alfonso Carlos en el Decreto en que instituyó la Regencia en la persona de mi padre:
(…)
Para mejor servir estos principios y reorganizar eficazmente nuestra Causa, he decidido nombrar una Secretaría Política que actuará bajo la dirección de don Rafael Gambra. Espero de los carlistas que, deponiendo toda diferencia, le presten la más leal colaboración.
(…)
En las Españas, la Hispanidad repartida por todos los continentes, que ha sido la más alta expresión de la Cristiandad en la historia, radica nuestra principal fuerza. A la reconstrucción de su constitución histórica y a la restauración de un gobierno según su modo de ser debemos dedicar todos nuestros empeños. Desde que una parte creciente de los españoles los olvidara, a partir de los días de la invasión napoleónica, sólo hemos tenido decadencia e inestabilidad. La actuación del Carlismo impidió que la decadencia se consumase en agotamiento, quizá fatal. Porque, aunque nuestros antecesores no llegaran a triunfar, su resistencia, aquel «gobernar desde fuera» que practicaron, impidió la muerte de nuestro ser. No puede ser otro el papel de nuestra Comunión, baluarte desde el que confiamos conservar los restos que ―si Dios lo quiere― nos permitan el triunfo, el ciento por uno de nuestros desvelos, además de la vida eterna que es ―por encima de todo― lo que deseamos alcanzar (…) De esta pureza de ideales, y no de la cesión a cualesquiera de las tentaciones de adaptación que por doquier nos acechan, ha de nacer la victoria que necesitamos. Que este siglo que comienza sea el de nuestras Españas.En el exilio, a diez y siete de julio del año dos mil uno.
Sixto Enrique de Borbón»1
Hay varios puntos de este manifiesto que merecen plena atención. En primer lugar, uno no puede dejar de notar que, en ese momento, estaba muy lejos de haber cumplido las palabras que cita de su manifiesto de 1981. El propio texto no deja de reconocer discretamente su ausencia de veinte años, al decir que «Mucho ha sido lo acontecido desde entonces, y no con mi indiferencia, aunque en ocasiones me haya parecido más adecuado guardar silencio e intervenir por el consejo personal o por el consentimiento tácito». Por lo que toca a la indiferencia o la falta de ella sería absurdo discutir, pues de las intenciones no juzga ni la Iglesia, pero no cabe duda razonable de que durante alrededor de dos décadas Don Sixto no ejerció como «representante y Abanderado de la Comunión Tradicionalista», ni tuvo representación permanente en España, ni hay nada que indique la existencia de una disciplina sixtina relevante en el partido político que bajo el nombre de Comunión Tradicionalista Don Sixto inscribió en 1977 y que se integró en la Comunión Tradicionalista Carlista en 1986. Este asunto ya lo hemos apuntado en el artículo anterior. Resulta un tanto difícil ubicar a Don Sixto en esa etapa, pero, para los efectos que aquí estamos tratando, baste con señalar que no estaba en España ni se inmiscuyó significativamente en ella. Como decía Ayuso en un discurso de 2018, «No siempre había habido una relación biunívoca con él [S.A.R.] por parte de quienes sostenían la tradición carlista, no siempre había habido un contacto permanente, aunque algunos de los aquí presentes [i.e. Luis Infante, q.s.g.h.] siempre lo habían mantenido»2. Asimismo, fue José Miguel Gambra quien dijo en los Mártires de la Tradición de 2013 que el carlismo parecía haber muerto y la Comunión Tradicionalista había detenido su andadura3; y en los Mártires de 2017 que la Comunión se hallaba desactivada4.
Continuemos. Inmediatamente se nos presenta la cuestión de la Regencia, que será capital en este asunto: «durante años he esperado con vosotros que mis sobrinos (…) enarbolasen la bandera de la que yo he sido depositario tras la muerte de mi padre (…) No he perdido la esperanza. Pero esta situación de Regencia no puede ni debe perpetuarse». Este es un primer problema, porque la supuesta regencia de Don Sixto es una cuestión muy disputada. En primer lugar, está el hecho de que esta regencia no le viniera otorgada por el Rey, y la regencia autonombrada no tiene fundamento legal en la monarquía española, como puede verse en la Ley de Partidas. El pretendiente Alfonso Carlos instituyó a Don Javier como regente de la Comunión Tradicionalista mediante un decreto real, pero jamás hubo tal decreto real de Don Javier sobre su hijo. Después de haber apoyado o dejado que otros apoyaran en su nombre a su hijo Carlos Hugo durante años, Don Javier da en el 77 una última entrevista y manifiesto de signo tradicionalista —cuya autenticidad siempre ha sido negada por los huguistas—, pero en estos no se halla el menor rastro de tal regencia, o siquiera la confirmación del papel de Abanderado de la Tradición de su hijo. Por haber, no hay siquiera una condena por nombre a su hijo Carlos Hugo, aunque es evidente que los redactores del texto se referían a su línea al rechazar «un gravísimo error doctrinal dentro del carlismo, haciéndolo aparecer ante la opinión pública como partido socialista o aliado del marxismo o del separatismo»5.
No habiendo ningún decreto que instituya esa regencia, no he llegado a concluir con claridad cuál sea la primera vez en que Don Sixto se atribuye explícitamente esa posición. El mismo Luis Infante concedió en su conferencia sobre la sucesión de 2010 (a la que tendremos ocasión de regresar) que «ha ejercido como Regente, aunque la palabra se ha utilizado muy poco»6. Esto me hace sospechar que la idea de que Don Sixto haya reivindicado la regencia (en sentido jurídico estricto) desde el 75 es una pretensión post hoc, como tantas que se han creado en la historia reciente del carlismo. Este punto no lo afirmo categóricamente, sin embargo. Lo que sí afirmo, si queremos asumir que son sinónimos Regente y Abanderado, de suerte que la regencia de Don Sixto comienza el 22 de septiembre de 1975 con la carta a su hermano Carlos Hugo, es que esa regencia no se ejerció durante largo tiempo. Ahora bien, nos hallamos ante una regencia cuyo fundamento es la vía de hecho: que Don Sixto fue el dinasta más cercano en la línea de sucesión de Don Javier que, habiéndose Carlos Hugo apartado de los principios carlistas, quiso dar un paso al frente y gobernar la Comunión Tradicionalista en 1975. Concedamos, por hipótesis, que una Regencia pueda instituirse legítimamente de tal manera. Pero si la regencia de Don Sixto se funda en que, siendo el segundo hijo varón del último pretendiente y habiendo devenido el primogénito incapaz, quiso ejercer los poderes de la regencia de hecho, ¿qué se concluye de ahí si dejó de ejercer de hecho los poderes, por sí o por otros, durante veinte años? Parecería seguirse que dejó de haber tal regencia.
He ahí un primer problema.
Una segunda sorpresa, quizás mayor, la encontramos poco más adelante: «En las Españas, la Hispanidad repartida por todos los continentes, que ha sido la más alta expresión de la Cristiandad en la historia, radica nuestra principal fuerza. A la reconstrucción de su constitución histórica y a la restauración de un gobierno según su modo de ser debemos dedicar todos nuestros empeños». Y es que la novedosa preferencia por la expresión de «las Españas», totalmente ausente en su manifiesto de 1981, parece traer consigo una transformación de fondo: el sujeto político a cuyo bien común los carlistas aspiran ya no es, por lo visto, la España peninsular y sus territorios adyacentes, sino «la Hispanidad repartida por todos los continentes». Que ni jamás hubo actividad carlista para reconquistar los virreinatos ni los reivindicaron los reyes carlistas siquiera de iure al menos desde Carlos VII es algo que no puede dudarse, como ya señalé en mi primer artículo. No otra cosa afirmó explícitamente el propio Don Sixto en su manifiesto del 81, donde defendía la necesidad de recuperar las esencias hispánicas para así demostrar «nuestro sentido de responsabilidad no sólo para con nosotros sino para con los pueblos —ahora soberanos y hermanos— de los cuales España fue la madre Patria»7.
¿Reivindica, pues, el manifiesto de 2001, que el carlismo ahora aspira a hacer de la legitimidad legalidad no sólo en España respecto de la situación anterior a 1833, sino en el mundo entero respecto de la situación anterior a 1808? Nadie puede negarles, a lo menos, que sean ambiciosos. ¿O será, por el contrario, que aspiran a «la reconstrucción de su constitución histórica y a la restauración de un gobierno según su modo de ser» en un sentido más amplio, el sentido que de forma más o menos constante la Comunión Tradicionalista ha defendido desde Carlos VII, que es la confederación católica con la antigua América española? Si es esto último, no habría nada que objetar. Algunos encontramos que tales proyectos presentan más aspectos problemáticos a día de hoy de lo que lo hacían a finales del siglo XIX, pero esta es cuestión de opiniones. Ahora bien, si de lo que se trata es de una transformación esencial de los objetivos y el ámbito de operación de la Comunión Tradicionalista, nada sería más incomprensible que el hecho de que este cambio se realice sin declararse y definirse con claridad y exactitud, así como sin haber pasado por una más que justa discusión y consulta generales en el pueblo carlista. Si esta última sugerencia resulta desvergonzadamente democrática —¡como si el elemento popular no fuera parte de la monarquía mixta que perfiló el Aquinate!—, no creo que sea demasiado pedir que, al menos, se justifique cumplidamente tal decisión soberana del Príncipe que cambia una práctica de casi doscientos años.
De entre estas dos interpretaciones posibles —la primera de las cuales parece atenerse más estrechamente a la letra—, la que de forma cada vez más decidida se ha seguido ha sido la que pasa por reivindicar indistintamente los derechos sucesorios del Rey de España en todos los territorios de la antigua monarquía, confundiendo la nación española en unas pretendidas Españas pentacontinentales.
En 2001, pues, se decidió resucitar una Regencia que no se había ejercido en veinte años para resucitar un Imperio que no se había defendido en doscientos años. ¿Por qué?
LOS ANTECEDENTES HISTÓRICOS
Según apuntábamos en el anterior artículo, en la historia oficial presentada por la Secretaría la reconstitución de la Comunión Tradicionalista en torno a Don Sixto fue algo largamente planeado durante los años 90. En particular, el addendum a la Breve historia dice que
«A lo largo de los años noventa [Don Sixto] se reúne en Madrid periódicamente con Hermenegildo y José Ramón García Llorente, José Arturo Márquez de Prado, Rafael Gambra, Alberto Ruiz de Galarreta, Carlos Etayo y Miguel Ayuso, entre otros. La reunión de septiembre de 1995 puso en evidencia la necesidad de reconstruir la Comunión Tradicionalista, ante la deriva irrelevante y heterodoxa de la organización nacida en 1986. En 1998 Don Sixto envió un telegrama muy expresivo al importante homenaje que se tributó a Rafael Gambra con motivo de sus sesenta años de docencia, con un liber amicorum y una monografía de Miguel Ayuso sobre su pensamiento. Los años 1999 y 2000 fueron definitivos. Don Sixto decidió intervenir directamente y nombrar a Rafael Gambra Jefe-Delegado. En julio de 2000 estaba todo dispuesto, a falta de los últimos retoques. En octubre José Ramón García Llorente viajó a Madrid desde su estancia en San Genaro en la Pampa y se reunió con Rafael Gambra y Miguel Ayuso. Sólo faltaba encontrar la fecha para dar el anuncio. Pero en enero de 2001 fue Don Sixto el que viajó al Río de la Plata y el 24 de enero sufrió el grave accidente del que sigue evidenciando sus secuelas y en el que murió su más abnegado colaborador José Ramón García Llorente, además de un joven tradicionalista argentino Juan Manuel Muskett. Don Sixto, en coma, fue trasladado a Santa Rosa de la Pampa, primero, y de ahí al Hospital de Percy en París. Meses después al Hospital de Los Inválidos, donde el 17 de julio firmó un importante Manifiesto y un despacho designando finalmente a Rafael Gambra jefe de su Secretaría Política y Jefe-Delegado de la Comunión Tradicionalista. Miguel Ayuso y Luis Infante ocuparon sendas vice-secretarías, y comenzó una intensa labor de reconstrucción de la Comunión Tradicionalista»8
¿No es evidente el problema de todo esto? Para quien no lo vea, lo señalaré: ¿Acaso no es ridículo pensar que hagan faltan tantos años para publicar un manifiesto y un nombramiento? Para empezar, el Seudo-Ferrer no explica, como jamás se ha explicado, el largo paréntesis en el abanderamiento de Don Sixto. ¿Por qué hubo que reconstruir la Comunión Tradicionalista, según sus propias palabras? El addendum falsamente afirma que Carlos Cort fue nombrado Jefe-Delegado en 1984. Ahora bien, Cort murió en el 94, ¿por qué no se nombró un nuevo Jefe entonces? ¿Cuáles fueron los actos de su Jefatura? ¿Acaso se le había relegado de sus funciones anteriormente? En resumen: ¿Por qué Don Sixto cesó totalmente en sus funciones durante bastante más de diez años?
Por lo demás, ¿qué hacía Don Sixto a mediados de los noventa? Como ya se señaló en el anterior artículo, en una entrevista del 94 él mismo se distanciaba de la causa dinástica carlista9. ¿Y qué hacían sus principales colaboradores? En un artículo de abril del noventa y cinco Rafael Gambra hablaba de «la legitimidad monárquica que, por desgracia, no tiene hoy persona ni estirpe que la reivindique»10. ¿Pero en qué momento nos dice el Seudoferrer que se decidió lanzar la Operación Sixto? ¡En septiembre del 95! Giro notable para tan pocos meses. Por lo demás, Miguel Ayuso escribió en El Debate que la decisión de reactivar la Comunión la tomó Don Sixto convencido por Infante diez años después de las ordenaciones de Êcone. Versión que podría no ser contradictoria si las fechas las refiere con amplio margen de error, pero no parece casar del todo bien11.
Pero dejemos eso de lado. Supongamos que en el 95 deciden que ya es hora de hacer algo. ¿El genial Rafael Gambra necesitó seis años para escribir un manifiesto de novecientas palabras? La mera idea causa risa. Asimismo, nos dicen que «en 1998 Don Sixto envió un telegrama muy expresivo al importante homenaje que se tributó a Rafael Gambra con motivo de sus sesenta años de docencia». Eso muestra que mantenían relaciones amigables, ¿pero tan poco de remarcable hizo por ese tiempo Don Sixto en España que ese es el mayor testimonio de su compromiso que han logrado encontrar?
Sea como sea, el Seudoferrer nos informa de que «Los años 1999 y 2000 fueron definitivos (…) En julio de 2000 estaba todo dispuesto, a falta de los últimos retoques». ¿Qué retoques? ¿Qué puede causar tan grande complicación? Si lo que querían era publicarlo en la fecha del Alzamiento, ¿por qué no haberlo hecho en julio del 2000, si ya estaba todo listo? Si todavía faltaba entonces algún detalle, ¿por qué no haberlo publicado mejor el 4 de noviembre del 2000, San Carlos Borromeo, día de la dinastía legítima, o el 7 de enero del 2001, por Epifanía, fiesta de la monarquía? Mucho más oportuno habría sido para distanciarse del mundo «facha», lo que luego fue una de sus principales preocupaciones.
Toda esta historia de largas discusiones y preparativos a lo largo de los 90 para lanzar la Operación Sixto me parece a lo menos dudosa. No puede negarse que en un tiempo relativamente corto desde la constitución de la CTC en el 86 hubiera varios carlistas, entre los que destaca Rafael Gambra, que se apartaron de esa estructura por desacuerdos ideológicos profundos, en particular en lo que toca a la Unidad Católica y otros temas relacionados con el Concilio Vaticano II. Por lo demás, puede asumirse fácilmente que estos tradicionalistas intransigentes desearan que Don Sixto diera un paso al frente, y en esa medida no hay particular razón para negar que discutieran la posibilidad en sus reuniones. Ahora bien, ¿que tuvieran reuniones periódicas con Don Sixto en Madrid? ¿Que en una de esas reuniones en el 95 se decidiera llevar a cabo la reconstitución que se realizó seis (!) años después? Es a lo menos difícil de creer. Tristemente, de toda esa lista de participantes sólo Miguel Ayuso vive ya, con lo que no se pueden encontrar testimonios alternativos. Además de Don Sixto, claro. En cualquier caso, de los varios amigos de Galarreta a los que he preguntado al respecto, ninguno ha podido afirmarme que le conste la existencia de esas reuniones.
Lo más pronto que he podido constatar inequívocamente un movimiento en torno a la Operación Sixto es en los 2000, cuando se empezó a preparar el asunto en las Juventudes Tradicionalistas. Como lo sabe quien allí estuvo, fue en una reunión de esa agrupación donde se propuso en el año 2000 el reconocimiento de Don Sixto por parte de Miguel Ayuso y Luis Infante12, y ese fue el verdadero precedente inmediato al manifiesto de 2001 y la constitución de la Secretaría Política. Esto hace tanto más difícil de entender el discurso que dio Miguel Ayuso en la Gran Peña en los Mártires de la Tradición del 2000, al poco publicado en Verbo como artículo, donde muestra, más que entusiasmo sixtino, un sensible pesimismo respecto a la cuestión dinástica:
«Andando el tiempo, el legitimismo no puede sino declinar levemente, perdiendo algo de su prestancia y su vigor. Y no sólo porque pueda extinguirse —pienso en lo ocurrido en el carlismo, pero que puede extenderse al legitimismo francés o al jacobitismo anglosajón— la dinastía que custodia la legitimidad; y porque en las siguientes sucesiones, discutidas además, se produzcan defecciones; y porque se dificulte en grado sumo el hallazgo de un abanderado. Sino también porque una monarquía exiliada espacial y realmente de la concreta gobernación tiende inevitablemente al folclorismo. Antes o después. Los tres ejemplos que acaban de referirse lo prueban, aunque el grado en que lo padecen no sea idéntico, si en los jacobitas es evidente y en el legitimismo francés bastante intenso en nuestro carlismo es creciente»13
¿Es posible que fueran estas melancólicas cavilaciones lo que le decidió a revivir el carlismo dinástico? No creo que sea una hipótesis a descartar. Es llamativo el hecho de que, pese a concluir que «es obligación nuestra el perseverar», entre las tareas que menciona no se encuentra ninguna referencia a la cuestión dinástica. En contraposición, habla de «custodiar la memoria histórica del carlismo»; de la lucha «prepolítica o parapolítica» de Verbo a nivel doctrinal; de cultivar los «focos sociales de cierta amplitud en que arraigan nuestras convicciones»; y, notoriamente, señala un asunto que luego sería central en la reconstituida Comunión Tradicionalista: «la tarea de recuperación teológica y litúrgica, tan necesitadas de nuestro concurso tras el vendaval conciliar, y a la que, a diferencia de lo acontecido en otros países, no hemos prestado demasiada atención»14. Pero algún plan o intención de relanzar a Don Sixto no se ve ni en semilla. Sin embargo, es indudable que en 2001 se lanzó el manifiesto y que desde el año anterior las Juventudes Tradicionalistas lo estuvieron planeando, con la iniciativa de Infante y Ayuso.
Ahora bien, por muchos planes que puedan hacerse, la pieza clave para esa clase de reconstitución en torno a la obediencia dinástica es la voluntad de Don Sixto, que careció de manifestación pública hasta entonces. ¿Es aventurado pensar que ese fuera el obstáculo que retrasó hasta 2001 su reivindicación de la regencia? Yo creo que, si Don Sixto hubiera querido cooperar, había muchos tradicionalistas más que dispuestos a relanzar su causa a lo largo de los 80 y 90. ¿Cuándo estuvo verdaderamente dispuesto a dar, siquiera con su firma, un paso al frente como Abanderado? ¿Qué lo convenció? Por ahora creo que la mayor parte de estas cuestiones quedarán en la oscuridad. Sin duda, hay muchas hipótesis que pueden lanzarse. Quizás con ocasión del accidente de 2001 le recordaron la gravedad de su responsabilidad dinástica. Quizás habría estado dispuesto a hacerlo en cualquier momento, pero nadie le presentó hasta entonces un proyecto con unas condiciones que le parecieran aceptables.
Sea como sea, su consentimiento puso en marcha un movimiento que, capitaneado principalmente por Miguel Ayuso, ha durado hasta hoy. ¿En qué ha consistido?
LA DOCTRINA DE LA COMUNIÓN
Lo que haya tenido de esencial el proyecto de la Comunión Tradicionalista reconstituida en 2001 no es fácil de definir. Sin embargo, Miguel Ayuso facilitó tal tarea al resumir la labor de los últimos veinte años en un discurso de 2018:
«En esa situación, que es de la que hay que partir, ¿qué hemos hecho? (…) hemos vuelto a presentar el carlismo como un fenómeno dinástico, que es lo que es en su origen, ligado a una familia real (…) una monarquía encarnada, y encarnada en una persona que es el titular de los derechos.
(…)
Un segundo logro es el de que hemos vuelto a ligar el tradicionalismo carlista, como fenómeno dinástico, con un tradicionalismo integral. Es decir, no hemos separado lo que es el seguimiento del principio legitimista del carlismo de lo que es la tradición religiosa, política y cultural del mundo hispánico, de España, de las Españas (…) el carlismo se presenta con lo que es natural, con lo que es congenial a su historia, que es presentarse ligado a una concepción de la tradición interna, integral, también en su significado religioso y litúrgico.
(…)
En tercer lugar, hemos —y tampoco es cosa pequeña—, hemos conseguido conectar la España peninsular, las Españas peninsulares, con las Españas ultramarinas. Esto tampoco ha sido descontado siempre. ¿Por qué? Cuando el carlismo surge históricamente, en 1833, lo que se ha producido ya es la separación, es la mutilación de nuestra única nación, de nuestra común nación en múltiples partes. De tal manera que don Carlos V no se plantea el tema, y don Carlos VI tampoco, y don Carlos VII intuye algunas cosas, pero —digamos— la cosa no estaba suficientemente desarrollada. ¿Por qué? Porque el carlismo se había concentrado en lo que había quedado de España, que era esta España, este trozo de la España peninsular —ni siquiera entero, porque falta Portugal—, y se concentró en eso. Pero claro, con el paso del tiempo y con esa visión de la tradición integral, nos ha hecho ver que era necesario conectar la España peninsular con los pedazos de España que quedan en los distintos países hispanoamericanos —y no solo hispanoamericanos: Nápoles, etcétera.
(…)
No es poca cosa: que el carlismo hoy sea conocido como un hecho dinástico que está ligado a una tradición que es integral y que al mismo tiempo se refiere a una comunidad política que no es lo que nos queda de España, pues no es poco. También creo que al margen del mundo hispánico se ha conseguido en estos últimos veinte años que el carlismo vuelva a ser un punto de referencia del mundo español y del mundo hispánico fuera de este mundo hispánico. Cuando hoy los conservadores, los tradicionalistas, las derechas (…) piensan en España, uno de los puntos de referencia es de nuevo la Comunión Tradicionalista (…) Luego, por tanto, y esta es una cuarta cosa, el carlismo hoy es un punto de referencia que evoca lo que significa España en todo el mundo. La verdadera España o la auténtica España.
(…)
Y luego creo, honradamente también, que hemos revivido la doctrina tradicionalista. Es decir, creo que hemos seguido la mejor línea de los mejores pensadores tradicionalistas españoles de la segunda mitad del siglo XX. La segunda mitad del siglo XX conoció un declinar organizativo y sociológico del carlismo, pero paralelamente conoció un revivir extraordinario de la doctrina tradicionalista. Probablemente los grandes pensadores tradicionalistas de la segunda mitad del siglo XX no son inferiores a los grandes de la historia. Un Elías de Tejada, un Rafael Gambra, un Álvaro D'ors —algunos de ellos con algunas limitaciones en algún punto, pero no es eso lo que me interesa. Un Canals incluso. Es decir, cuando nosotros pensamos en la línea de los grandes tradicionalistas españoles —incluso otros, digamos, menos en la creación intelectual y más en el combate panfletario, un Manuel de Santa Cruz— yo creo que nosotros podemos decir que hemos contado en la segunda mitad del siglo XX con un plantel de pensadores del máximo nivel, probablemente como no lo ha habido en ninguna otra de las fuerzas políticas españolas. Y creo que nosotros —que no tenemos ese plantel hoy, claro, engañarse tampoco tiene sentido— hemos sabido custodiar, preservar, transmitir y en alguna medida prolongar todo ese acervo doctrinal
(…)
¿Qué hemos conseguido? Pues todo esto. Hemos conseguido presentar el carlismo de nuevo como un fenómeno dinástico, como un fenómeno integral, como un fenómeno hispánico, como un fenómeno que representa a lo hispánico fuera del mundo hispánico, y como un fenómeno de alta calidad en su pensamiento. Es decir, aquí hay pensamiento y hay análisis de los grandes problemas. Otra cosa es la capacidad de llevar eso a los hechos»15
De estos cinco puntos en los que Ayuso resume la labor de este siglo, nos interesan cuatro: el carlismo como fenómeno dinástico, como tradicionalismo integral, como proyecto panhispánico y como movimiento intelectual. Lo que se refiere al reconocimiento del carlismo fuera de su ámbito de operación es un asunto externo que no toca a la esencia de la Causa y que es un resultado del cultivo mejor o peor de los otros cuatro puntos, con lo que podemos prescindir de ello para este análisis.
Estos cuatro aspectos, reordenados, fácilmente pueden presentarse como la encarnación de cada punto del cuatrilema. El tradicionalismo integral, que implica la adscripción al llamado tradicionalismo religioso16, con una posición oficial u oficiosa afín al lefebvrismo en sentido amplio en lo que toca a las cuestiones eclesiales, litúrgicas y del magisterio, se corresponde a Dios. El proyecto panhispánico es la concepción que la Comunión Tradicionalista toma de la Patria. La doctrina jurídico-política tradicionalista, articulada principalmente en torno a la Revista Verbo, la Fundación Elías de Tejada y el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, se presenta como eventual contenido de la ordenación social a través de los Fueros. Finalmente, el fenómeno dinástico, encarnado en la persona de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, no hace falta decir que se corresponde al Rey.
Sin embargo, para el análisis de estos cuatro puntos me inclino por seguir el orden que pone Ayuso. Aunque el cuatrilema se escalona por importancia y prioridad en el orden del ser17, quoad nos el carlismo se presenta primero como causa monárquica: una monarquía que tiene tales principios y aspira a gobernar tal territorio de acuerdo con tales leyes y costumbres. Vamos, pues, con la parte expositiva, que ocupará el resto de este artículo, al que seguirá una quinta parte con consideraciones críticas.
LA COMUNIÓN Y LA CAUSA DINÁSTICA
¿Cuál es la doctrina monárquica de la Secretaría? Para responder a esto me apoyaré principalmente en la conferencia que dio Luis Infante en el Círculo Molle Lazo el 2 de octubre de 2010, «La sucesión a la Corona, hoy»18. Esta conferencia, que recomiendo encarecidamente escuchar con atención y en su integridad a todos los que lean estas líneas, se ha divulgado durante años oficialmente en la Comunión como respuesta a la gran cuestión de la determinación personal de la monarquía tanto en el presente como después de la vida de Don Sixto. Se dio en el que quizás sea el círculo más importante de la Comunión Tradicionalista, el ponente fue presentado por el Jefe-Delegado y dio la ponencia como miembro de la Secretaría Política. Si esto no representa la posición oficial de la Comunión, no sé qué pueda representarla. Lo cual plantearía otro problema, el de por qué resulte tan difícil encontrar una posición oficial de la Comunión o de la Secretaría en cuestiones capitales como esta.
En esta conferencia Luis Infante defendió que, habiendo sido legítimamente aprobada la Ley Fundamental de Sucesión de 1713 en la Monarquía Católica, así como la Pragmática de Matrimonios de Carlos III, y, no habiéndose estas jamás derogado en fecha posterior de acuerdo con el mismo régimen con el que se aprobaron, los sucesores de Carlos V según las leyes de sucesión españolas no son pretendientes o reclamantes de tal suerte que los carlistas aspiren a vindicar su causa haciéndoles reyes verdaderamente, sino que ya poseen en acto, en virtud de esas leyes siempre vigentes y nunca prescritas, el derecho soberano (con perdón) a ser obedecidos por quienes, de acuerdo a ese mismo régimen legal, son sus súbditos19.
En esta hipótesis, la obediencia que se le debe al Príncipe señalado por las leyes incluso cuando sus rivales se hayan consolidado plenamente como poder constituido es la obediencia propia del soberano; es decir, que, salva siempre la ley natural, los súbditos le deben obedecer en conciencia —bajo pena de pecado grave en materia grave, y de pecado leve en materia leve— por la relación objetiva que los une. Así lo afirmó claramente Luis Infante, cuando decía
«¿Por qué hablar constantemente de esta legitimidad sucesoria? ¿Es que es tan importante? Evidentemente. Si hablamos de derechos, si un derecho tiene un pueblo es saber de forma constante y permanente a quién le debe obediencia. Y algo que con frecuencia olvidamos es lo que nos recuerda el Apóstol San Pablo de que el Príncipe es el Vicario de Dios, el Vicario de Cristo según la espada. El Papa es sin duda el Vicario de Cristo en la Tierra, pero el Príncipe a su manera también lo es. Lo cual significa que no prestar acatamiento al Príncipe legítimo es, entre otras muchas cosas, un pecado. Un pecado individual y un pecado social»
(…)
¿Tiene Don Sixto Enrique títulos suficientes para reclamar la obediencia de los carlistas y, por consiguiente, de forma legítima la obediencia de los españoles? Evidentemente, sí»20
Debe entenderse, ante todo, que dentro de esta concepción la legítima autoridad del Abanderado —sea Rey o Regente— para gobernar la Comunión Tradicionalista es una mera consecuencia subsidiaria de su legítima autoridad para gobernar a todos los españoles. Resistiéndose la amplia mayoría de ellos a tan evidente derecho, los carlistas leales no son aquellos que voluntariamente deciden sujetarse a la autoridad del Abanderado de la Tradición, sino los que, careciendo el Príncipe de los medios para hacer valer su autoridad contra los rebeldes, deciden libremente cumplir con la obligación grave que todos los españoles ya tienen independientemente de su voluntad.
A esto se opondría una mentalidad que quisiera agrupar a los españoles en torno al pretendiente no porque la ley de 1713 que lo determina siga teniendo virtualidad en conciencia como tal ley, sino porque, siendo la monarquía lo mejor con mucho para el bien común de la patria —y siendo, por supuesto, la religión católica verdadera, con el deber que eso supone de defender el Reinado Social de Nuestro Señor Jesucristo—, el Príncipe determinado por las leyes que regían el país antes de su subversión político-religiosa por el liberalismo encarna el principio católico-monárquico de tal manera que nada sirve mejor al bien común que la labor por instaurar —restaurar— la monarquía en su persona. Infante identifica con precisión y rechaza explícitamente esta postura alternativa, denunciando que
«Todo responde básicamente a un error inicial, y el error inicial es pensar que, puesto que el carlismo se ha convertido —según esta concepción— en una doctrina política, y casi en un partido político, que tiene un origen histórico, pero que ya no se siente vinculado a ese origen histórico en el sentido de una obligación legal transmitida generación a generación; sino que lo que hace es ofrecer —o incluso, como ahora utilizan algunos, proponer a la sociedad, o apostar por— una organización distinta, también hay que ofrecer un príncipe con las debidas garantías. Naturalmente, un príncipe debe tener las debidas garantías. El único problema es que para la selección de un príncipe con las debidas garantías estamos entrando ya en la monarquía electiva y no la hereditaria.
(…)
¿Qué se introdujo, especialmente a partir de la década de 1930? Un espíritu que consistía en “Primero vamos a encontrar a un posible sucesor que, según mi opinión, tenga unas condiciones que debe reunir, y a continuación intentaremos hacerlo entroncar con la dinastía para quedar bien”»21
En esta visión, no es un pretendiente lo que se ha preservado —una familia principesca, real en sus derechos sucesorios y con un proyecto para tomar el Trono pero actualmente sin verdadera potestad soberana—, sino propiamente hablando la monarquía española, monarquía que, por su propio carácter, no puede sufrir solución de continuidad. Así lo afirmaba José Miguel Gambra en un artículo de 2012, concediendo que, si no se hallara verdadera y plena continuidad según las leyes del Antiguo Régimen en la autoridad de la monarquía legítima que gobierna de facto la Comunión Tradicionalista y de iure toda España —o todas las Españas, incluso—, la Causa habría periclitado:
«Empezando por Don Sixto Enrique, nadie niega a Carlos Javier la legitimidad de origen, pues la defección de su padre no invalida la transmisión de los derechos sucesorios. Pero no puede suceder a su padre, que dejó de ser príncipe hace cuarenta años, sino al Rey Don Javier. Y podría sucederle si recibe la corona de manos del regente, Don Sixto Enrique, caso de que cumpla las demás condiciones de la legitimidad. Sin la figura de Don Sixto, como regente, cualquier derecho sucesorio, a falta de legítimos reclamantes, habría periclitado durante los últimos decenios (…) Quien desee saber quién es el rey deberá recorrer, sin hiatos, la transmisión del poder monárquico según las leyes de sucesión»22
Para terminar, y aunque no tenga la misma autoridad, podemos encontrar esta doctrina de la monarquía bien resumida en el discurso de Diego Baño en los Mártires de la Tradición de 2019, que se encontró lo suficientemente acertado como para que fuera subido a la página oficial de la Comunión:
«Porque la Comunión Tradicionalista es el único y legítimo movimiento político que representa el ser de las Españas; y todo católico del orbe hispánico tiene la obligación moral de contribuir a la causa que ésta representa y unirse a nuestras filas. Pues nosotros, los carlistas, sabemos que la restauración del Reinado Social de Cristo, solo será posible con la Monarquía Tradicional, y por eso debemos afirmar en este día (…) nuestra lealtad al Abanderado de la Tradición, Su Alteza Real Don Sixto Enrique de Borbón»23
Todo esto, espero, permite poner en contexto la gravedad y el interés de lo que aquí se trata. La Comunión Tradicionalista no reivindica ser un partido más (o siquiera un anti-partido, según la ocurrencia joseantoniana). Tampoco reivindica ser el partido al que, por la contingencia de que tiene toda la razón, cualquier español con buen tino debería adscribirse. La Comunión Tradicionalista «no es un partido, sino el conjunto de españoles que mantienen todos los principios del tradicionalismo y la legitimidad dinástica según las leyes de sucesión española» (Gambra, 2012)24; «esencialmente y primariamente es un ente moral, que es el pueblo español organizado, familiarmente radicado en torno a los legítimos reyes» (Ayuso, 2018)25; de suerte que constituye «el único y legítimo movimiento político que representa el ser de las Españas», al cual «todo católico del orbe hispánico tiene la obligación moral de contribuir» (Baño, 2019)26, bajo pena de pecado individual y social (Infante, 2010)27.
No puede, por tanto, alegarse que no me interese todo lo que a ello se refiera. ¡Estas son graves afirmaciones! Soy español y no necesito más título que ese para que me concierna todo lo que toca a mis legítimos reyes. Si, por el contrario, estas afirmaciones de la Comunión son falsas y excesivas, entonces a todos los españoles les interesa que se refuten, porque si se alega que tenemos una determinada obligación moral lo que no puede ser es que se nos prohíba analizarla con la seriedad que exige la salvación de nuestras almas. Finalmente, si la Comunión fuera en realidad de suyo un partido —constituido o no según las leyes vigentes, lo mismo da, pero en cualquier caso una facción organizada que aspira a gobernar España—, eso también implica que sus doctrinas y posiciones merecen la atención de los españoles. El hecho mismo de que este sea un movimiento que quiere alcanzar el gobierno del país y convencer potencialmente a todos los españoles —¡a todos los hispanos!— para que tomen parte en esa gran empresa, da a todos los nacionales un título de interés legítimo en lo que a la Comunión se refiere. Lo que no puede ser es que se trate de idiota, pusilánime, rebelde y traidor a todo aquel que no forma parte, y al mismo tiempo se pretenda que la Comunión es una familia cerrada cuyos trapos sucios se lavan en casa y cuyo ideario no puede analizarse críticamente sin la mala intención de quien no busca sino hacer daño a un grupo que va muy bien por sí solo sin enfrentar en la plaza pública las objeciones que se le puedan presentar.
EL TRADICIONALISMO INTEGRAL
Pasemos, pues, al siguiente punto, el tradicionalismo integral, que probablemente sea el que presenta más complicaciones. Presenta complicaciones tanto para definirlo, en primer lugar, como para determinar cuál sea el verdadero contenido doctrinal de la Comunión Tradicionalista en esta materia. Cuando Ayuso dice que «no hemos separado lo que es el seguimiento del principio legitimista del carlismo de lo que es la tradición religiosa, política y cultural del mundo hispánico», nada hay que se le pueda objetar, porque sin duda que el carlismo no puede y no debe reducirse a un legitimismo incondicional que quisiera continuar hasta el infinito y sin buen motivo una disputa legal del siglo XIX. Si ese fuera todo su objeto, nada más absurdo habría que querer perder el tiempo con tal asunto. Ahora bien, el quid de la cuestión lo señala un poco más adelante, al apuntar que este tradicionalismo integral pasa por presentar al carlismo «ligado a una concepción de la tradición interna, integral, también en su significado religioso y litúrgico». Quien esté prestando atención habrá notado el estrecho parecido, aun en la elección de las palabras, con «la tarea de recuperación teológica y litúrgica» que proponía en su discurso del 2000.
Que el carlismo deba ser tradicionalista es algo que quien no lo concede está probablemente demasiado lejos de cualquier «tradicionalista integral» como para que quepa entablar una discusión. Ahora bien, que el tradicionalismo deba ser integral es en sí mismo poco más que una tautología: para ser tradicionalismo de verdad, debe contener íntegramente todo lo que pertenece a la integridad del tradicionalismo. La verdadera cuestión es, por tanto, qué es lo que pertenece a la integridad del tradicionalismo y qué es en cambio accidental; y, en lo accidental, cuál es en las circunstancias actuales el desarrollo más apropiado de esos accidentes. Quien reivindica un «tradicionalismo integral» no está aportando de suyo nada a lo que por sí solo contiene «tradicionalismo» a secas. Pero, si añade ese adjetivo, es porque considera que existe un tradicionalismo parcial —desintegrado—, frente al que es necesario distinguirse. ¿Cuál es esa parte integral del tradicionalismo que los principales líderes de la Comunión Tradicionalista han considerado que estaba siendo indebidamente dejada de lado y que había que recuperar? De forma especial, la teología católica sin las novedades reales o supuestas de las que el Concilio Vaticano II fue causa u ocasión, y la liturgia romana anterior a la reforma del Postconcilio.
¿Pero qué significa esto en las posiciones oficiales de la Comunión Tradicionalista? No es fácil decirlo. Por un lado, en lo doctrinal la Comunión se gloría de defender la Unidad Católica tal y como ha sido tradicionalmente entendida en la teología de la Iglesia. Sin embargo, en lo formal la Comunión Tradicionalista se ha abstenido de pronunciarse respecto al modo en que haya de interpretarse el Concilio Vaticano II, y, en particular, si debe rechazarse por ir contra la doctrina anterior. Así, en un artículo de 2013 por ocasión de unos comentarios del Papa Francisco en torno al laicismo José Miguel Gambra escribía:
«No compete a la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón o a la Jefatura Delegada de la Comunión Tradicionalista dilucidar si en éste y en similares textos eclesiásticos, hay salvedad intencional, atenuación contextual, o distingo lingüístico que permita interpretarlos de manera diferente a lo que literalmente dan a entender. Tampoco pretende declarar las causas de la inexplicable confusión que hoy sufre el catolicismo, ni se mete a hacer conjeturas sobre la economía de la salvación o a extraer conclusiones ajenas por completo a su posible jurisdicción. Pero, como grupo que se precia, ante todo, de seguir fielmente la doctrina de la Iglesia Católica, la Comunión Tradicionalista se ha visto en la obligación de renovar la perentoria llamada de atención que ya hiciera en 1963, cuando volvía a subir la marea del modernismo social:
“La Comunión Tradicionalista levanta a todos los vientos, con un grito de alerta, su proclama de la unidad católica al servicio de la Iglesia y de la Patria, y llama a todos los españoles a defender (…) 1) la Soberanía social de N. Señor Jesucristo, 2) la religión Católica, única verdadera, es la oficial de España, 3) la unidad católica es la base de la unidad nacional”»28
A esta posición así formulada sinceramente no tengo nada que objetar. Ahora bien, la realidad sobre la cuestión es más complicada. Por ejemplo, en 2011 el Jefe Delegado enviaba un comunicado en torno a la entonces recién fundada Agrupación Familiar Santiago Apóstol, unida a la Comunión, que no le parecía que en su declaración de principios hubiera hecho una suficiente reserva antimodernista en la sumisión a la Sede Apostólica:
«La CT no considera de su competencia dirimir si tal o cual eclesiástico ha caído en la herejía, merece tal o cual pena canónica o cosas similares. Lo deja como asunto opinable. Pero sí juzga y denuncia los contenidos de las declaraciones de los eclesiásticos y rechaza cuanto no sea conforme al ideal de la unidad católica, la confesionalidad de los gobernantes y la denuncia de la libertad de cultos. Para defender la postura insostenible de la continuidad, para mantener que no hay problema en ese terreno o para tratarlo como tema vitando ya existen otras comuniones y grupos políticos»29
A este ejemplo pueden sumarse otros muchos en los que los líderes de la Comunión Tradicionalista expresan en sus funciones oficiales la tesis de la discontinuidad, tesis que es sabido que sostienen a título personal. Lo cual es principalmente asunto suyo, pero debe ser analizado si debemos determinar cuál sea la relación realmente existente de la Comunión con el Magisterio y las autoridades de la Iglesia. Así, el comunicado de la Secretaría Política que se publicó apenas unos días antes al artículo de José Miguel Gambra arriba mencionado se encuentra en patente contradicción con este, al lanzar el juicio de que «doctrinas contrarias a este magisterio secular durante los últimos decenios (…) se propalan desde las máximas instancias de la Jerarquía»30, en relación a aquella declaración del Papa Francisco en 2013. Lo cual puede que no carezca de fundamento por lo que a aquellas palabras respecta, pero en cualquier caso no puede casarse con la pretensión de no tomar posturas oficiales respecto a la intención de las declaraciones magisteriales aparentemente contradictorias con el Magisterio anterior.
Esta tensión entre la resistencia a tomar una posición oficial respecto a lo que saben que no tienen competencia y el hecho de que la interpretación común de las principales figuras toma un cariz oficioso en la Comunión puede verse en el discurso de la Cena de Cristo Rey de Gambra de ese mismo año, donde por un lado dice:
«nuestras críticas no declaran heréticas esas palabras, sino sólo que, tal como suenan, tal como se entienden llanamente, parecen contrarias a lo que la Iglesia siempre ha enseñado. No juzgamos, ni podríamos hacerlo, si efectivamente las ha dicho el Sumo Pontífice, si tienen otro sentido que luego pueda el Papa rectificar, ni menos juzgamos a la persona del Papa ni su potestad. Porque todo eso está fuera de nuestro alcance. Limitamos nuestras denuncias a las frases en su sentido palmario y atendiendo al contexto, con el fin de hacer una defensa prudente pero pública de la doctrina de la Iglesia y del Carlismo»31
Y, sin embargo, al poco tiempo está señalando que
«De Maritain a esta parte nos han hecho creer (incluidos Pablo VI y Juan Pablo II) que la frase de Nuestro Señor «dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», implica la separación de la Iglesia y el Estado, es decir el laicismo condenado por los papas preconciliares»32
Esta tensión puede verse también en el rango de opiniones que ordinariamente se dan en el ámbito de la Comunión. Y es que, aunque la Comunión se abstiene de tomar oficialmente una u otra interpretación de tales o cuales textos —siempre salva la doctrina—, de suerte que sus miembros son en principio libres de discutir sobre ello tomando cualquier opinión ortodoxa, se da de facto un predominio muy claro en su expresión pública de las tesis que van desde el ámbito del lefebvrismo moderado hasta el del sedevacantismo no-exclusivista.
Baste en este punto con hacer un análisis somero de las opiniones que se expresan en La Esperanza, donde los artículos que declaran al Concilio en error formal no sólo predominan, sino que componen la práctica totalidad de los que tratan el asunto: el Concilio canoniza el culto al hombre33; sus textos son erróneos34; institucionaliza la crisis de la Iglesia35; contiene en sus textos cizaña revolucionaria sembrada por los modernistas más radicales36; oficializa las ideas modernistas37; instaura una nueva eclesiología naturalista que bautiza el efectivismo hegeliano38; cataliza el modernismo39; introduce una nueva doctrina sobre la vida religiosa que le roba el sentido40; y no es posible ser carlista sin renunciar a la adhesión a las doctrinas del Concilio Vaticano II41. Tesis que en general repetía un artículo publicado en el Círculo Carlista de Galicia, y que, de forma dispersa, pueden encontrarse difundidas por diversos órganos oficiales y semi-oficiales42. Especialmente dignas de destacar son las series de artículos de Félix Mª Martín Antoniano en las que defiende que la Constitución dogmática Lumen gentium incurre en la herejía conciliarista43 y que la Declaración Dignitatis humanae sobre la libertad religiosa contradice inescapablemente el Magisterio anterior44. De entre todas las cuales opiniones alguna podría discutirse, con las condiciones rigurosas que en tales asuntos exige el Magisterio, pero esta abrumadora mayoría indica cuál es la posición oficiosa de la Comunión. Siendo la única excepción notable que puedo señalar en contrario, e injusto sería no hacerlo, el artículo «Sobre el origen de la potestad de jurisdicción», publicado en mayo de 2024, donde se defiende la idea de que la posición que consagró el Concilio Vaticano II sobre tal materia es a lo menos opinable y más clásica y sólida que la contraria45. Para que no pueda argüírse ninguna parcialidad, debo mencionar también un artículo que de pasada afirma que «con el Concilio Vaticano II (…) los conservadores se han quedado con el espíritu y los progresistas con la letra»46. Por lo demás, pueden encontrarse otras dos referencias que no son expresamente críticas47.
Ahora bien, todavía podría defenderse que en este aspecto no hay posición oficial ni oficiosa, sino plena libertad, y que esta abrumadora mayoría proviene sencillamente del hecho de que este asunto sea tan claro. Que en esto haya inmunidad de coacción en el fuero externo, es decir, que no se expulse a sus miembros por sostener discretamente la opinión contraria, e incluso por expresarla públicamente con ciertas condiciones, es cierto y ejemplos los hay. Pero este consenso moralmente unánime a través de los canales oficiales de la Comunión es suficientemente claro. Como decía Ayuso, el carlismo de la Comunión se presenta «ligado a una concepción de la tradición interna, integral, también en su significado religioso y litúrgico». ¿Cuál es esa concepción a la que se ha ligado? ¿Acaso sólo a las contadas y vaporosas proposiciones que pueda probarse inequívocamente que la Comunión Tradicionalista ha hecho suyas de manera oficial? Nada más lejos, pues esos posicionamientos esquivos son lo contrario a un tradicionalismo integral. Antes bien, el tradicionalismo integral de la Comunión es aquel tradicionalismo religioso que de hecho ha suscitado en la generalidad de sus miembros, aquel al que a través del desarrollo efectivo de la vida de la Comunión se le ha dado una primacía manifiesta en los últimos veinticinco años. Para demostrar que esto no sea así, que la Comunión Tradicionalista no tiene posición oficial ni oficiosa en esta materia, debería para empezar darse que a través de esos mismos canales oficiales se expresara la opinión contraria de forma exhaustiva y con un vigor equivalente. Es decir, si se comienza a manifestar una genuina división al respecto que constituya el asunto como verdaderamente opinable de hecho y de derecho. Cosa que por lo pronto no ha ocurrido y que iría contra la política que se ha seguido en materias estrechamente relacionadas.
Lo cual nos lleva a la cuestión litúrgica, en la que también podemos encontrar una posición oficiosa rayana en oficial. En primer lugar, debe notarse que la Comunión Tradicionalista tiene como regla estricta que en sus actos oficiales sólo se celebre misa según el rito romano tradicional. Esta fue una de las primeras decisiones que tomaron las Juventudes Tradicionalistas en los comienzos de la Operación Sixto, sin que recibiera oposición ni entre aquellos que tenían una menor inclinación personal en ese sentido. Entonces, también debe notarse, Luis Infante defendió vivamente que sólo los sacerdotes de la FSSPX celebraran estas misas, e hizo constar su oposición cuando se llegó a la decisión contraria. Por lo demás, que la «recuperación litúrgica» fue desde el comienzo uno de los principales objetivos del movimiento puede verse en el discurso de Ayuso del 2000, ya referido, o también en una publicación de la Comunión en 2002:
«Así pues, por el contrario, la proclamación de un Abanderado, el tejido de una hermandad cada vez más estrecha con todos los pueblos de la Hispanidad y el cultivo de un tradicionalismo purísimo (que toca a todas las esferas de la vida, a comenzar con la consideración de la crisis contemporánea de la Iglesia, y la venerable tradición litúrgica, hasta llegar a los menores detalles de la constitución política y social), militan en la mejor y más eficaz edificación del Carlismo»48
Ahora bien, ¿esto qué posición oficial implica? No está claro. Por un lado, se afirma que existe una recuperación litúrgica que acometer, la cual tiene por fin último, puede asumirse, la restauración universal del rito anterior a la reforma posconciliar. Esto pasa porque la Comunión Tradicionalista no se mezcle corporativamente con ningún otro rito, apelando al principio lex orandi, lex credendi, como hace Álvaro de Tarfe en sus «Consideraciones sobre el Devocionario del Requeté», publicadas en la página de la CT: «porque lex orandi, lex credendi, permanecieron [nuestros jefes] fieles a la oración y liturgia de siempre (…) [muchos] Se dicen tradicionalistas, y han renunciado a la Tradición teológica y litúrgica, a la Tradición doctrinal; renuncian al magisterio tradicional y adoptan un magisterio espurio; evidentemente, esto es ir contra el principio de no contradicción»49. Algo semejante decía Gambra, al comunicar a la Asociación Santiago Apostol que
«La CT —como es de todos conocido— se niega a organizar celebraciones de la Santa Misa en cualquiera de los ritos postconciliares, cosa con la que no cumple el primer acto preparado por la agrupación. La CT, no se adscribe a grupo religioso particular alguno, ni tampoco se mete a fiscalizar a qué misa asiste cada cual. Pero entiende que lex orandi, lex credendi, y que el nuevo rito, con ser válido, favorece la difusión de ideas sobre las que se asienta el liberalismo católico»50
Aquí es dónde nos encontramos la primera gran dificultad, porque la CT no se mete a fiscalizar a qué misa asiste cada cual. Así, el cambio litúrgico ha cambiado la lex orandi de tal suerte que con ella cambia la lex credendi, de donde pueda afirmarse que quien no se mantiene fiel a la liturgia de siempre no puede llamarse tradicionalista; pero esa contradicción con la lex credendi no es de tal clase que se niegue formar parte de la CT a quien participa en la nueva lex orandi. Por otro lado, el mensaje real de la Epifanía de 2021 decía:
«Le damos también nosotros primeramente incienso [al Dios hecho hombre], que es el culto en espíritu y verdad, que humildemente le ofrecemos junto al altar con nuestra fidelidad a la liturgia tradicional»51
¿No dan culto a Dios, por tanto, o al menos no una cum Don Sixto, los miembros de la Comunión Tradicionalista que no lo ofrecen de ordinario en la liturgia tradicional? Esta apostilla puede parecer quisquillosa, pero se refiere a un asunto muy grave, que es el de la licitud o la falta de ella de la misa según el misal generalmente vigente en la Iglesia latina; de un rito al que, por lo demás, asisten de forma más o menos regular una gran parte de los militantes de la Comunión Tradicionalista. Una opinión más moderada presentaba Gambra en 2018, escribiendo:
«Pero la cuestión religiosa no está en manos de los laicos resolverla. Podemos apoyar personalmente y como grupo político a los sacerdotes y organizaciones que se mantienen firmes dentro del marasmo eclesial; pero es una pérdida de tiempo y de esfuerzos andarse metiendo en teologías, cánones y liturgias para meter en vereda la organización eclesiástica. Como seglares no tenemos ni competencia, ni autoridad ni poder para semejante fin. En cambio, como agrupación de finalidad política sólo nos queda volver a las enseñanzas perennes de la Iglesia en materia de deberes políticos y, dominados los escrúpulos de obediencia servil a las excentricidades de los eclesiásticos, fomentar el bien común natural (bien inmenso, de suyo) y preparar con el mayor empeño, como causas segundas que somos, el foco de resistencia que sirva de humilde contribución a la actuación providencial de Dios sobre el mundo y sobre nuestra Patria. Porque, al mismo tiempo, serviremos de apoyo extrínseco e indirecto a la recuperación de orden dentro de la Iglesia misma. Sin desesperación ni impaciencia, porque las cosas cambian; a veces, cambian muy deprisa y, quizá, ya han empezado a cambiar»52
Sin embargo, nos encontramos que, al mismo tiempo que la Comunión se abstiene de fiscalizar a qué misa va cada cual, y no es tarea ni de la Comunión ni de los seglares en general «andarse metiendo en teologías, cánones y liturgias para meter en vereda la organización eclesiástica», vemos que por los canales de la Comunión —notoriamente, el periódico La Esperanza— se transmite libremente y de forma abrumadoramente mayoritaria la posición de que el nuevo rito es de suyo ilícito, e incluso inválido, según algunos. Así, unos dicen que la reforma introduce «una nueva Misa católica protestantizante en su propia naturaleza (…) Como si la misa fuera una comida ordinaria y ya no un sacrificio propiciatorio a Dios»53. Otros llegan al extremo de poner en duda la validez de los sacramentos según los ritos postconciliares54. Lo que implicaría, entre otras cosas, que la práctica totalidad de sacerdotes y obispos no son en realidad tales… ni el Papa tampoco. Y ni siquiera se da esto sólo a título personal, sino que podemos encontrar también que un círculo regional haga suya y publique a través de la Agencia Faro la afirmación de que el Novus Ordo sea una misa «Sin sacrificio, sin Misa—sacrificio, sin distinción clara entre el sacerdocio sacramental y el sacerdocio común de los fieles, etc»55. Es decir, que no es una misa en absoluto, ni válida ni lícita.
Esta campaña general no se termina, por lo demás, en la lucha contra la misa nueva, sino que pasa también por el combate contra los que celebran y promueven la misa tradicional fuera del marco disciplinar y teórico de la FSSPX —sin perjuicio de que la Comunión haya colaborado regularmente con sacerdotes extraños a la Fraternidad, sobre todo hasta 2011, como puede comprobarse buscando en su página, y que cuenta con ejemplos muy recientes56. Pero nada de eso impide, incomprensiblemente, que desde 2021 se hayan lanzado por los canales oficiales de la Comunión toda una serie de ataques contra la peregrinación a Covadonga de Nuestra Señora de la Cristiandad que desde el principio anduvieron entre el disparate y la difamación. Así, en el boletín tradicionalista asturiano Las Libertades no esperaron ni siquiera a que se realizara la primera peregrinación para publicar un artículo que le atribuía la intención de «infiltrarse del campo tradicionalista (…) buscando quedarse con su bandera y ponerla al servicio de ciertas formas de liberalismo», y, lo que es más grave, que lanzaba la calumnia de que «se intuye, entre otros, al Yunque tras de ellos»57. A esto se añadió en 2022 una asombrosa serie de artículos escritos bajo el seudónimo de Justo Herrera de Novella, en los cuales, entre otros muchos despropósitos, ponía en duda que sea «posible ser leal a [Don Sixto] quien nunca ha vacilado en su apoyo a la Tradición y a Mons. Lefebvre [risum teneatis] y, al mismo tiempo, asistir a Misa nueva o a Misas indultadas», así como que sea legítimo asistir a una peregrinación en la que no participen sólo sixtinos, o sólo fieles de la Fraternidad, o que no se realice oficialmente bajo la tesis sobre la licitud de la misa nueva que adoptó Mons. Lefebvre desde el 8158. Este Justo Herrera reiteró sus posiciones en otro artículo de 202359, y la Agencia Faro difundió en 2024 la calumnia que se vertió en una charla de la Comunión de que la peregrinación de Covadonga sea una iniciativa perteneciente al Yunque60. Calumnia que, por lo demás, ha repetido Ayuso en encuentros privados.
Ahora bien, todo esto choca con el hecho notorio de que en esta peregrinación han venido participando e incluso colaborando en su organización numerosos militantes de la Comunión Tradicionalista. ¿Cómo puede ser que, de entre todos ellos, no se haya encontrado un solo justo que haya querido defender con su firma la peregrinación en la que ha participado? Si esa serie de artículos representa tan solo la opinión de Justo Herrera, ¿cómo puede ser que en La Esperanza no se haya publicado ningún artículo que represente la opinión contraria, opinión contraria que consta y es notorio que existe en los cuadros de la Comunión?
«¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?»61
Pues artículos haberlos los hay, pero se han rechazado porque «no hay consenso editorial sobre la materia». ¡Pero para atacar y aun calumniar sí que hay consenso! Así como el radical-socialismo masónico tomó en Francia el lema de «pas d’ennemis à gauche», el principio tácito que guía la política de publicaciones parece ser «pas d’ennemis à droite». De lo cual se va viendo el modo realmente existente en el que opera la Comunión Tradicionalista en lo que toca a los asuntos opinables: se puede sostener la posición contraria a la oficiosa en el fuero interno mientras se lleve con discreción, expresar de palabra y si acaso a título personal por tuiter, pero la difusión que pueda tener por los canales oficiales de la Comunión es mínima. Algunos me han dicho, e injusto sería no mencionarlo, que también hay nuevos ataques a la peregrinación que se han dejado sin publicar. Ahora bien, es sabido que todos los años los artículos de Justo Herrera contra la peregrinación se republican en el entorno de la Comunión, reenviándolos en los canales oficiales de telegram, etc. Quizás se quiera mantener un perfil bajo evitando una cascada de nuevos artículos y contra-artículos, pero la posición oficiosa de la Comunión sigue siendo la misma y se aseguran de hacerla constar.
Todo lo cual nos lleva a una última cuestión en lo que toca a la relación de la Comunión Tradicionalista con la Iglesia, que son las opiniones que se permite sostener y defender públicamente a sus miembros, hasta del más alto grado. Y es que es un hecho notorio que varios militantes de la Comunión sostienen y promueven activamente la tesis de la sede vacante, como ya se ha apuntado más arriba. Entre ellos destacó siempre Luis Infante (q.s.g.h.), respecto del que tendremos que hablar bastante. Y que no me vengan aquí los pusilánimes a gritar por el respeto a los muertos, porque yo no tengo ninguna gana de juzgar a Don Luis. Aquí estamos hablando de cosas serias: de la historia reciente del carlismo y de la Comunión Tradicionalista, y es imposible entrar a estos temas sin tratar el papel de Luis Rubén Infante de Amorín, sus hechos y palabras. Respecto de los cuales seudoargumentos sensibleros creo que Infante sería el primero en distanciarse. Terminada esta pequeña digresión, pasaremos a hablar del sedevacantismo de Luis Infante.
El momento en el que se hiciera sedevacantista no es fácil de determinar. Un antiguo compañero de seminario —quien, por lo demás, y pese a encontrarse hoy en día bastante distanciado de la Comunión Tradicionalista, no me habló sino bien de él— me ha dicho que se hizo sedevacantista en los 90, y yo me inclino a creerlo, aunque sería muy oportuno que pudiera confirmarse con un segundo testimonio. Públicamente, por lo menos, comenzó a expresarse como tal durante el pontificado de Benedicto XVI, según me ha dicho un antiguo compañero de la Comunión. En su blog el CeTáCeo se mostró abiertamente como tal desde el comienzo del Pontificado de Francisco62, si bien el sedevacantismo al que se adscribía era el integral hasta Juan XXIII, no el benevacantismo.
Sea como sea, es público y notorio que Luis Infante defendía la tesis de la sede vacante a través de diversas cuentas y blogs seudónimos, la mayoría de los cuales ya no se pueden encontrar, pero cuyo contenido lo conocemos todos los que lo vimos y vivimos. Su cuenta principal, o al menos la que yo mejor recuerdo, fue \@RollMyOwns (Vis Vobiscum) en tuiter, que está eliminada, pero de cuya actividad cabe hacerse una idea lejana buscando las distintas respuestas que todavía tiene. En cualquier caso, nadie niega que fuera sedevacantista (tesis de cassiciacum) y defendiera activamente esa posición durante muchos años, entre otros medios por cuentas y blogs que, con ser seudónimos, no era ningún secreto a quién pertenecían.
Todo lo cual sería principalmente problema suyo si no hubiera sido durante veintitrés años correligionario eminente en la Comunión Tradicionalista y miembro de la Secretaría Política de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón, lo cual manda un mensaje muy claro: que esas posiciones no sólo se toleran entre los miembros de la CT, sino que no impiden escalar hasta la dirección del movimiento.
Ahora mismo, por lo demás, sigue habiendo varios miembros, e incluso miembros destacados, que sostienen y defienden públicamente estas tesis, como sean el jefe del Círculo de Salamanca —parte del selectísimo grupo que anduvo recientemente de vacaciones por el Berry63— y el jefe del Círculo de Galicia. Estos caballeros, entre los más destacados en el combate público contra Nuestra Señora de la Cristiandad, destacan por denunciar «el falso clero bitritualista [sic], ordenado por el rito del masón Bugnini y, por lo tanto, seglares disfrazados»64, lo cual no sé cómo sentará a cierto falso clero birritualista del Regne que es, sin embargo, incondicional de la antigua Secretaría. Ándese con cuidado: como dice el salmantino, «Los birrituales, o progresan y acaban convirtiéndose, o retroceden y se pierden (…) [y] se acaban diluyendo en el modernismo oficial»65.
Todo lo cual no se dirige a mostrar lo malos que sean o dejen de ser estos individuos particulares, que no me importa en lo más mínimo. Lo relevante aquí no es lo particular, sino la regla universal que de ello se extrae, a saber, que esto sea admisible en la Comunión, y, por tanto esté dentro de los confines de la ortodoxia católica y tradicionalista. Como está también admitido, por lo demás, el extremo contrario de ese «falso clero birritualista», o de la amplia mayoría de miembros de la Comunión que no reciben los sacramentos exclusivamente de sacerdotes de la HSSPX, de la resistencia de Williamson (q.s.g.h.) u otra gente del estilo.
Así, podemos resumir la cuestión como sigue: en la Comunión el estado de la sede vacante es de suyo una cuestión opinable hacia un lado o hacia el otro, aunque no se admite la posición de aquellos sedevacantistas para los que la afirmación de la sede vacante es condición sine qua non de la ortodoxia católica. Así se vio en el caso de aquel joven de Málaga, alias Servus Christi, \@nonpossumus en tuiter, que terminó declarando a Don Sixto anatema por ser un tibio lefebvrista, y quiso fundar su propio «Carlismo Integrista Sedevacantista». Quien lo vio lo recuerda. Tengo entendido que ahora anda por un seminario sedevacantista de los EEUU. En segundo lugar, es opinable tanto que asistir al rito nuevo de la misa sea lícito como lo contrario, así como que asistir a las misas tradicionales indultadas sea lícito como lo contrario. Asimismo, se puede sostener que los nuevos ritos —no sólo de la misa, sino también de confirmación, ordenación y consagración, con las consecuencias inconmensurables que eso tiene— sean válidos como lo contrario, o a lo menos dudosos. Pero es admitida también la opinión de que esas cuestiones no sean opinables, como algunos opinan que es hereje modernista quien no condena incondicionalmente la misa nueva, el Vaticano II y la falsa Iglesia a la que dio nacimiento66; y como otros opinan que es hereje, o a lo menos cismático, o a lo menos yerra gravemente contra la fe católica, quien sostiene la opinión anterior67.
¿Cuál es, pues, la sustancia del tradicionalismo integral? No esa posición oficial, o más bien falta de ella, sino el tradicionalismo religioso y litúrgico realmente existente en la Comunión, que opera a través de la actitud oficiosa de «pas d’ennemis à droite» o «Don’t punch right». Ahora bien, como señaló Nigel Carlsbad, el «Don’t punch right» de los alt-righteros era en el fondo un eufemismo para «Don’t punch the nazi», porque el nazi se toma, en este contexto, como el epítome de la derecha68. De la misma manera, el «Don’t punch right» de la Comunión ha venido a significar que no se golpea al sedevacantista, ni al que considera de suyo pecado la asistencia a la misa nueva, ni al que considera inválidos los nuevos ritos de ordenación y consagración. Lo que no queda sin efecto, como señalaba satisfecho el gallego: «Es sabido que desde hace unos años a esta parte se han ido corrigiendo esas heterodoxias. Y, en gran medida, muchos de los llamados resentidos se han largado porque eran unos modernistas neoconservadores»69.
¿Por qué esa tolerancia, que a la postre resulta en la expansión de tales ideas y en la exclusión de quienes más las rechazan? No necesariamente porque los líderes de la Comunión, salvo Infante, hayan sostenido esas opiniones. No son esas las posiciones que han tomado en público70. Pero, habiéndose decidido constituir la Comunión Tradicionalista en contradistinción a la aceptación plena —ciega, dirían algunos— del Concilio por parte de otros grupos llamados carlistas, la dirección libremente ha optado por dejar que se sostengan y propaguen sin respuesta esas proposiciones que, sin embargo, son incompatibles con lo que una mayoría de la Comunión sostiene en la teoría y en la práctica. Y es eso, en última instancia, lo que ha marcado el carácter del tradicionalismo integral de la Comunión.
ESPAÑA Y LAS ESPAÑAS
Como es notorio y ya se ha apuntado más arriba, y como se ha hecho cada vez más claro por sus dichos y hechos oficiales, la patria a cuyo bien común aspira la Comunión, el segundo pilar del cuatrilema, es para la Comunión Tradicionalista no España tal y como esta es normalmente entendida, sino la totalidad de las Españas, entendidas estas como el conjunto de pueblos que alguna vez fueron parte de la monarquía española.
Esto se atisba ya en el manifiesto de 2001:
«En las Españas, la Hispanidad repartida por todos los continentes, que ha sido la más alta [sic] expresión de la Cristiandad en la historia, radica nuestra principal fuerza. A la reconstrucción de su constitución histórica y a la restauración de un gobierno según su modo de ser debemos dedicar todos nuestros empeños»71
La monarquía sobre la que se proyecta el afán legitimista no es ya la monarquía tal y como esta existía en 1833 —la que fuera política bisecular del carlismo—, sino la monarquía tal y como existía en 1808, con la adición de los territorios borbónicos italianos que han ido a parar en la Casa de Borbón-Parma (que, expulsadas por traidoras todas las demás líneas, es simplíciter la Casa de Borbón o Casa de Francia72).
No otra cosa decía Luis Infante en la Cena de Cristo Rey de 2008:
«¿Qué es la Patria? Es, evidentemente, la unidad irrenunciable no sólo de la España peninsular y territorios adyacentes, sino la aspiración a la reunificación de la monarquía hispánica de todos los continentes»73
Y en términos muy semejantes se expresaba el chileno Felipe Widow en la Cena de Cristo Rey de 2012:
«Un chileno en 1810, y en los trescientos años precedentes, era tan español como un castellano, un navarro o un catalán. Su piedad patriótica se realizaba en el amor y servicio al rey y a España, según las exigencias concretas de justicia que le imponía su pertenencia a lo que se ha llamado la patria chica (…) los pueblos americanos son España, y si no son España, no son nada
(…)
La España peninsular sufrió un semejante proceso de negación de sí misma con la victoria del liberalismo, conservando el nombre pero divorciándose igual que los nuevos Estados americanos de la España común que nos define»
O Diego Baño, en el discurso que ya hemos citado:
«Porque la Comunión Tradicionalista es el único y legítimo movimiento político que representa el ser de las Españas; y todo católico del orbe hispánico tiene la obligación moral de contribuir a la causa que ésta representa y unirse a nuestras filas. Pues nosotros, los carlistas, sabemos que la restauración del Reinado Social de Cristo, solo será posible con la Monarquía Tradicional, y por eso debemos afirmar en este día (…) nuestra lealtad al Abanderado de la Tradición, Su Alteza Real Don Sixto Enrique de Borbón»74
Y, por lo demás, esto es una cosa absolutamente notoria en la práctica de la Comunión, con lo que no hace falta demostrarlo, aunque sí explicar sus extremos. Así, desde los comienzos de la Comunión se fueron estableciendo delegados en los territorios extrapeninsulares75, y ya en el 2008 se establecía Círculo Carlista de Perú «Blas de Ostolaza»76, que es, hasta dónde sé, el primero de entre estos nuevos círculos americanos que se han ido multiplicando. Llamativamente, forman ya diecisiete de treinta y un círculos territoriales —dieciséis y treinta si descontamos el círculo de Brasil, que, hasta dónde entiendo, se dedica en exclusiva a las amigables relaciones sin pretensión legitimista sobre el país—, con lo que casi podría decirse que la Comunión Tradicionalista se ha convertido en un movimiento americano. Si es que hay sustancia detrás de esos círculos, lo que me es imposible verificar, porque al menos en España los círculos fantasma abundan.
En cualquier caso, ¿qué hacen esos círculos? O reivindicar la reyecía de Don Sixto sobre sus países y trabajar por restaurarla, o nada. Ahora bien, es notorio que esta actividad carece de precedentes en la historia del carlismo, como reconocía Ayuso en 2018:
«En tercer lugar, hemos —y tampoco es cosa pequeña—, hemos conseguido conectar la España peninsular, las Españas peninsulares, con las Españas ultramarinas. Esto tampoco ha sido descontado siempre. ¿Por qué? Cuando el carlismo surge históricamente, en 1833, lo que se ha producido ya es la separación, es la mutilación de nuestra única nación, de nuestra común nación en múltiples partes. De tal manera que don Carlos V no se plantea el tema, y don Carlos VI tampoco, y don Carlos VII intuye algunas cosas, pero —digamos— la cosa no estaba suficientemente desarrollada. ¿Por qué? Porque el carlismo se había concentrado en lo que había quedado de España, que era esta España, este trozo de la España peninsular —ni siquiera entero, porque falta Portugal—, y se concentró en eso. Pero claro, con el paso del tiempo y con esa visión de la tradición integral, nos ha hecho ver que era necesario conectar la España peninsular con los pedazos de España que quedan en los distintos países hispanoamericanos —y no solo hispanoamericanos: Nápoles, etcétera»77
Como aquí apunta Ayuso, y como ya señalé en mi primer artículo, Carlos VII propuso renovar la vinculación con la antigua América española, pero no bajo la forma que ahora se pretende, que es la de la reivindicación legitimista, sino proponiendo la libre confederación de las nuevas naciones independientes, que se reconocen como tales. Sin embargo, parece que «la cosa no estaba suficientemente desarrollada». Si quisiéramos sujetarnos a la terminología de Mella de los tres dogmas nacionales, habría que decir que han apostatado del dogma, pero eso sería un tanto melodramático.
En 2002 se publicaba en la página de la Comunión un artículo bajo el nombre de M. Anaut, que me inclino a pensar que es seudónimo de Miguel Ayuso (si no lo fuera, sigue siendo opinión representativa, y todavía alguien se molestó en republicarlo en La Esperanza en 2024), artículo donde se expone la cuestión en términos muy curiosos:
«Por eso, el carlismo, legitimismo borbónico, doctrinalmente se va haciendo habsbúrgico y de “español” enteco se desparrama en “hispánico”. Esa apertura a la hispanidad y esa rectificación de las coyunturas históricas dieciochescas e incluso decimonónicas, hace que progresivamente se haya ido depurando y purificando»78
Enteco: enfermizo, débil, flaco79. Bueno, yo me siento un poco insultado. Pero sigamos adelante. ¿Cuál es la doctrina oficial en la que se articula esta Patria Grande de las Españas? Creo que el artículo de Miguel Quesada «El regionalismo y sus enemigos» resulta muy oportuno para comenzar a acotar la cuestión, porque este artículo de 2021 suscitó una polémica interna que terminó en la expulsión del que fue jefe del Círculo Tradicionalista de Granada, por lo que puede considerarse un momento clave en la definición de la ortodoxia de la Comunión. El contra-artículo del granadino no lo comentaré en detalle: hay algunos puntos que comparto y otros que no, como por otra parte es natural. Sin embargo, me parece bastante iluminador que se le niegue la publicación en La Esperanza y sea causa de expulsión al mismo tiempo que se permiten publicar, por ejemplo, artículos que niegan o ponen en duda la validez de los nuevos ritos, con todas las consecuencias que eso tiene.
En cualquier caso, el artículo de Quesada, que por lo demás tiene algunos elementos provocadores que quizás los líderes de la Comunión no harían suyos sin anotaciones, se juzgó en ocasión de aquel conflicto que no transgrede las esencias tradicionalistas, con lo que es un buen punto de partida. Así, nos presenta el panorama siguiente en lo que toca a la nación y las regiones:
«La sustitución de las naciones históricas hispánicas por la Nación española política ha llevado a no pocos desmanes académicos, doctrinales o simplemente históricos, dando por existente un ente durante siglos que, en puridad, existe desde hace tan sólo doscientos años.
(…)
La región constituye un cuerpo superior de organización social respecto a entes como la familia o la comarca, esto es lógico. Pero su ordenación al bien común pasa por su integración en una comunidad política que, en el caso hispánico, pasó por su vinculación con otras naciones históricas por medio de los lazos de la religión y el rey en común. Estas naciones fueron integradas en la comunidad política hispánica, convirtiéndose en instrumento para la perfección de los miembros de la comunidad misma (…) La pérdida del concepto de bien común, unido al debilitamiento de las instituciones comunes entre las regiones, religión y monarquía, hicieron del nacionalismo un monstruo cada vez más difícil de domeñar.Por otro lado, encontramos a aquellos que confunden el principio de totalidad —necesario para la cohesión de toda comunidad política— con errores como el estatismo, el centralismo, o el totalitarismo. Para estos, la Nación española existe desde todo momento histórico en el cual encuentren de rebote cualquier término como «español, españoles, Españas…». Hemos de extremar la precaución en este punto. Lógicamente se puede hablar de España como ente identificado con la comunidad política compuesta por las naciones hispánicas, pero es una alusión a esa comunidad política orgánica y heterogénea. El empleo del término «España» con afán centralizador y unitario, nacionalista al fin y al cabo, en momentos históricos previos al siglo XIX es un desorden intelectual y fáctico.
(...)
En orden al bien común, las regiones no deben entenderse fuera de los territorios con instituciones propias que responden a dos vectores legitimadores de las mismas. El primero, el relativo al alcance del bien común concretado en la propia región, el segundo, el integrado en el bien común de la comunidad política superior y general»80
Tendríamos, por tanto, en primer lugar las regiones o «naciones históricas hispánicas», que son «un cuerpo superior de organización social respecto a entes como la familia o la comarca (…) territorios con instituciones propias que responden a dos vectores (…) al alcance del bien común concretado en la propia región (…) [y] el integrado en el bien común de la comunidad política superior y general». En segundo lugar, está esa misma «comunidad política superior y general», «que, en el caso hispánico, pasó por su vinculación con otras naciones históricas por medio de los lazos de la religión y el rey en común. Estas naciones fueron integradas en la comunidad política hispánica». Por lo que toca a España, «se puede [id est: sólo se puede] hablar de España como ente identificado con la comunidad política compuesta por las naciones hispánicas, pero es una alusión a esa comunidad política orgánica y heterogénea». Antes que nada, doy las gracias a Miguel Quesada porque nos dé permiso para hablar de España con las debidas condiciones. Sin embargo, hay un tercer concepto, malévolo, que es el de «la nación española política», ente que «existe desde hace tan sólo doscientos años», que se caracteriza por el «afán centralizador y unitario» y por encarnar «las ficciones de la soberanía y la autodeterminación», legitimando «la construcción del Estado», lo que sirve a la postre para que los que capitanean ese proyecto nacionalista se enseñoreen del Estado y sometan al pueblo a su tiránico interés.
De esto nos interesa, por ahora, la definición canónica de España: la comunidad política orgánica y heterogénea que componen las naciones hispánicas. Ahora bien, definir una comunidad política como heterogénea es un brindis al sol si no se identifica también el elemento homogéneo que la constituye como tal comunidad política. Como dice el Aquinate: «el uno es causa de unidad, mientras que lo múltiple lo es sólo accidentalmente, esto es, en cuanto de algún modo es uno»81. ¿Qué es, pues, lo uno de España? Quesada no nos deja dudas: «los lazos de la religión y el rey en común (…) las instituciones comunes entre las regiones, religión y monarquía». España es, por tanto, la monarquía católica y sólo la monarquía católica, y lo español se predica de todas sus partes (regiones o naciones históricas hispánicas) en el mismo sentido: que son reinos, ducados, señoríos, etc. bajo un mismo católico monarca, estén en América o en Oceanía, en la península itálica que en las Indias orientales, y vengan sus habitantes de la estirpe de Cam, de Sem o de Jafet.
Esta visión, sin duda novedosa, es sin embargo bastante anterior a Quesada, y anterior también a la Operación Sixto de 2001. Su origen está, fundamentalmente, en Francisco Elías de Tejada, de quien ya hemos hablado pero que todavía lo haremos mucho más, y que ahora conviene citar en extensión. Así, dice en Qué es el carlismo:
«Históricamente, la tradición de las Españas es el haz unitario, el cálido crisol donde se integran y sintetizan los conjuntos de las tradiciones de cada uno de los pueblos componentes.
O sea, es la tradición única, pero variada y multiforme, en sus expresiones sociales e históricas a tenor de la idea de los fueros.
En la Península Ibérica comprende las tradiciones particulares de Asturias, Galicia, León y Portugal; de Castilla, Navarra y Vascongadas; de Cataluña, Aragón, Valencia y Baleares; de Extremadura, la Mancha y Murcia; de Jaén, Córdoba, Sevilla y Granada; de Canarias. En América comprende la de todos los pueblos que hay desde el Río Grande del Norte y las misiones de Florida, Tejas y California, hasta los estrechos descubiertos por Fernando de Magallanes. En Oceania, la de Filipinas y otras más menudas. En Asia y Africa, las de las provincias portuguesas en ambos continentes. Y en Europa, la Europa geográfica, los pedazos que un tiempo fueron hispanos en plenitud de gestas, de ideas y de sentires, como Nápoles y el Franco-Condado, Cerdeña y Flandes, Sicilia y el Milanesado, Malta y el Finale. Todos ellos, pueblos partícipes en la empresa universal que capitaneó Castilla y sostuvo León, la soñadora de imperios.
Tal variedad era el aspecto interno de una solidísima unidad exterior, cimentada en la fuerza inquebrantable de la vigencia de la fe religiosa y de la pasión monárquica, del sentido católico misionero y de la lealtad al rey común de las Españas. La variedad foral fue posible porque cristalizaba en realidades de historia cuajada en culturas y en instituciones aquella ciclópea ilusión de servir mancomunadamente al mismo Dios y al mismo rey»82
O, de forma algo más sintética, en un artículo del 49:
«Las Españas son el conjunto de pueblos que Castilla creó o capitaneó, imprimiendo en ellos el sello de su genialidad universalizadora. Tan españoles son los catalanes como los filipinos y los brasileños como los propios castellanos (…) Cada uno de estos pueblos españoles poseen características culturales, lingüísticas, etnológicas y geográficas particulares que sirven para individualizarlos en el cuadro general de la humanidad; pero su universalidad reside en su adscripción a las faenas de nuestro pueblo capitán: Castilla»83
Sobre la novedad de esta concepción (aunque el solo hecho de que sea algo nuevo no demuestra de por sí que sea malo) luego entraremos en mayor detalle, pero ciertamente que cualquier carlista del siglo XIX se habría quedado atónito al enterarse de que un flamenco, un francocomtés y un jefe de tribu de la Angola portuguesa son todos tan españoles como él84. A toda esta «turbam magnam quam dinumerare nemo poterat ex omnibus gentibus et tribubus et populis et linguis» no puede unirla ni el origen, ni el idioma, ni las costumbres, ni el carácter, lo cual Tejada hace constar:
«El Primer Congreso de Estudios Tradicionalistas (…) sentó esta escueta definición: “Las Españas son un conjunto de pueblos, dentro y más allá de la Península Ibérica, dotados de peculiaridades históricas, culturales, institucionales, políticas y jurídicas, unidos irrevocablemente por dos lazos: la fe en el mismo Dios y la fidelidad al mismo rey”»85
O, como dice algo antes, en aquellas archiconocidas páginas donde expone la oposición entre España y Europa,
«Eran pueblos varios dispersos, extraordinariamente diversos y esparcidos, mas unidos férreamente en dos solas cosas: la lealtad en el servicio al mismo rey, y la misión al servicio del mismo Dios. Difícil es enumerarlos»86
¡Difícil es enumerarlos! Curioso que sea nuestra patria y ni sepamos cuál es. En cualquier caso, es un hecho patente que esta ha sido la concepción de las Españas que ha tomado carácter oficial posteriormente, sin que Miguel Ayuso encuentre dificultad en hablar repetidamente de la «común nación» panhispánica87.
Por lo demás, debe notarse que este esquema que querría identificar de forma pura y simple España con la monarquía católica no excluye en principio a Portugal, como puede verse en la cita de más arriba. No es otra la postura de la Comunión, como es notorio, sin perjuicio de que —buenos legitimistas— no reivindiquen la anexión de Portugal88. Y es que podría parecer que la exclusión de Portugal se sigue de la reducción del lazo común a la religión y el rey; pero la vara castellana, como el bautismo, imprime carácter.
Sin embargo, debe también notarse que, si la validez y plena vigencia del carlismo para España se da siempre por supuesta, es más difícil encontrar por escrito cuál sea el plan y la justificación de un Carlismo para hispanoamericanos. La principal fuente de lo cual es un folleto de tal nombre que reproduce una conferencia que dio Ayuso en 2005 en Argentina, y que ahora citaremos en extensión, junto con dos artículos de 2009 y 2014, que amplían algunos puntos:
«La divisoria de aguas de los conflictos es también la misma a ambos lados del Océano: el liberalismo contra el catolicismo. Con muchas semejanzas. Pero quizá con una diferencia. Ligada al drama acaecido en Hispanoamérica por causa de la coincidencia de su venida a la vida "independiente" con el auge del liberalismo. Y a la pervivencia en España del carlismo como factor de continuidad del viejo orden.
(…)
Y ahora la diferencia. Porque en América, tras los primeros momentos de confusión, quienes quisieron rechazar el liberalismo hubieron de hacer mil filigranas para evitar comprender en su rechazo a las propias patrias devenidas «naciones», nacidas en efecto de procesos impulsados por caudillos, unos y otros, tocados por la revolución liberal. Esa es la razón por la que el tradicionalismo carlista (...) encuentra serios obstáculos en muchos ambientes de América, ganados por el "nacionalismo", un nacionalismo que si en sede doctrinal podría hallar sin dificultad con aquél amplios puntos de acuerdo (...), no deja de tener delante el obstáculo insalvable de las "fiestas patrias", los "patricios" y los "libertadores". Ese origen parricida y espurio no deja de gravitar inexorablemente en todo y en todos, impidiendo la apertura natural al tradicionalismo, un tradicionalismo que es una doctrina que se hace carne en una historia. La España peninsular, en cambio, cuando se produce la revolución liberal, y bien pronto la usurpación dinástica, aunque mutilada, está hecha. El carlismo precisamente por ello es la continuidad de la verdadera España, que se opone a un liberalismo que, lejos de ser constituyente de la "nación" (como en América), es allí simplemente instrumento de desmedulamiento y disolución.
(…)
Esa coincidencia fatal de independencia y liberalismo es la que impide la definitiva clarificación del problema político. No sólo, entiéndase bien, en cuanto a los primeros momentos del caminar hispanoamericano. Sino respecto de su entera trayectoria. En el viejo mundo el carlismo salvó idealmente la pervivencia de España. Pero no limitó a eso su benéfico influjo. Como guardián del orden de la Cristiandad, que en la confederación de las Españas fue Cristiandad menor y que se redujo en la Comunión Tradicionalista a Cristiandad mínima, impidió que la Tradición católica se confundiera con el "moderantismo" (liberal) de Narváez o con el "conservatismo" (también liberal) de Cánovas… Como impidió que las Repúblicas revolucionarias lograran su consolidación. Así, frente a unos y otras, levantó no sólo los Ejércitos de voluntarios, sino la Carta de la Princesa de Beira a los Españoles, la defensa de la Unidad Católica en las Cortes o los Fundamentos Permanentes de la Legitimidad del Rey Don Alfonso Carlos. Nada de ello podía ocurrir en América. Donde un Iturbide o un Rosas (sin negar ninguno de sus méritos) no podían entroncar con la íntegra tradición, debiendo limitarse a salvar pedazos de ella. Y donde los propios partidos conservadores (como en Colombia) no dejaban de presentar notables contaminaciones de la revolución liberal. Por no hablar de momentos posteriores. Repárese en cambio que, incluso en el siglo XX, pese a sus fuerzas disminuidas, son los carlistas quienes transforman un "pronunciamiento" (del Ejército liberal, pues nunca dejó de serlo) en un Alzamiento del pueblo católico contra el proyecto marxista (y liberal) de arrancar el catolicismo de la configuración comunitaria de España. Y quienes contribuyen a que el Estado nacido de la guerra, religiosa, en que desembocó el fracaso de aquel Alzamiento, adquiera tintes parcialmente (y por momentos sustancialmante) católicos.
(…)
Llegados a este punto, ¿cómo dejar un apunte sobre lo que podría ser el horizonte de un carlismo para todas las Españas, también las americanas?
(…)
En el mundo hispánico el Estado es antinatural. Por eso, desaparecido el gobierno que aseguraba la monarquía, sólo podía abrirse camino el sucedáneo de los caudillos o el en apariencia (quizás sólo en apariencia) más aseado del modelo constitucional presidencialista. En todo caso basados siempre sobre una ausencia de organicidad social (…) pese a los pálpitos de autenticidad, [el caudillismo] no puede ser en verdad constructivo. (…) La vertiente institucional del caudillismo está en el presidencialismo (…) Pero no siempre se dará el ajuste del caudillo con el presidente, y con frecuencia el presidente estará preso en la red de intereses del sistema. Sólo a veces y por poco tiempo el caudillo-presidente cortará el nudo. Pero nunca será el gordiano.
(…)
¿Y no podríamos sacar nuestra fuerza precisamente de lo que es hoy nuestra debilidad? En la era de los Estados, lo no-Estados, los Estados truncados no podían sino hallarse en una situación de inferioridad. Pero en la coyuntura presente, la que se ha bautizado como de crisis del Estado, ¿acaso no podríamos encontrarnos en otra de privilegio? (...) En cuanto la crisis ataña al Estado como artefacto, el nuevo orden podría abrirse a lo que se han llamado “grandes espacios” (grossraume). Y, qué duda cabe, el mundo hispánico constituye un gran espacio, un gran espacio, además, no sólo en un sentido geográfico, sino también en un sentido profundamente humano, cultural y espiritual. Y con una historia a sus espaldas.
(...)
Por todo ello, creo que podría concluirse que la Hispanidad puede constituir un modelo de superación de los Estados actuales, a través de la articulación de un gran espacio, con base histórica, y unidad moral, con el principio de subsidiariedad y el particularismo foral como ejes.
(…)
Ese eje de proyección, sin embargo, no podría prescindir de los dos grandes factores de unión de las viejas Españas, que hoy querríamos poner de nuevo en pie: la fe en el mismo Dios y la fidelidad al mismo Rey (...) De ahí deriva también la vuelta a la monarquía. Como decía Ricardo Fraga, y no puedo sino repetirlo con emoción, "la monarquía tradicional es la forma natural del mundo hispánico". De ahí la centralidad del carlismo para hispanoamericanos, “pues sin Rey legítimo no puede haber verdadera restauración”»89
«Por eso, en la Edad contemporánea se va a evidenciar que es el Estado el que ha “hecho” a la nación, siempre que entendamos ésta en su acepción (ideológica) revolucionaria (…) Esto es aún más palmario en el mundo hispanoamericano, respecto del que se ha escrito “que en el Nuevo mundo, a diferencia de lo que ocurre en el Viejo, es el Estado el que forja la Nación” (…) donde la frase que estamos glosando alcanza su significación más neta es en la fase del nacimiento de los Estados, ahora también, independientes. Ya que, de un lado, la nación común (entre sí y con la península) se fragmentó a partir de las unidades de la vieja monarquía fundadora, mientras que de otro los Estados (nacidos en la edad de las revoluciones) necesariamente —pese a las tesis “intrinsecistas” que ven en el proceso de independencia una continuidad con las bases del pensamiento escolástico español— habían de forjar naciones “revolucionarias”, fundadas sobre la negación de la “madre” y sobre el hostigamiento de las “hermanas”, como prueba la dificultad de aunar el “nacionalismo” con el “tradicionalismo»90
«En Hispanoamérica (…) el nacimiento a la vida independiente de las distintas repúblicas se produjo precisamente de resultas de la revolución liberal, de modo que ésta y aquéllas no pueden sino mostrársenos inescindibles no sólo en su origen sino aun en su devenir. Si en el viejo continente europeo (rectius en la vieja Cristiandad) las naciones estuvieron en el origen de los Estados (rectius de las comunidades políticas), en la vieja América española —se ha dicho— son los Estados los que hicieron a las naciones.
(…)
En España (...) la monarquía, federativa (...) y misionera, continuadora de la Cristiandad, se mantuvo inaccesible a la mentalidad estatal. Por eso, en España no podía haber "nacionalismo de los tradicionales" (...) Finalmente, en Hispanoamérica, y por la misma razón, todo ha de reposar sobre los mitos fundacionales románticos del liberalismo, forzando a quienes quieren ser fieles a la tradición a contorsiones y contradicciones sin cuento para salvar una "tradición nacional" de naturaleza política [liberal]»91
No es sencillo resumir un librillo en unas pocas líneas, pero creo que a través de lo expuesto se puede extraer lo esencial de su argumentación, que ahora expongo en síntesis:
«En Hispanoamérica (…) el nacimiento a la vida independiente de las distintas repúblicas se produjo precisamente de resultas de la revolución liberal», de suerte «que en el Nuevo mundo, a diferencia de lo que ocurre en el Viejo, es el Estado el que forja la Nación», por razón de lo cual «los Estados (nacidos en la edad de las revoluciones) necesariamente (…) habían de forjar naciones “revolucionarias”». Así, ocurre que «esa coincidencia fatal de independencia y liberalismo es la que impide la definitiva clarificación del problema político», porque «quienes quisieron rechazar el liberalismo hubieron de hacer mil filigranas para evitar comprender en su rechazo a las propias patrias devenidas “naciones”». Tales filigranas no salvan el hecho de que «no podían entroncar con la íntegra tradición, debiendo limitarse a salvar pedazos de ella». Esa oposición parcial al liberalismo resulta siempre impotente, porque «en Hispanoamérica (…) el nacimiento a la vida independiente de las distintas repúblicas se produjo precisamente de resultas de la revolución liberal, de modo que ésta y aquéllas no pueden sino mostrársenos inescindibles no sólo en su origen sino aun en su devenir». Pero en la España peninsular, en cambio, ocurrió que «el carlismo precisamente (…) es la continuidad de la verdadera España, que se opone a un liberalismo que, lejos de ser constituyente de la “nación” (como en América), es allí simplemente instrumento de desmedulamiento y disolución», de modo que «como guardián del orden de la Cristiandad, que en la confederación de las Españas fue Cristiandad menor y que se redujo en la Comunión Tradicionalista a Cristiandad mínima, impidió que la Tradición católica se confundiera con el “moderantismo” (…) o con el “conservatismo”». Esta continuidad es la clave de que el carlismo sobreviviera a través de los siglos XIX y XX como el movimiento católico legitimista-tradicionalista más vigoroso del mundo, hasta el punto de poder todavía marcar el rumbo político del país en la Cruzada del 36. Aunque reducida en número, esa conexión con la tradición integral sin solución de continuidad pervive en la actual Comunión Tradicionalista, con la ventaja añadida de haber logrado en las últimas décadas llegar a las cumbres de su depuración intelectual92. Ahora bien, «en el mundo hispánico el Estado es antinatural», y es por ello que las naciones hispánicas han sufrido tan hondos fracasos en los dos últimos siglos: «en la era de los Estados, lo no-Estados, los Estados truncados no podían sino hallarse en una situación de inferioridad». Pero «en la coyuntura presente (…) de crisis del Estado, ¿acaso no podríamos encontrarnos en otra [situación] de privilegio? (...) En cuanto la crisis ataña al Estado como artefacto, el nuevo orden podría abrirse a lo que se han llamado “grandes espacios” (grossraume)». De modo que, «por todo ello, creo que podría concluirse que la Hispanidad puede constituir un modelo de superación de los Estados actuales, a través de la articulación de un gran espacio, con base histórica, y unidad moral, con el principio de subsidiariedad y el particularismo foral como ejes». Ahora bien, «la monarquía tradicional es la forma natural del mundo hispánico», y, como ya se ha señalado, la actividad política que no se funda en una continuidad íntegra con la tradición resulta impotente; con lo que la articulación de ese gran espacio sólo puede y debe darse mediante la adhesión de todos los pueblos hispánicos al carlismo para hacer rey católico de todos ellos a S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón y sus sucesores.
No es poca cosa. De algún modo, parece que esta argumentación va más allá del estricto legitimismo, como señaló José Díaz Nieva al reseñar este texto para Verbo92, pues se apoya en la necesidad práctica de un nuevo orden. Sin embargo, todo termina yendo de vuelta a ese camino, porque lo que hace necesaria la monarquía legítima como estructura de integración territorial panhispánica es el principio de que la acción tradicionalista que no entronca con la tradición integral resulta estéril. Tradición integral que sólo se encuentra en la causa legitimista a través de la Cristiandad mínima de la Comunión Tradicionalista.
Este es el proyecto panhispánico de la Comunión Tradicionalista, su patria, la segunda parte de su trilema. Como ya he señalado más arriba, no puede negarse que sea ambicioso. Tampoco cabe negar, mal que le pese a cierta gente, que es en extremo novedoso. Algunos podrían alegar que bajo la novedad superficial se encuentra una continuidad con el sentido profundo de Cristiandad que está en el corazón del carlismo, pero eso habría que demostrarlo debidamente. Ahora bien, que este nuevo camino debamos tomarlo o no los españoles es una cuestión que no se ha discutido lo suficiente, y respecto a lo cual presentaré en el siguiente artículo algunas aclaraciones necesarias.
LA NUEVA DOCTRINA TRADICIONALISTA
Por último, entre los principales méritos que Ayuso señala en la actividad de la Comunión Tradicionalista desde su reconstitución se encuentra el haber «revivido la doctrina tradicionalista», es decir, haber «seguido la mejor línea de los mejores pensadores tradicionalistas españoles de la segunda mitad del siglo XX», logrando «custodiar, preservar, transmitir y en alguna medida prolongar todo ese acervo doctrinal».
Algo semejante subrayaba José Miguel Gambra en los Mártires de 2013, cuando decía que
«Desde entonces [2001], la Comunión Tradicionalista ha llevado a cabo una labor doctrinal inmensa por medio de la Fundación Elías de Tejada, el Consejo Felipe II y los círculos en las diversas regiones. Las publicaciones, congresos y conferencias han permitido recomponer, defender, actualizar y perfeccionar una doctrina que había sido destruida en sus más profundos cimientos durante las cinco últimas décadas del pasado siglo. La difusión de todo este trabajo, por los exiguos medios de que dispone la Comunión, ha producido resultados a veces sorprendentes, como la formación de importantes movimientos carlistas en las Españas de ultramar y en la Península Italiana. Y, también en los reinos peninsulares, se puede decir que quien quiera conocer un carlismo, pasado por la forja del enfrentamiento a las nuevas teorías y circunstancias políticas, sabe hoy dónde ha de buscarlo y cada vez son más los que se acercan a la Comunión con esa finalidad»93
Y en los Mártires de 2017, diciendo:
«Esa labor doctrinal (…) halló su continuidad en la nueva etapa de la Comunión reactivada por S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón con la colaboración de Miguel Ayuso y Luis infante. Su ingente trabajo, recogido en una gran cantidad de publicaciones y en una labor periodística minuciosa y constante, no sólo ha logrado sostener como doctrina inalterable, pero actual, el pensamiento carlista, sino que ha logrado refutar, punto por punto, cada una de las desviaciones que, procedentes del marasmo intelectual y religioso de nuestra época, han llegado a colarse en las filas de un carlismo decaecido»94
En estos dos discurso señalaba, también, que este enfoque doctrinal ha sido una prioridad que se ha elegido conscientemente. Théorie d’abord!
«Otros más, estos ya no primos, sino hermanos e hijos, nos espetan, una y otra vez, que carecemos de acción política y que nos hemos quedado en el terreno doctrinal y académico. Se trata de una crítica benevolente y constructiva que, sin embargo, también merece una respuesta: la Secretaría Política, tras la debacle doctrinal del siglo pasado, se ha centrado en lo más importante y urgente. Ha fijado las metas y los principios, ha eliminado errores y ha expuesto el carlismo verdadero a los cuatro vientos, lo cual no le ha impedido hacer numerosos actos públicos y organizarse más perfectamente»95
«Sin duda era imprescindible otorgar prioridad a la doctrina, porque, si ella se desnaturaliza, la acción acaba por ser colonizada por las tendencias hoy predominantes»96
Esta prioridad por la lucha intelectual o prepolítica es una opción muy digna que, en cualquier caso, es principalmente asunto suyo. Sin embargo, nos obliga a analizar este desarrollo doctrinal con una atención especial. Ahora bien, la labor doctrinal de ese universo académico en cuyo centro se encuentra Ayuso —como Director de la Revista Verbo, Presidente del Patronato de la Fundación Elías de Tejada y Presidente del Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II— resulta, evidentemente, inabarcable para un texto de estas características, con lo que me limitaré a señalar algunas líneas generales.
En primer lugar, debe notarse que Verbo no participa simplíciter y en bloque del esfuerzo doctrinal de la Comunión Tradicionalista, por el hecho mismo de que no se presente como una revista académica carlista, ni como un órgano de la Comunión, lo que nunca ha sido. Ahora bien, tampoco puede negarse que, por su carácter tradicionalista y por la línea que conscientemente ha tomado, ha sido parte de esa renovación intelectual. Como decía el Ayuso en un artículo reciente,
«Aunque Verbo no ha sido nunca una revista carlista, sus conexiones con la Causa siempre fueron no sólo evidentes sino estrechas (…) la confusión que vivió el Carlismo a fines de los años sesenta y durante los setenta, esto es, mientras duró la desastrosa aventura socialista-autogestionaria de Carlos Hugo, llevó a muchos carlistas a reforzar su compromiso con la Ciudad Católica»97
Estrecha conexión que, no es ningún secreto, se ha reforzado bajo la dirección de Miguel Ayuso, como señalaba un poco más adelante:
«No podemos ir aproximándonos al final sin mencionar el relieve de la colaboración con el Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, creado por Francisco Elías de Tejada, con lo que post-mortem vuelve a activarse la vieja amistad y solidaridad intelectual que existió con la Ciudad Católica de Juan Vallet. Elías y Vallet, Felipe II y Speiro, trabajando en íntima colaboración. Con el apoyo, a veces, de la Unión Internacional de Juristas Católicos, y otras del Seminario Vallet de Goytisolo de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Y con la Comunión Tradicionalista recuperada y activa de modo particular internacional e intelectualmente»98
Es notorio, por ejemplo, que desde hace bastante tiempo las reuniones de amigos de la Ciudad Católica las organizan conjuntamente la Fundación Speiro y el Consejo99, reuniones de las que luego salen sus artículos que se publican a su vez como libros colectivos. Es un mundo estrechamente entrelazado. Lo cual hace conveniente comenzar la panorámica de las líneas principales de este proyecto doctrinal citando lo que Ayuso ha dicho recientemente sobre la Ciudad Católica, a saber:
«Con el correr del último decenio del siglo XX, como hemos tenido ocasión de anotar al final del epígrafe anterior, da la impresión de que la obra, siempre fiel a sus orígenes, y adaptada siempre a las circunstancias, habría afilado sus perfiles en una orientación en el fondo conforme a la intención fundacional.
(…)
Desde el punto de vista del objeto material no puede decirse que Verbo sufriera ningún cambio. Más bien, contrariamente, parece que se haya reforzado la fidelidad a los temas fundacionales. Desde el formal, en cambio, no sólo se ha proseguido el ángulo de la doctrina social de la Iglesia y la filosofía social, sino que se ha reforzado la adhesión a la clasicidad y la tradición católica e hispánica.En lo que toca a la doctrina social de la Iglesia, no puede echarse en el olvido la importancia de la crítica a la doctrina personalista, acogida sobre todo por Juan Pablo II, mientras que su sucesor, Benedicto XVI, se abriría en ocasiones al liberalismo conservador de origen anglosajón y matriz lockeana. Que también ha suscitado las correspondientes precisiones en Verbo. Lo que naturalmente se trasladó a temas singulares como la laicidad, la educación o el matrimonio. También a las cuestiones bioéticas y biojurídicas. El signo antiliberal —como el antimodernista— se ha reforzado, en la teoría, la sociología o la historia. Hasta se ha enfrentado la tradición católica con el nuevo orden global. Así, se recuperan los temas de la res publica christiana y los dos poderes o se indaga en la cultura política católica. No se ha olvidado tampoco la contextura del mundo hispánico, con atención al Barroco.
En cuanto al campo de la filosofía social y política se han revisado los temas de las ideologías, las transformaciones de la política, las formas de gobierno (monarquía y democracia), el populismo, etc. Sin prescindir de la tematización del bien común o el recuerdo de los maestros en fechas de relieve, normalmente el centenario de sus nacimientos (Eugenio Vegas, José Pedro Galvão de Sousa, Álvaro d’Ors, Vallet, Elías de Tejada, Gambra, Canals…).
(…)
Verbo y la Ciudad Católica, así, han dejado atrás algunos eclecticismos menores y han reforzado un rigor que en puridad nunca abandonaron y que, al menos, perseveró siempre en algunos de sus redactores y círculos. El tradicionalismo, no ideología, sino adhesión a la Tradición, se ha cernido, mientras que toda suerte de conservadurismos (de matrices varias, además) se han evitado y orillado con cuidado (…) El combate nuclear se sostiene contra el modernismo y el liberalismo, en todos los órdenes, más que contra un “marxismo cultural” que los conservadores (incluso los vociferantes) agitan como un espantajo. Y se concreta a trecientos sesenta grados, en la denuncia incluso del americanismo o incluso el comunitarismo de las opciones pseudobenedictinas, si van referidas o San Benito, pero quizá no, si lo son a Benedicto (XVI)»100.
En estos enjundiosos fragmentos se deja entrever, lo que no puede dejar de subrayarse, un cierto giro cada vez más anticonciliar en las interpretaciones de la crisis de la Iglesia. No abunda en exceso sobre ello, pero que en cualquier caso no es ningún secreto:
«Cuando el Concilio se convirtió en arma arrojadiza Gambra se situó entre los que lo resistieron, mientras que Juan Vallet mantuvo la línea de Verbo favorable a su interpretación a la luz de la Tradición. Lo que hermenéuticamente era correcto, si bien la reiteración de actos contrarios a esa tradición la dificultaban progresivamente. Algunas tensiones no dejaron de producirse, pero sin llegar —como en Francia— a la fractura.
(…)
El primero [Eustaquio Guerrero, S.J.] tuvo un peso intelectual mayor, decisivo en la defensa de la tesis de la unidad católica y de la interpretación de la declaración conciliar Dignitatis humanae a partir del preámbulo (…) Lo cual, en el fondo, lo hicieron casi todos los autores en un primer momento»101
«Francisco Canals lo llamó «la ruina espiritual de un pueblo por efecto de una política», si bien maquilló de algún modo la responsabilidad de las jerarquías eclesiásticas en el proceso. En Verbo, sacerdotes destacados como, entre otros, el jesuita Guerrero y el dominico Rodríguez, antes citados, hicieron lo posible para defender la tesis tradicional frente a las nuevas tendencias. También Vallet, desde el ángulo laical, forzó las continuidades frente a las rupturas, en una suerte de «hermenéutica de la continuidad» ante litteram (…) Del otro lado, para señalar que el desastre práctico y pedagógico estaba anclado en doctrinas deletéreas, destacaron en especial Alberto Ruiz de Galarreta y Rafael Gambra.
(…)
Resulta significativo que durante estos años finales del decenio de los ochenta y todo el siguiente vuelvan los debates de más de veinte años antes sobre la interpretación de Dignitatis humanae y el signo conciliar. Señal, de un lado, de que las razones en favor de la interpretación continuista habían chocado con la aplicación a la realidad. Así como, de otro, de que el tradicionalismo no se había dado por satisfecho con cómo se había cerrado (en falso) el asunto. A estas alturas, la línea de la revista, marcada por Juan Vallet de Goytisolo, fue coherente con la anterior. Sin embargo, también como otrora, las razones del sector más crítico creo que se impusieron, apuntando lo que iba a ser la orientación futura»102
Asimismo, puede avanzarse en la perfilación de los temas principales con una selección de los artículos de Ayuso en este siglo de acuerdo el criterio objetivo de la extensión, que nos resulta, con un límite de 20 páginas, en los siguientes: «Más allá de la globalización del Estado moderno», «Las aporías presentes del Derecho natural», «Transmisión, inculturación y tradición», «La devastación modernista y su denuncia profética», «Carlismo y Tradición política hispánica», «El problema político de los católicos hispanoamericanos», «Los antimaritanianos de la rive droite», «Algunas reflexiones oplíticas sobre la naturaleza del matrimonio y la familia», «Derecho y derechos, de la Carta Magna al postconstitucionalismo», «Las formas de gobierno y sus transformaciones», «Libertad de expresión y derecho a la información en el constitucionalismo europeo», «El pueblo y sus evoluciones», «La Ciudad Católica y la acción política del laicado», «La Revolución protestante y su impacto político», «¿Ocaso o eclipse de la cultura política católica?», «Las consecuencias políticas y jurídicas del “68”», «Antimodernidad, modernidad y posmodernidad», «Los “dos poderes” en la encrucijada de la teología, la filosofía y la historia», «El problema de la autodeterminación de los pueblos», «Los cambios de la laicidad en los Estados y el reflejo de la laicidad en la Iglesia», «La Civilización cristiana del barroco hispánico», «Larramendi, Galarreta y la historia del carlismo reciente», «Sesenta años de Verbo y la Ciudad Católica», «La Ciudad Católica en su contexto español», y «Realidad y perspectiva de los derechos humanos».
Por lo que respecta a la Fundación Elías de Tejada, en Fuego y Raya cabe destacar «Menéndez Pelayo y el “menéndezpelayismo político”», «La democracia cristiana en España», «Frederick D. Wilhelmsen, tradicionalista hispánico», «Francisco Elías de Tejada en el pensamiento tradicional hispánico», «Liberalismo y laicismo en la España contemporánea», «Rafael Gambra y el tradicionalismo integral», y «Tradicionalismo y ultramontanismo en el mundo hispánico». En los Anales de la Fundación, en los que los últimos años sólo ha escrito obituarios, debe señalarse «El carlismo y su signo (a los 175 años)», que también se publicó en una importante obra colectiva; y, pese a su brevedad, conviene mencionar «Una visión española de la Acción Francesa», que también en la Comunión lo encontraron lo suficientemente relevante como para dedicarle una entrada en la página web oficial103. En las colecciones publicadas por la Fundación Elías de Tejada, como textos escritos íntegramente por Ayuso (en oposición a las obras colectivas que ha editado, que son abundantísimas), nos encontramos con ¿Ocaso o eclipse del Estado? y De la ley a la ley (Prudentia Iuris, Serie Minor), Constitución, el problema y los problemas (Serie Media), Tradición política e hispanidad (De Regno) y La Hispanidad como problema (De Regno). Por lo que toca a las obras colectivas editadas por él, en todas o casi todas de las cuales aporta un capítulo, este en muchos casos se publica también en Verbo o Fuego y Raya como artículo separado, con lo que varias de sus aportaciones principales ya se han enumerado.
Por lo demás, espero que se me disculpe este enfoque ayusiano en el desarrollo doctrinal de la Comunión, pero hacer un análisis que abarque todos los autores resulta imposible. Ayuso, por su lado, está en el centro de todas las colecciones e instituciones a través de las que se ha cultivado la escuela, y es editor de la mayoría o gran parte de las obras colectivas que se han dado en este ámbito. Como dijo él mismo una vez, si la Comunión hoy es conocida en el mundo se debe a su activa, costosa y agotadora actividad internacional104. Y tampoco cabe dudarse que cuantitativamente José Miguel Gambra haya ocupado un segundo plano en estas publicaciones, aunque, si se me permite, eso ha ido en provecho de la calidad y la originalidad de sus escritos. En particular, ha presentado este siglo catorce publicaciones en Verbo, varias de las cuales son más bien cortas. Destacan «El modernismo filosófico», «El patriotismo clásico en la actualidad», «Cristiandad a secas y prudencia política», «La crítica del personalismo en Danilo Castellano», «El populismo en España», «El liberalismo católico» y «La constitución cristiana de las comunidades política y la resistencia ante el poder». Asimismo, tiene dos artículos en los Anales de la Fundación Elías de Tejada: «La noción clásica de dignidad y los derechos humanos» y «El liberalismo: la raíz del mal». Y dos artículos en Fuego y Raya: «La filosofía de Menéndez Pelayo en las polémicas de “la ciencia española”» y «El divinismo de Leopoldo Eulogio Palacios». Llama la atención, por lo demás, que entre las colecciones publicadas por la Fundación no se encuentra ningún texto íntegro de Gambra, si bien ha colaborado en Iglesia y política: cambiar de paradigma; La inteligencia de la política: un primer homenaje hispánico a Danilo Castellano; Pueblo y populismo: los desafíos políticos contemporáneos; y Los dos poderes: a los 150 años de la brecha de la Porta Pia. A lo que se le añade, por supuesto, su monografía La sociedad tradicional y sus enemigos, donde revisita y sistematiza varias de esas anteriores publicaciones y desarrolla un pensamiento político en lo fundamental aristotélico. Finalmente, si no lo estoy entendiendo mal, el propio Gambra señalaba a Ayuso como cabezas de ese frente teórico del proyecto, en el discurso de Mártires del 17 arriba citado: «Esa labor doctrinal (…) halló su continuidad en la nueva etapa de la Comunión reactivada por S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón con la colaboración de Miguel Ayuso y Luis infante. Su ingente trabajo, recogido en una gran cantidad de publicaciones y en una labor periodística minuciosa y constante…»105. Con lo que espero que esta opción metodológica quede lo suficientemente justificada.
Así, de forma general y no exhaustiva pueden señalarse algunas de las líneas siguientes, que se han desarrollado por toda la red de autores en el proyecto tradicionalista y que se pueden identificar a partir de los textos de Ayuso. En primer lugar, una reflexión sobre el tradicionalismo y el carlismo que bebe principalmente del sistema tejadiano, que inserta al carlismo en el esquema Christianitas maior-minor-mínima en oposición a Europa y con reservas hacia el tradicionalismo europeo: «Transmisión, inculturación y tradición», «Antimodernidad, modernidad y posmodernidad», «El carlismo y su signo (a los 175 años)», «Una visión española de la Acción Francesa». En segundo lugar, teoría política y teoría del Estado en una línea anti-democristiana (antipersonalista y antimaritaniana) y antiliberal, que se opone al Estado como producto de las cinco rupturas: «Más allá de la globalización del Estado moderno», «Las formas de gobierno y sus transformaciones», «El pueblo y sus evoluciones», «Las consecuencias políticas y jurídicas del “68”», «El problema de la autodeterminación de los pueblos», «Los antimaritanianos de la rive droite», «La democracia cristiana en España». En tercer lugar, Derecho (anti-)constitucional y derecho natural, en la escuela del realismo jurídico de Michel Villey que Juan Vallet de Goytisolo adoptó y desarrolló en España: «Derecho y derechos, de la Carta Magna al postconstitucionalismo», «Libertad de expresión y derecho a la información en el constitucionalismo europeo», «Las aporías presentes del Derecho natural», Algunas reflexiones oplíticas sobre la naturaleza del matrimonio y la familia», «Realidad y perspectiva de los derechos humanos». En cuarto lugar, la cruzada antimodernista, no necesariamente identificada en todo con las posturas de la FSSPX pero en cualquier caso crecientemente crítica y anticontinuista: «La devastación modernista y su denuncia profética», «¿Ocaso o eclipse de la cultura política católica?», «Los “dos poderes” en la encrucijada de la teología, la filosofía y la historia», «Los cambios de la laicidad en los Estados y el reflejo de la laicidad en la Iglesia». En quinto lugar, debe señalarse la cuestión hispánica: «Carlismo y Tradición política hispánica», «El problema político de los católicos hispanoamericanos», «La Civilización cristiana del barroco hispánico», «Tradicionalismo y ultramontanismo en el mundo hispánico». Por último, se encuentra un auto-análisis del proyecto a través de la visita a su historia y sus autores: «La Ciudad Católica y la acción política del laicado», «Larramendi, Galarreta y la historia del carlismo reciente», «Sesenta años de Verbo y la Ciudad Católica», «La Ciudad Católica en su contexto español», «Frederick D. Wilhelmsen, tradicionalista hispánico», «Francisco Elías de Tejada en el pensamiento tradicional hispánico», «Liberalismo y laicismo en la España contemporánea» y «Rafael Gambra y el tradicionalismo integral». A todo esto deben añadirse, por lo demás, algunos ciclos temáticos que han sido muy relevantes en la definición ideológica de la escuela, como sea la narrativa anti-secesionista que se desarrolló en el período 2008-2012 (que determinaría algunas conocidas rupturas, que luego comentaremos), y el enfoque anti-protestante de las publicaciones de 2017.
Toda esta selección ilustrativa, me parece, es lo suficientemente imparcial y razonable, si se tiene en cuenta la dificultad de resumir en unos pocos párrafos un trabajo de 25 años. En todo lo cual creo que debe subrayarse, ante todo, la influencia de Elías de Tejada, que ha sido, con mucho, el intelectual del siglo XX que ha determinado de forma más profunda los esquemas teóricos de la Comunión. Álvaro d’Ors, con ser siempre interesante, fue en muchas cosas un verso suelto (no sólo por cierto aggiornamiento tardío), y Miguel Ayuso no ha dejado de señalar expresamente su «impureza» en varias ocasiones106. Francisco Canals tuvo un enfoque más centrado en lo teológico-filosófico, cosa que limita su influencia en el proyecto político, con la excepción principal de sus trabajos sobre el romanticismo y la Revolución, citados a menudo. Por lo demás, su línea continuista en materia eclesial, que ha marcado el rumbo de sus discípulos directos, no puede dejar de crear cierta distancia. Rafael Gambra, por su lado, operó principalmente en el ámbito de la filosofía política antes que jurídica, lo que pone límites significativos en su influencia sobre tantos y tantos trabajos hechos por y para juristas. Su línea esencialmente aristotélica ha sido continuada, me parece, sobre todo por su hijo, lo que se nota también en su sensible flexibilidad lingüística en la adaptación de conceptos clásicos, frente a la rigidez típicamente tejadiana en torno a términos como «Estado», «soberanía», «Europa», etc. Choque de perspectivas que puede verse en dos sendos artículos de La Esperanza, sobre los que tendremos ocasión de volver: «Rafael Gambra y el fuego amigo», donde hace gala de la flexibilidad lingüística mentada frente a ciertos reduccionismos recientes, y «El legitimismo de Martín Antoniano», donde defiende la filosofía política clásica frente a algunas posiciones novedosas inspiradas en Tejada107 y que representan en cierto modo una exacerbación de sus peores tendencias, si bien yo defendería que no constituye genuinamente su postura. En los asuntos estrictamente jurídicos, por lo demás, quizás sea Juan Vallet de Goytisolo más influyente que Tejada. Pero el sentido profundo de este pequeño universo tradicionalista está informado por un esquema histórico-doctrinal que es el de Tejada: la división de Christianitas maior-minor-mínima, con la oposición a Europa como anti-Cristiandad y la apertura a las Españas que eso implica, y el enfoque en las cinco rupturas como enemigo a batir, lo que tiene consecuencias muy concretas en el desarrollo ideológico del proyecto, como sean el rechazo al concepto de soberanía y el antiestatismo.
Y es, por tanto, esta constelación de ideas la que vamos a analizar críticamente. En el siguiente artículo, porque este se ha alargado sin medida.
«Manifiesto de S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón de 17 de julio de 2001», en carlismo.es.
Discurso que por lo pronto no se ha publicado.
«Mártires de la Tradición 2013: discurso de José Miguel Gambra», en carlismo.es.
«José Miguel Gambra: discurso en la festividad de los Mártires de la Tradición», en carlismo.es. Con base en estos fragmentos, que son concesiones suficientes, haré referencia en varias ocasiones a la «Comunión Tradicionalista reconstituida» sin ánimo particularmente polémico bajo esa terminología. Parece el modo más oportuno de distinguir la agrupación que parte del manifiesto de 2001, de la Comunión Tradicionalista como reunión espiritual bicentenaria de los leales españoles, así como del partido político legalizado en 1977. No creo que este lenguaje debiera suponer un problema cuando el addendum habla de la necesidad de «reconstruir» la Comunión, p. ej.
«Última entrevista a S.M.C. Don Javier I y manifiesto contra el marxismo y el separatismo», en carlismo.es. Sobre el signo y carácter de Don Javier en sus últimos años, respecto a lo cual no he llegado a ninguna idea clara, es digno de atención lo que Miguel Ayuso dice en «Carlismo y tradición política hispánica», en Verbo, nº 467-468, p. 587: «Si acaso era demasiado delicado de alma y dubitativo de cabeza (…) La debilidad tendría trágica secuencia, en su senectud, por tanto con su responsabilidad limitada, en el comportamiento de su hijo Carlos Hugo, un verdadero aventurero que se halla entre los principales actores del desfondamiento del carlismo. Don Javier, se le opuso en ocasiones, hizo lo contrario en otras, para que finalmente fuera su esposa, Doña Magdalena de Borbón-Busset, de una familia de blancs d´Espagne, mujer fuerte, la que desautorizara al primogénito y alzara al cadete, Don Sixto Enrique, digno sucesor de su padre».
«La sucesión a la Corona, hoy», 2 de octubre de 2010, minuto 55.
Anónimo, Breve historia del legitimismo (2021), Madrid, Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II
«Enquête sur l’histoire», nº 11, 1994, pp. 12-13.
Gambra, Rafael, «Alianza por la Unidad Nacional», Siempre p’alante, 1 de abril de 1995.
«Luis Infante de Amorín (1965-2024)», in memoriam, Verbo, nº 625-626, 2024, p. 537: «En los oscuros años ochenta Luis Infante le visitó con frecuencia en su residencia de París o de Lignières y le acompañó en ocasiones sonadas como las consagraciones episcopales del arzobispo Marcel Lefebvre en 1988. Diez años después convenció al Príncipe de que debía intervenir personalmente de modo directo en la política carlista, lo que dio lugar a la Secretaría Política que encargó al profesor Rafael Gambra».
Infante, que probablemente fue el único verdadero lealísimo sixtino desde los 80. Véase el artículo de Félix Mª Martín Antoniano, «Luis Infante: ortodoxia católica y lealtad monárquica (I)», en La Esperanza, 16 de abril de 2024, en particular la cita del Boletín Fal Conde del 92, donde dice que «Un veterano legitimista me preguntaba si no era ya llegada la hora de exigir pública toma de postura a SS.AA.RR. el Príncipe Don Carlos Javier Bernardo y el Infante Don Jaime de Borbón; la situación de Regencia ya se ha prolongado bastante. Sin duda, le respondimos. Pero eso compete a la Junta de Gobierno, con los Jefes Regionales, y al Consejo Nacional de la C.T.C».
Ayuso, Miguel, «Sobre el tradicionalismo carlista y su sino», en Verbo, nº 383-384, 2000, pp. 336-337. En esa reunión de la Gran Peña también estuvo Rafael Gambra. Sería muy interesante saber de qué habló, si lo hizo.
Ibídem, pp. 338-340.
Ayuso, 2018, op. cit.
Expresión utilizada ocasionalmente en el entorno de la Comunión, aunque en otras ocasiones se tomen distancias: «Espejo de leales (I)», 28 de abril de 2024, La Esperanza. Pero vale para entendernos.
Yo siempre he defendido que el orden más adecuado es el más antiguo de Dios, Patria, Rey, Fueros, pero en lo que toca a este artículo me abstendré de agarrarme a mi posición, que no afecta directamente a lo que aquí se discute y que, pese a su mayor antigüedad, fue preterida en la práctica popular en el siglo XX.
Hablo aquí de poder soberano porque esta expresión se presta menos a contorsiones tales como la de la reyecía de iure del «rey de los carlistas». No se pretende aquí entrar en polémicas sobre la soberanía bodiniana ni postular poder mayor que el que Santo Tomás defiende en la Suma Teológica Parte I-IIae, Cuestión 96, Artículo 4: el «poder de obligar en conciencia en virtud de la ley eterna», con tal de que las leyes sean justas.
«La sucesión a la Corona», minutos 54-55.
«La sucesión a la Corona», minutos 14-16.
«Del carlismo tardosocialista al neocarlismo parroquial», en carlismo.es.
«Del carlismo tardosocialista…», op. cit.
Ayuso, 2018, op. cit.
«Diego Baño: discurso…», op. cit.
«La sucesión a la Corona», minuto 39.
«La Comunión Tradicionalista y su declaración sobre el laicismo de Estado», en carlismo.es.
«Sobre la Asociación Santiago Apóstol», 12 de octubre de 2011.
«Declaración de la Comunión Tradicionalista», 2 de agosto de 2013, en carlismo.es.
«Discurso de José Miguel Gambra en la Cena de Cristo Rey», octubre de 2013, en carlismo.es.
Ibídem.
«La nueva pastoral antropocéntrica del Concilio Vaticano II», 11 de mayo de 2023, La Esperanza.
«Indiferentismo religioso y la monarquía británica», 16 de septiembre de 2022, La Esperanza.
«La verdad sobre Adela Zamudio (y V)», 1 de febrero de 2022, La Esperanza.
«Tentación americanista y crisis conciliar», 5 de septiembre de 2024, La Esperanza.
«Las igualdades en la Iglesia», 20 de enero de 2021, La Esperanza.
«La Jornada Mundial de la Juventud: cinco reflexiones críticas», 9 de agosto de 2023, La Esperanza.
«Los deberes del orden justo (II)», 30 de septiembre de 2023, La Esperanza.
«Las tres últimas monjas clarisas de Pedralbes abandonan el ex Real Monasterio tras 700 años de presencia ininterrumpida», 30 de enero de 2025, en carlismo.es.
«Las doctrinas del Concilio Vaticano II y el tradicionalismo carlista», 29 de diciembre de 2022, La Esperanza.
«La abominación desoladora», 8 de septiembre de 2020, en carlismogalicia.com.
«¿Consumación de la colegialidad en la Iglesia? (I)», 29 de julio de 2021; «¿Consumación de la colegialidad en la Iglesia? (y II)», 3 de agosto de 2021; «El Sínodo de la Sinodalidad», 30 de enero de 2023; «A vueltas con el Sínodo de la Sinodalidad (I)», 28 de aril de 2024; «A vueltas con el Sínodo de la Sinodalidad (y II)», 3 de mayo de 2024; «El origen divino mediato de la potestad de jurisdicción episcopal (I)», 3 de noviembre de 2024; «El origen divino mediato de la potestad de jurisdicción episcopal (II)», 6 de noviembre de 2024; «El origen divino mediato de la potestad de jurisdicción episcopal (y III)», 8 de noviembre de 2024, La Esperanza.
«El rechazo a la libertad religiosa: piedra de toque católica», 29 de mayo de 2022; «La novedad en la libertad religiosa conciliar (I)», 21 de mayo de 2024; «La novedad en la libertad religiosa conciliar (y II)», 24 de mayo de 2024, La Esperanza.
«Sobre el origen de la potestad de jurisdicción», 24 de mayo de 2024, La Esperanza.
«El dislate de Jorge Fernández Díaz», 11 de septiembre de 2024, La Esperanza. Lo cual no significa necesariamente que el Concilio sea ortodoxo, porque, según cómo se entienda, el conservadurismo también es una rama de la Revolución.
«En la festividad de Santo Tomás de Aquino», 7 de marzo de 2022, La Esperanza. El otro artículo por ahora no lo encuentro, pero recuerdo haberlo leído.
«Cerro de los Ángeles 2002: CARLISMO Y UNIDAD», 23 de octubre de 2002, en carlismo.es.
«Consideraciones sobre el Devocionario del Requeté: Otros deberes de Caridad», 12 de julio de 2018, en carlismo.es.
«Sobre la Asociación Santiago Apóstol», 12 de octubre de 2011.
«Mensaje de Don Sixto Enrique de Borbón para la fiesta de la Monarquía Tradicional», 5 de enero de 2021, en carlismo.es.
«Militancia y deberes de caridad política», 3 de noviembre de 2018, en carlismo.es.
«Dos grandes hombres en las consagraciones episcopales de 1988», 4 de julio de 2021, La Esperanza.
«Las doctrinas del Concilio Vaticano II y el tradicionalismo carlista», 29 de diciembre de 2022, La Esperanza.
«Las tres últimas monjas clarisas de Pedralbes abandonan el ex Real Monasterio», 30 de enero de 2025, La Esperanza.
Lo cual para muchos será una obviedad, pero yo he visto a señores filósofos, jefes de círculo, con canas y años de militancia en la Comunión que no se habían enterado. A modo de ejemplo, Don Raúl Olazábal, del ICRSS, que fue a Mártires hasta 2011: «Don Sixto Enrique de Borbón, en Madrid», vía Agencia Faro, en carlismo.es; o el llorado Mons. Barreiro, que por tantos años colaboró con la Comunión con su labor intelectual y con sus misas: «Don Sixto Enrique en Roma para la beatificación de Carlos de Austria», en 2004; «Crónica del congreso 175º aniversario del Carlismo, en 2008»; «Boletín de noticias (30-III-2010), en 2010»; y fue Capellán de la Comunión: «Centenario muerte Carlos VII», en 2009.
«Misas, peregrinaciones y confusiones», 23 de julio de 2021, Las Libertades. No creo que sea difícil adivinar quién sea el autor de este artículo.
«Cartas a un peregrino (I): Eslabones perdidos», 15 de agosto de 2022; «Cartas a un peregrino (II): Ecce nova facimus omnia», 16 de agosto de 2022; «Cartas a un peregrino (III): Lefebvre vive…», 17 de agosto de 2022; «Cartas a un peregrino (y IV): Rey a quien reyes adoran», 18 de agosto de 2022, La Esperanza.
«Nuestra Señora de los Impacientes», 25 de julio de 2023, La Esperanza.
«La sugestión del posibilismo», 25 de febrero de 2024, La Esperanza.
de Quevedo, Francisco; Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos, escrita a don Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, en su valimiento.
«Bis repetita non placent», 25 de marzo de 2013; «Qui dicebas in corde tuo», 8 de julio de 2013; El CeTáCeo.
«S. A. R. Don Sixto Enrique de Borbón recibe a una representación de la Comunión Tradicionalista», 16 de febrero de 2025, La Esperanza.
Véase. Por lo cual resulta muy oportuna la fecha a la que este año se han movido los Mártires, pues a estos caballeros les resultará comprensible que el interesado se disfrace por carnaval.
Véase aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, y aquí. Digno de atención es este post, ahora borrado, en el que nuestro amigo Enrique nos informaba de que los que van a misas «indultadas» son modernistas y maricones. Por lo demás, debe repetirse que estas opiniones no se dan sólo a título personal a través de estas cuentas (que, en cualquier caso, se presentan como miembros de la Comunión), sino también de vez en cuando (aunque con más elegancia) a través de La Esperanza, como ya hemos citado: «Dos grandes hombres», «Las doctrinas del Concilio» y «Las tres últimas monjas».
Es notorio.
El lugar donde más claro he encontrado que hable Miguel Ayuso sobre la cuestión de la interpretación del Concilio es «El orden político cristiano en la doctrina de la Iglesia», Verbo, 267-268, 1988. Esto es muy antiguo y es de esperar que su opinión no sea la misma, pero en el programa de Lágrimas en la lluvia sobre el Concilio se expresaba en una dirección muy semejante, y también en «La Ciudad Católica en su contexto español», Verbo, nº 617-618, 2023, p. 716: «El modernismo religioso, que no ganó la batalla de los textos sino de modo muy limitado, venció sin embargo de modo arrollador la de su interpretación y aplicación». Sobre la misa, tengo entendido que no condena la asistencia a la misa nueva en caso de necesidad, que es la posición que parecería extraerse de la p. 49 de Koinós: El pensamiento político de Rafael Gambra, Editorial Speiro, Madrid, 1998: «En todo caso, si se me permite, no ha llegado nuestro autor a los extremos del «lefebvrismo», característicos de otros países y casi desconocidos entre nosotros, pues —pese a su predilección por el rito romano antiguo— no es infrecuente encontrar a Gambra en misas del novas ordo». No me consta que haya cambiado de opinión en lo esencial, sin perjuicio de que quizás se haya endurecido. Por lo que respecta a la opinión de José Miguel Gambra, tengo entendido que es análoga a la de Ayuso y a la de su padre.
Manifiesto de S.A.R. Don Sixto, op. cit.
Lo cual en sí mismo no debería ser un problema para quien no esté cegado por el furor nacionalista. Los Habsburgo españoles no dejaron de llamarse Casa de Austria cuando reinaban en España, sin desmedro del honor nacional.
«Discurso de Luis Infante en la Cena de Cristo Rey 2008», Agencia Faro, a partir del min. 12:50.
«Diego Baño: discurso en los Mártires», op. cit.
En «Siete de octubre, el Rosario y Lepanto. Actividades en Madrid y Capua», 12 de octubre de 2006, se habla ya del delegado en la península italiana, y en «Los cristeros: antecedentes, guerras y actualidad», 19 de junio de 2007, en carlismo.es, se habla del delegado en la Nueva España.
«El Abanderado de la Tradición en Perú», 12 de septiembre de 2008, en carlismo.es.
Ayuso, 2018, op. cit.
«El hombre y la institución (lo que España necesita)», 23 de septiembre de 2002, en carlismo.es. Republicado en La Esperanza el 22 de julio de 2024. Me inclino bastante a pensar que es Miguel Ayuso por las razones que siguen: primero, que se trata de alguien que colabora con la Comunión desde 2002, y sin embargo nadie le ha visto. En principio esa es razón suficiente para entender que es un seudónimo, tanto más si en internet no se encuentra nada de Manuel Anaut sino sus artículos, salvo por un religioso franciscano que no parece tener ninguna cercanía al tradicionalismo. Segundo, Luis Infante no puede ser porque Anaut ha seguido publicando en Verbo después de su fallecimiento. Tercero, en Verbo, salvo por algunas crónicas de 2009 y 2011, sólo ha publicado reseñas, con lo que parece ser una seudónimo multiusos que ha venido utilizando para reseñas espinosas que no le apetece hacer en su nombre. Cuarto, que Anaut es el segundo apellido de su padre: «Fallecimiento de don Miguel Ayuso Anaut», 1 de julio de 2013, en legitymizm.org. Si no fuera el propio Ayuso, habría de ser un colaborador de más de veinte años de la Comunión al que se ha publicado en carlismo.es y que se han rescatado sus artículos para La Esperanza, con lo que resulta en cualquier caso representativo del pensamiento de la Comunión.
«enteco, ca», en rae.es.
«El regionalismo y sus enemigos», 1 de agosto de 2021, en La Esperanza.
Suma Teológica, Parte Ia, Cuestión 11, Artículo 3.
Elías de Tejada y Spínola, Francisco; ¿Qué es el carlismo?, Editorial Escelicer, Madrid, 1971, pp. 102-103.
Tejada, «Las Españas y nosotros», en Universidad, nº 9, oct.-nov. 1949, Salamanca, p. 5.
Con todo el debido respeto a los flamencos, francocomteses y jefes de tribus de Angola. No ser español no es pecado.
Ibídem, p. 81.
Ibídem, p. 56.
Ayuso, M., «Maritornes, una nueva revista para una “Nueva Hispanidad”», 2002, p. 820; «Don Rubén Calderón, tradicionalista hispánico», 2008, p. 57; «La Hispanidad, hoy: de la historia a la prospectiva», 2009, p. 780; «A propósito de dos polémicas chilenas con la democracia y la democracia cristiana al fondo», 2012, p. 14; «Danilo Castellano en la tradición católica», 2015, p. 822; en Verbo, nº 409-410, 461-462, 479-480, 501-502, y 537-538.
En ausencia de alguna declaración oficial al respecto, si bien podría considerarse tal la práctica de incluir a Brasil y Portugal en aquello que se refiere al Consejo de Estudios Hispánicos Felipe II, podemos señalar el uso común: «España se muere. Referéndum abortista en Portugal», 13 de febrero de 2007; «¿Es posible una geopolítica para España?», 27 de noviembre de 2012; «El Carlismo ante las elecciones autonómicas de «Castilla y León» del 13 de febrero de 2022», 4 de febrero de 2022; en carlismo.es. Así como «La política hispánica en el noroeste africano», 28 de noviembre de 2021; «Filipinas como entidad moral es y siempre será católica y española», 23 de noviembre de 2021; «Nación y nacionalismo», 9 de febrero de 2022; «El Juramento de los Reyes Católicos españoles», 14 de enero de 2024; y «Los Dogmas Nacionales de Vázquez de Mella y el Choque de Civilizaciones», 28 de julio de 2024, en La Esperanza.
Ayuso, Carlismo para hispanoamericanos, Ediciones de la Academia, Buenos Aires, 2007, pp. 25-29, 36, 41-43, 45-46.
Lugar común de Ayuso, que, por lo demás, repite un poco antes en Carlismo para hispanoamericanos, p. 10: «Máxime cuando el tradicionalismo español ha realizado durante el siglo XX, y al tiempo que su entramado popular vivencial decrecía y se agostaba, como para demostrar una vez más que la reflexión filosófica sobre la política es un saber de crisis, una depuración doctrinal hondísima que ha alcanzado no sólo a los condicionamientos del neotomismo finisecular, sino que incluso ha incluido las ambigüedades de la segunda escolástica áurea y argéntea». Por lo demás, revela una visión más bien distorsionada de la realidad pensar que la familia carlista de los últimos setenta años, con todos los nombres notables que la componen, ha logrado corregir en algo significativo a la segunda y la tercera escolástica…
Díaz Nieva, José; «Miguel Ayuso Torres: Carlismo para hispanoamericanos», en Verbo, 2007, nº 455-456.
Ayuso, «El problema político de los católicos hispanoamericanos», en Verbo, 2014, nº 527-528, pp. 661-662.
«Mártires de la Tradición 2013», op. cit.
«José Miguel Gambra: discurso», op. cit.
«Mártires de la Tradición 2013», op. cit.
«José Miguel Gambra: discurso», op. cit.
«La Ciudad Católica en su contexto español», op. cit., p. 718.
Ibídem, p. 735.
No sé exactamente desde cuándo, pero ya en 2011 se hablaba en Verbo de «la XLVIII Reunión de Amigos de la Ciudad Católica (…) Organizada como siempre por la Fundación Speiro, y como los últimos años con la colaboración del Consejo de Estudios Hispánicos “Felipe II”». Redacción, «La Tradición Católica y el nuevo orden global», nº 493-494, p. 341.
«La Ciudad Católica en su contexto español», op. cit., pp. 732-736.
«Sesenta años de Verbo y la Ciudad Católica», en Verbo, nº 601-602, 2022, pp. 18, 29-30.
«La Ciudad Católica en su contexto español», op. cit., pp. 716-717, 728-729.
«Miguel Ayuso: Una visión española de la Acción Francesa», 29 de abril de 2012, en carlismo.es.
Según contó a quien esto escribe quien fue un estrecho colaborador de la Secretaría.
«José Miguel Gambra: discurso», op. cit.
«El Magisterio de Álvaro d’Ors», en Verbo, nº 473-474, p. 270: «Pero creo que tampoco la hay [duda] de que su originalidad, en algunos asuntos, determinaba su relativa —así lo reconocía el propio d’Ors— “impureza” doctrinal y práctica. No es fácil, desde luego, hacer un balance objetivo. Por lo menos a mí no me lo resulta, dividido entre el aprecio afectivo, e intelectual, por su persona y obra, y algunas divergencias no de poca monta sobre algunos puntos de su sistema. Sistema quizá sea una palabra clave para aproximarse a la cuestión. Pues me parece que el prurito de sistema, buscado desde siempre por nuestro maestro, y en altísimas cotas conseguido, quizá esté en el origen no sólo de esas “impurezas”, sino —más allá incluso— de lo que podrían considerarse importantes alejamientos respecto de la tradición (intelectual) católica». Asimismo, «Sesenta años de Verbo y la Ciudad Católica», op. cit., p. 21: «aunque sentía a veces el escrúpulo de que sus textos podían resultar heterodoxos en el contexto de la revista, lo que no era verdad, siguió publicándolos hasta el final. No digo que en su pensamiento no hubiera aspectos problemáticos, sino que la neta orientación antiliberal que lo presidía era del todo conforme con el fondo de la revista». También «La Ciudad Católica en su contexto español», op. cit., p. 736: «Álvaro d’Ors, por importante que fuera su figura, fue siempre autónomo y con algunas hipotecas».
Según me parece que el propio Antoniano afirma en «El tradicionalismo es legitimista», La Esperanza, 15 de enero de 2021: «Elías de Tejada se dio cuenta de este peligro, y comenzó una sana tarea revisionista en los años cincuenta y en los años sesenta (…) Es un deber seguir la estela debeladora [sic] iniciada por don Elías de Tejada y volvernos a los publicistas realistas de la primera generación, desechando las contaminaciones de origen doctrinario-moderado o ultramontano que hayan podido surgir por el camino».
Si, pero esa oposición al 'posibilismo' es contingente, no puede ser un principio inmutable porque no siempre han actuado así. La comunión tradicionalista tuvo representación parlamentaria en el siglo XX, y después se integraron en las cortes franquistas.
Como observador externo, aquí se ven tres grandes problemas de fondo: el de la legitimidad, el anti modernismo radical y el pan hispanismo. El primero deja a los carlistas sin sucesor legítimo, e incluso sin 'abanderado' pero a expensas de un pequeño grupo cerrado, la 'secretaría'; el segundo lleva a las catacumbas y al borde del cisma; el tercero es toda una incógnita 'geopolitica' y profundiza en la alienacion de la España peninsular con respecto a Europa.
Sugiero como tema futuro estudiar el problema del tradicionalismo español para atraer capital humano de élite.